La primera noche había pasado, y el padre de Dalia seguía caminando sin rumbo fijo hasta la ciudad más cercana, pueblo o aldea pequeña que se pudiese encontrar.
Cuando ella había desaparecido, Maurice, con desesperación, gritó a todos los vientos cardinales, lloro y comenzó a seguir la pista de aquel carruaje entre la oscuridad y el bosque, pero sabía que no tendría éxito porque no tenía ni una idea de a donde pudo haberse ido.
Pasaron los minutos, las horas, y aunque no tenía un reloj de bolsillo sabía que eran más de las cuatro de la mañana de aquel lunes 14 de diciembre gracias a la luz del cielo y la posición de las estrellas.
—Mi niña... —repetía, una y otra vez por cada paso que daba en aquel sendero. Sabía que si no se salía del mismo, estaría a salvo, por lo menos hasta que encontrase un poblado o alguien que pudiese ayudarlo—. Mi bebé...
El pobre anciano caminó a pesar de la tormenta y el fuerte frío que pasaba por la misma. No tardó en alzar la mirada para ver a lo lejos, a las orillas de un bosque sobre una pradera, un pequeño pueblo con varias luces encendidas, algunas farolas y velas en las entradas y sobre las puertas de sus casas.
El anciano caminó lo más rápido que lo dejaba su viejo cuerpo pasando por varios edificios pequeños, entre ellas algunas eran casas humildes. Parecía un pequeño pueblo con gran parte de civilización, pero no tenía muchas cosas que podrían serle a Maurice de utilidad, como un telégrafo con el cual comunicarse con el Lord. Stephan de Inglaterra sobre la desaparición de su bella flor.
Después de varios pasos dentro de aquel pueblo logró encontrar una posadera. No parecía ser un lugar de buen gusto gracias a la mala pinta por fuera, pero parecía ser el único edificio con mucha multitud en aquel lugar donde, con suerte, alguien podría ayudarlo en enviar alguna carta o correspondencia a Londres en algunas semanas.
Con cuidado, entró al lugar temeroso de ser asaltado o de entrar a un lugar equivocado donde gente como él pudiese ser vista como un extraño por ser un forastero. Maurice sabía que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que llegó a un lugar como ese en sus tiempos de juventud. Incluso antes era difícil siendo más joven y reciente partícipe del mundo de los negocios, pero de lugares como aquel fue donde él empezó. Lo que lo reconfortó un poco al recobrar aquellas memorias de buenos tiempos.
Pasando a lado de la gente, se acercó a una pequeña mesa vacía situada en una esquina alejada, pero cerca de la puerta. Observo a su alrededor por el rabillo del ojo, manteniendo la cabeza gacha para no llamar la atención. A pesar de su temor, nadie parecía notar su presencia. Hombres de grandes panzas reían, cantaban y hablaban en voz alta escupiendo sobre sus barbas mientras sostenían en sus manos tarros de cerveza, ron, entre otras bebidas.
El anciano tomó asiento con sigilo y esperó durante un momento con la esperanza de ser atendido para así pedir información y ayuda de los lugareños.
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Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]
FantasyHabía una vez un príncipe que vivía en un castillo a la mitad del bosque con el emblema de la familia real de los Solthier. Dalia, una doncella procedente del país francés e hija de un humilde mercader, se vio obligada a conocer a este apuesto prínc...