Años atrás
No soy una chica estúpida, sé cuando es un buen momento para correr y cuando es mejor callar.
En este caso, lo mejor es mantenerme callada, oculta. Maldita sea, solo a mí me debe pasar estas cosas. Escudriño la habitación en busca de algo que me ayude en caso ser descubierta. ¿Tal vez unos libros? No, no serían de gran ayuda. Busco y busco con la mirada algo pero no encuentro nada y me frustra.
Vuelvo a escuchar un ruido en el pasillo a pesar de que la música en la casa está a todo volumen. Maldigo en voz baja, corro bajo la cama debido a que ir hasta el baño de la habitación me dejará al descubierto.
De quién o quiénes me escondo no lo sé. Pero tengo una mala sensación, una muy mala.
Contengo la respiración cuando los pasos son más fuertes y se abre la puerta. Desde mi posición veo dos pares de botas negras sucias. Son dos hombres.
—No hay nadie aquí —dice uno. Su voz suena rasposa como si hubiese pasado un tiempo en silencio. Sin hablar.
—Debe estar por alguna parte, búscala —responde el otro.
Búscala.
Están tras una mujer. Dios mío, y yo estoy aquí escondida. ¿Y si me buscan a mí? Claro que no, no hice nada malo.
O eso creo.
La puerta se cierra poco después haciendo un ruido espantoso. No me atrevo a moverme, a salir de ahí. Tengo miedo y no lo entiendo del todo. ¿Por qué? ¿Quiénes son? ¿Qué es lo que quieren en una fiesta de adolescentes? Muchos de los que estamos ni siquiera hemos terminado la preparatoria para insinuar que alguno de los presentes se ha metido en graves problemas.
Conozco a la mayoría, la gran mayoría, y sé que ninguno tiene líos graves, lo máximo que han hecho es beber hasta vomitar y ser detenidos por conducir ebrios y a alta velocidad. Nada que tenga que ver con dos tipos desconocidos buscando a una chica.
¿Pudieron haberse equivocado de fiesta? En la ciudad y por sobre todo, en los alrededores de la preparatoria se sabe que los fin de semanas casi siempre se hacen fiestas para celebrar cumpleaños inexistentes muchas veces. Mi paz mental me exige creer que se han equivocado.
Busco a tiendas mi móvil en el bolsillo trasero de mi pantalón. Lo encuentro con rapidez y lo desbloqueo, le envío un mensaje a mi hermano mayor para que suba a buscarme lo más pronto posible. No quiero salir de aquí sola, sin embargo debo dejar mi escondite porque el polvo comienza a molestarme en la nariz, además de que el zapato del dueño de la habitación huele horrible.
Me sacudo el polvo y evito sentarme en la cama. Opto por mantenerme detrás de la puerta pegada a la pared por cualquier cosa, mejor prevenir que lamentar.
Pasan los minutos y escucho desde afuera la voz de mi hermano gritando mi nombre por sobre la música ruidosa. Suspiro aliviada, abro la puerta para correr hacia él y lo que veo en medio del pasillo, frente mismo a la puerta, me deja espantada.
Grito tan fuerte como puedo, asustada, aterrorizada, alarmada.
Un cuerpo.
Un cuerpo de una mujer.
Una chica que conozco.
Una chica que forma parte de mi equipo de básquet.
Me cubro la boca con la mano y caigo al suelo, mi hermano me ve aterrorizado, los ojos abiertos de par en par, desesperado por encontrar algún daño en mi cuerpo, supongo.
Lo miro a él, luego al cuerpo de la chica. Mi compañera.
Sollozo pronunciando su nombre, como si se pudiera levantar, como si me escuchara a pesar de tener todo el torso y la boca con sangre. Como si pudiera saber que estoy ahí, viendo su cuerpo inerte.
Harriet.
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Cruzando los límites ©
RomansaAsh y Scott se han impuestos límites uno con el otro durante los últimos años, y ambos son conscientes de que superarlos no traerá cosas buenas. Es entonces, que la línea entre respetar y cruzarlas se ven distorsionadas impidiendo ver cuál de ellas...