Capítulo 3. "El pétalo atrapado"

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—¿Qué?

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—¿Qué?

La chica observaba al príncipe con curiosidad, y aun temerosa, dio un paso al frente y luego otro, hasta quedar a una distancia de cuatro o cinco metros lejos del trono.

—¿Qué quiere decir con mi dulce rosa? —Sentía su respiración agitada, y lo único que logró ver entre tanta oscuridad fueron los ojos azules del chico y su amplia sonrisa llena de amargura y superioridad.

—Supongo que eso podemos conversarlo en otro momento. —El príncipe se levantó con cuidado, y al estar en pie, tronó los dedos, y el escenario cambió por completo.

—¿Pero qué...? —Dalia se sentía mareada, pero podía jurar que todo dio un giro de ciento ochenta grados para al final aparecer en un lugar que parecía ser... una alcoba —. ¿Qué rayos...? ¿Cómo es que...? —No pudo terminar la oración, gracias a que sentía unas manos ásperas por alrededor de su cintura, abrazándola con fuerza y obligándola a estirar el cuello para que aquel extraño chico pudiera oler su piel.

—Hmm... —El chico lamió su delicada piel blanquecina, y ella pudo sentir su aliento muy cerca de su rostro—.Tanto tiempo...

Empezó a desabrochar con destreza las ligas que atoraban la parte trasera del vestido, mientras que con la otra mano retenía con fuerza a su presa y masajeaba sus senos sin ninguna delicadeza.

—¡N-No...! —La hermosa damisela empezó a retorcerse, empujó al chico como pudo, y al ver la sorpresa de este, le reprendió con una cachetada.

Silencio.

Fue todo lo que hubo. Silencio.

El chico parecía rechistar algo como a modo de queja, y al levantar la vista, este mostró su verdadera cara.

—¡¿T-Te atreviste a darme una cachetada?! ¡Qué mujer con tanta falta de clase!

—¡¿Falta de clase?! —Gritó la chica liberando su disgusto—. ¡Usted es quién invadió mi espacio personal! ¡Pervertido! —Dalia se acercó a la cama para tomar una almohada que prontamente le aventó con intención de darle de lleno en la cara—. ¡Ultrajador! ¡Insensato...!

El príncipe esquivaba algunos golpes, o almohadazos. Otros, los que daban en el blanco, tenía que, simplemente, aguantarlos.

Y sin poder hacer algo en contra de todo el enfado de la chica, empezó a gritar llamando a su arma secreta:

—¡JAMES!

Se abrió la puerta de la habitación y en esta apareció la cabeza de un rubio de tez blanca vestido de mayordomo, dando la impresión de ser una persona muy alegre y gentil a primera vista.

—¿Sucede algo, joven William? —preguntó el mayordomo con un semblante desconfiado.

—¡Deja de decirme joven y haz algo para que esta mujer deje de lanzarme cosas!

Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora