Capítulo 11. "Encierro y negación"

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 Dalia apenas había llegado a la puerta que conducía a las escaleras del calabozo cuando James la interceptó al salir este por dicha puerta

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 Dalia apenas había llegado a la puerta que conducía a las escaleras del calabozo cuando James la interceptó al salir este por dicha puerta.

—Llegó tarde —dijo éste alzando una ceja un tanto molesto. Más lo ocultó debido al cansancio—. Tome. —Le entregó una canasta—. Aquí tiene todo lo necesario para ayudarlo a comer y a asearse. Solo le pediré que, por cuestiones de seguridad, todo eso lo hagas bajo la luz del sol. —ordenó el rubio de ojos con toque esmeralda. Vestía informal, con una simple camisa blanca y pantalones oscuros. Las mangas estaban arremangadas, y bajo sus ojos se mostraban unas enormes ojeras. Parecía haber venido de trabajar en algo que lo dejó más que agotado. Pero Dalia prefirió ignorar esos detalles.

—Bien. —En sus manos tomó el objeto. Al final, éste le entregó las llaves de la celda y las esposas. Si bien él creía que no era una buena idea, Dalia tenía la creencia de que podría hacerlo. Podría enfrentarse a un problema de tal magnitud.

Después de todo. Lo atendería durante el día ¿o no?

~oOo~

El desconocido tenía la mandíbula rasguñada, el cuello mordido y con raspones por partes simultaneas del cuerpo. Era el mismo hombre de la otra vez. Arrastrado por Éric poco después de haber sido atacadas por dos grandes lobunos.

Con valor, entró a la celda dejando la puerta cerrada detrás suyo. Con cuidado, dejó la canasta en el suelo y notó una cubeta con agua en el interior. Quizás había sido depositada por Dorothy mucho antes de que ella hubiese arribado.

Apenas remojó una esponja que venía en la canasta, se acercó con cuidado al chico encadenado como si estuviera a punto de quebrarlo. Éste le miraba con desconfianza y recelo, sin poder evitar gruñir ante su cercanía no permitida.

—Por favor, manténgase quieto. —El chico estaba colgado cual trofeo en la pared, por lo que cualquier movimiento por parte suya solo era una pérdida de tiempo y fruto de dolor innecesario.

Dalia tomó una de las cadenas que mantenía atrapado el pie izquierdo. Y con la ayuda de otra llave que James también le había entregado, lo liberó logrando hacer lo mismo con la otra pierna dejando los brazos colgados sobre la pared, siendo lo más difícil de liberar, pero lo último que se pudo lograr dejando caer al joven al piso.

—Ya está —sonrió satisfecha—. Ahora, siéntese en el piso.

A regañadientes, el pelinegro obedeció. Cruzó ambas piernas con cuidado, y pese a no sentirse del todo cómodo, permitió que la joven se acercase a él para lavarle las heridas y las partes sucias de los brazos y cuello, permitiéndole a él el tener acceso directo a su cabello y aroma a jabón.

—¿De casualidad en su canasta tendrá agua? —La chica reacciona al escuchar la voz del joven. Quedó estática ante lo grave de la misma. Varonil para el porte que su cuerpo musculoso correspondía.

Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora