»Día 74/parte 2«

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Sábado, 11:00 pm.
Hospital, recepción.

El olor tan característico del edificio comenzaba a marear al grupo de personas en la sala de espera. El miedo, confusión y tristeza creaban teorías sobre las posibles futuras palabras del doctor en sus cabezas. Todos tenían miedo. 

El chico había sido encontrado diez minutos después de ser brutalmente atacado por tres matones de la escuela. Los seguidores de Harry. Estaba inconsciente, amoratado y con sangre en el rostro. Le costaba respirar.

La madre de Leah los había llevado al hospital a toda velocidad en su auto, antes de comunicar a la propia señora Rymer de lo sucedido, quien entraba a la sala en ese instante.

–Tú –señaló al de ojos grises–. Esto es tu culpa.

Dessmond se puso de pie, ojos hinchados, estómago apretado. Se enfrentó a ella completamente agotado.

–Si esos chicos lo golpearon fue porque es un maricón. Y no se habrían enterado si no estuviera saliendo contigo. Tú eres el culpable de que esté ahí dentro –gritó, llamando la atención de los demás presentes. 

–A Max lo golpean desde antes que usted supiera. Que usted no lo haya ayudado cuando se lo pidió es el verdadero motivo.

–No te permitiré volver a verlo. Aléjate de él o pondré una denuncia.

–¿Contra mí?

–Sí, Buscaré la forma de inculparte, entonces irás a prisión y solo seremos él y yo.

–Así usted podrá seguir golpeándolo, lo maltratará y obligará a fingir ser hetero para usted ser feliz, mientras él se esconde del mundo tras una mentira de mierda.

–Al menos así sería normal.

–Familiares de Maximus Rymer.

Todos se acercaron de prisa al canoso hombre de bata blanca. 

–Soy su madre –hizo a un lado al grupo, poniéndose frente a él.

–Su hijo se encuentra estable. Está inconsciente, pero despertará pronto. No perdió grandes cantidades de sangre, pero sus moretones le provocarán dolor por unos días, quizás semanas. Podrá irse a casa mañana.

–¿Puedo pasar a verlo?

–No.

Los dos adultos voltearon a ver al adolescente. La furia brillaba en el rostro de la mujer.

–¿Qué dijiste?

–Es su madre, tiene todo el derecho.

–Lo es, pero no quiero que se le acerque –Dessmond estaba tentando al demonio, cada vez arriesgando más su suerte.

–¿Por qué no? –el hombre se le acercó, interesado.

–Es un niño, doctor, sabe cómo les gusta inventar cosas...

–Permítame un minuto a solas con el "niño", entonces.

El chico miró a sus amigos junto a la señora Brunce a un lado de él. Asintieron y volvieron a sus asientos. La mujer refunfuñó, hablando entre dientes y, dedicándoles una mirada asesina, se alejó.

–Normalmente no haría caso a un comentario de un chiquillo como tú con facilidad, pero tratándose de ella, no me extrañaría que se trate de algo raro.

–¿A qué se refiere? –frunció el ceño.

–Tiene expedientes de problemas de ira, agresividad y falta de autocontrol. Hace años llegó aquí con su hermano, al que había atacado con un cuchillo de cocina. Pasó años en el psiquiatra.

Poco a poco, el temor en el pelinegro aumentaba.

–Doctor, ella ha golpeado a Max.

–¿Ella hizo esto? –se inclinó hacia él.

–No, fueron chicos de la escuela. Pero ella sabía del bullying que sufría y lo golpeó por no saber defenderse. Incluso lo tiene amenazado y no lo deja acercarse a mí ni tener relaciones amorosas. Es homofóbica y no lo soporta en ese sentido.

–Entiendo. La suma de su odio a los homosexuales y sus problemas mentales no es nada bueno. Te recomendaría sacarlo de esa casa, por lo menos por un tiempo, mientras la rehabilitamos. Intentaré internarla.

–Tiene diecisiete, no creo que sea posible –bajó la mirada.

–Busca un familiar, presenten el caso ante un juzgado y luchen por su custodia. No debería ser un caso difícil teniendo  antecedentes.

–Solo sé de uno de ellos y vive al otro lado del país.

–¿Y su padre?

Entonces cayó en cuenta: nunca se lo había preguntado. 

–No sé nada de él.

–Cuando esté mejor, hazlo. Podría ser una buena alternativa.

–¿Y si es malo? Por algo su madre está separada.

–La culpa puede ser de cualquiera. No lo sabrás hasta que averigües.





*




Domingo, 1:00 am.
Hospital, cafetería.

Los cafés entre sus manos los mantenían tibios. Ninguno había podido pasar a ver al durmiente castaño, provocándoles ansiedad y aún más nervios. 

La madre de Leah se había ido a casa para dormir con las gemelas pequeñas, dejando a su hija en manos de su novio y amigo.

–¿Ustedes no saben nada sobre él? –preguntó Dessmond después de un bostezo.

–Lo único que me contó alguna vez fue que se separaron cuando cumpliría once, antes de mudarse. Al conocerlo, lloraba seguido porque lo extrañaba. Supongo que lo quería.

–Era su papá, duh –obvió Robbie.

–Podría ser una mala persona, si se separaron fue por algo –contestó ella.

–Tenemos que buscarlo –la pareja volvió su atención a él en cuanto habló–. Puede ser la única salida de Max de su casa.

–Dess, dime algo con total sinceridad –la joven se inclinó hacia adelante en la mesa circular–. ¿Crees que Max realmente quiera dejar a su madre?

Tragó saliva. Poco habían hablado sobre eso, y cuando lo hicieron, él no había dejado muy en claro si preferiría irse.

–No lo sé.

–Antes de intentar buscar a su padre, lo primero que debemos es preguntarle directamente. Lo apoyaremos sea cual sea su decisión. 

–¿Y si es quedarse con ella? No puedo apoyar algo que ponga en riesgo su bienestar –dijo Robbie. Su novia suspiró, cansada. Su cabeza dolía y el pecho le apretaba.

–Tampoco lo sé.

Hola, JirafaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora