Yacer

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 Creo yo que cuando una persona cercana fallece, nos damos cuenta que la muerte no es algo tan lejano como parece, nos llenamos de arrepentimiento por cosas que dijimos y cosas que no, nos cala hasta los huesos una caricia lacerante que nos acurruca y estremece a la vez, nos tuerce lenta y dulcemente. Cuando una persona cercana fallece, nos invade un sentimiento de calma y alivio, de dolor, melancolía y angustia. El nombre de esa persona se vuelve un tema tabú en la mesa y solo se deja como un recuerdo de algo que ya pasó, o se conmemora todos los días antes de dormir, se dejan flores que se secan con el tiempo y de nada sirven. Yo lo viví de ambas formas: en la mesa se toca el tema poco y nada, llevo flores a un lugar en el que sólo yacen restos de lo que una vez fue; porque así es, ahí no encuentro nada más que restos, no hay tangos, no hay lecturas apasionantes, no hay aroma a vino tinto. Hay silencio sombrío y  olor a cenizas olvidadas. No hay poemas, versos ni cantos, sino un leve sonido a vacío, un lejano recuerdo que grita desde lo profundo de un cajón. No existe el perfume natural de su piel, sólo un hedor a oscuridad. Mucho menos existen allí caricias, en su lugar, se encuentra un mimo desesperado y melancólico rogando volver.

Poca CosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora