Capítulo dieciocho

90 6 0
                                    

Tome el autobús luego de varias horas de hablar con mi terapeuta. Él me había estado ayudando desde que me había lastimado la mano la vez que me encerré en el baño. Lo había meditado bastante y creo que era lo mejor para mí.

Había entendido que todo estaba en mi cabeza. El ser un mal hijo, hermano y amigo, todo era algo estúpido que había implantado en mi mente.

Comprendí que mi amistad con Mike no era buena y que debía terminarla. Estar con él solo me había hecho tomar malas decisiones e ir por malos pasos, es por ello que a la semana de estar en terapia me aleje de él, sin embargo no pareció importarle.

Hable con John––mi terapeuta––sobre la discusión que había tenido con mi padre. Una noche llegue ebrio a casa luego de una fiesta a la que Mike me había invitado. Papá me sorprendió y me encaro a lo que yo le respondí. De inmediato mamá se alertó e intento calmar la situación pero todo se fue agravando. Le dije cosas a mi madre de las que me arrepiento y que creo que no vale la pena repetir. Recuerdo que Jane salió de su habitación restregando sus ojitos ya que debido a los gritos la habíamos despertado. Papá me regaño por el ejemplo que le estaba dando a mi hermana y fue cuando dije que importaba si yo no era su hermano ya que era adoptado. Mis padres quedaron atónitos y por su puesto mi hermana también, ahí fue cuando la pequeña comenzó a llorar. Papá me grito un par de cosas, yo respondí y bueno... todo acabo cuando puso su puño contra mi rostro. Desde entonces no nos habíamos dirigido la palabra.

A los trece años supe que era adoptado. No lo había notado ya que no hay muchas diferencias entre mis padres y yo. Me entere por ellos, ya que creían que lo mejor era decirme la verdad. Al principio había dolido, pero les agradecí por ser sinceros conmigo y también por darme todo lo que tenía y que habían podido darme, pero por sobre todo por amarme como si fuera su hijo de sangre.

Por otra parte, también le hable a John sobre Keith, sobre nuestra amistad, sobre lo que ella había pasado y por lo que estábamos pasando. Él me hizo entender que Keith se estaba abriendo a nuevas cosas que antes no había podido experimentar. Se estaba aventurando e intentaba hacer su vida nuevamente después de estos años bajo pastillas. Es por eso que había pasado a la tienda a comprar su helado favorito, debía disculparme y también hacerla entender que solo me estaba preocupando por ella.

Entre a la casa esperando que se encontrara allí pero todo fue silencioso. Me dirige hacia la cocina a guardar en gran pote de helado y note que todo estaba en orden, tal vez había salido con su novio. Rodee los ojos.

No me agradaba del todo Alex, había algo en el que no me daba confianza pero no podía interponerme en la relación de ambos, fuera lo que pensase.

Subí las escaleras y di unos pequeños toques en la puerta de su habitación. Al no oír respuesta alguna, me adentre con cuidado y lentitud. De inmediato no vi a nadie, sin embargo note que su teléfono estaba sobre su cama.

 ––Keith––dije casi en un grito. No oí una respuesta––. Keith ya llegue, ¿podemos hablar?––todo era silencio.

Me convencía a mí mismo de que había salido, no obstante un presentimiento me decía que algo no andaba bien. Ella jamás olvidaba su teléfono, más cuando yo le había dicho que no saliera sin el en caso de cualquier emergencia.

Tome el aparato electrónico y note que no tenía llamadas o mensajes. Tal vez de verdad solo lo había olvidado.

Baje nuevamente hacia la cocina y me dispuse a preparar la cena. Una lasaña que a ella tanto le gusta y por su puesto lo único que se cocinar a la perfección.



Pasaron las horas y la chica no llegaba ni tenía alguna noticia o señal de humo de ella. Estaba muy preocupado.

Mi Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora