Dalia esa ocasión ayudó a Dorothy a limpiar con la compañía de Sergio, su carrocero. Estaban en el área norte del castillo limpiando los ventanales y las repisas llenas de polvo de muebles que, quizás, tendrían más antigüedad que cualquiera de ellos.
Al terminar, pasaron cerca del área Oeste para regresar al comedor. Eran las siete y media de la noche. Casi era la hora de la cena.
―¿Mi lady? ―Sergio miró a su ama con curiosidad al verla detenerse observando el final de uno de los pasillos. Dalia recordó la habitación: el estudio lleno de polvo y completamente vacío donde había visto a esa mujer y a ese peculiar niño.
―Vuelvo en un rato ―dijo ésta caminando en dirección a ese estudio sin mirar a su sirviente―. Si preguntan por mí, diles que fui rápido a mi habitación. No tardaré.
Sergio permaneció apacible, pero por las arrugas de su frente cualquiera podría haber entendido su desconcierto. El hombre asintió acotando la orden. No había forma de protestar. Si querían salir de ahí, tenían que romper ciertas reglas.
―Vale.
Como supuso, Dalia no tardó en llegar al área Oeste. Era el lugar más sucio de todo el castillo. Dorothy era la única con el encargo de limpiarlo junto con James. Las paredes tenían moho por humedad y por la falta de luz. El ambiente era denso, y el simple olor a suciedad provocó en Dalia varios estornudos causa de la alergia.
Soltó un largo suspiro. Tomó del picaporte con inseguridad, y lo abrió de par en par.
En el interior no había nada. Era un lugar sin ninguna ventana, y todo parecía estar en su lugar. Sin embargo, una distorsión apareció en su campo de visión. El lugar se volvió limpio y más ordenado por el cuidado de un alma humana. Había una mujer en el interior, de cabello rubio y rizado. En esta ocasión, el niño no se encontraba con ella.
Sus manos escribían con frenesí. Dalia juró ver desesperación con solo su forma de escribir. Susurraba cosas en una lengua extraña: la misma que había oído al niño recitar en la visión anterior.
Al terminar de escribir, guardó la nota en un sobre y colocó un sello en cera roja. Había un símbolo en específico que Dalia pudo identificar en dicha distancia. Temía acercarse y ser vista. No quería correr el riesgo.
La mujer se puso de pie. Se colocó un abrigo completamente negro y guardó la carta en uno de los bolsillos.
Caminó hacia la puerta, y detuvo su andar para mirar fijamente donde Dalia se encontraba. Una sonrisa maternal surcó sus labios junto con un brillo peculiar en sus ojos jade. Había pesar y tristeza en ellos. Pero actuaba como si no lo quisiese demostrar a nadie.
―Vamos, mi cielo. ―dijo con melancolía―. Es hora de irnos.
~oOo~
ESTÁS LEYENDO
Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]
FantasyHabía una vez un príncipe que vivía en un castillo a la mitad del bosque con el emblema de la familia real de los Solthier. Dalia, una doncella procedente del país francés e hija de un humilde mercader, se vio obligada a conocer a este apuesto prínc...