Capítulo 9. "Pesadillas entre la nieve"

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James caminaba por los pasillos con una calma envidiable como lo hace un felino. A la distancia, notó a William andando como alma en pena. Una de sus manos tocaba la pared de granito y su andar era liviano. De no ser porque James lo conocía, podría haber jurado que veía un fantasma.

Percató que el príncipe iba directo a su estudio personal. El mayordomo le siguió el paso con calma tratando de no perturbar al ojizarco. Solía hacerlo cuando lo veía en dicho estado.

Al entrar, se percató que la chimenea estaba encendida. Probablemente, debió de haber ordenado que la encendieran en lo que se dirigía hacia la habitación. Extraño, pero no lo suficiente.

—¿Por qué se tortura a sí mismo? —preguntó el mayordomo en lo que observaba a su amo con curiosidad. Will no le dirigió la palabra. Colocó ambas manos a su espalda, observando fijamente por el gran ventanal que tenía tras su escritorio para ser testigo de un maravilloso panorama: el bosque, y los jardines del palacio. En otra época, se pudo haber apreciado mejor: con hermosos rosales creando caminos por los jardines, la fuente de agua limpia decorando el interior del jardín junto con un césped recién podado. Ahora solo podía ver muerte y suciedad que destruyó toda esa belleza.

—¿Hm? —El príncipe observó al mayordomo por arriba de su hombro—. ¿Qué intentas decir, James?

Los ojos del rubio bajaron la mirada. Respiró profundo, pero el tono de su voz reflejaba pura calma.

—Usted nunca había bajado —dijo el mayordomo recalcando la última palabra—. Jamás tuvo intención de intentarlo.

Una sonrisa fugaz apenas se vislumbró. James la notó con el reflejo de la ventana causada por el fuego. Siendo testigo en cómo los ojos azules del príncipe permanecían perdidos mostrándose tal cuál él siempre fue: un hombre solitario. Alguien que tiene una historia detrás que solo James y los del castillo podrían conocer. Will era un hombre simple. Un mortal, pero seguía siendo imperfecto como todo hombre.

—Puede ser. —Su respuesta fue vacía—. Si no es sencillo recordar un fantasma, mucho menos más ¿no lo crees?

James permaneció en silencio, pero era fácil detectar el desacuerdo en los orbes de sus ojos.

El ruido de la puerta de la habitación los alertó. Ambos giraron la vista, encontrándose con Dorothy con una forzada sonrisa. En sus manos, había una pequeña bandeja con galletas y té. Will notó la tristeza en sus ojos aumentando la curiosidad sobre saber el por qué. Solo tuvo que ver la bandeja para entender.

—No quiso cenar —dijo, soltando un suspiro con cansancio—. Ni siquiera respondió cuando toqué la puerta. —Se adentró en la habitación. Colocó el contenido en una pequeña mesa cerca del escritorio del príncipe evadiendo por un lado a James. Limpió ambas manos sobre su ropa, y con desconsuelo, miró a ambos caballeros—. ¿Cómo les fue allá abajo?

Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora