Huellas Rosas

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Había pensado en ese momento dar un punto final a su historia, pero él decidió ser su continuación.

Tras una serie de eventos desafortunados Jihoon se había encontrado orillado sobre el borde de aquel abismo, de la corriente de agua debajo y de la húmeda brisa de una lluvia ligera. No había autos cruzando por aquel puente, ni un alma en esa imperfecta noche, simplemente el sonido de algunas gotas más pesadas empezando a caer sobre el asfalto y su cabello humedeciéndose aún más de lo que estaban sus mejillas. Lo recuerda perfectamente, ya no había más motivo para continuar, llevaba su uniforme escolar y una pena sobre los hombros pensando que al menos con sus vestimentas su cuerpo sería reconocido si lo encontraban. Dio un paso al frente y todo fue dejarse llevar, sentir la brisa del adiós, de buscar al fin la paz que no encontró en esa vida, con suerte reencarnar en algo no tan misero.

Sintió que algo tiró de su mano, su brazo quedó al aire y el resto de su cuerpo colgando. Veía sus pies flotar muy lejos de donde estaba la corriente de agua y al alzar su vista encontró a otro joven que le sujetaba con fuerza del brazo.

—Sostengase de mi...—decía pero Jihoon no lo comprendía, no era eso lo que buscaba, solo quería el camino fácil de dormir y no despertar nunca más; sin embargo delante se encontraba un chico aferrándose a su vida con tanta fuerza, tirando con ambos brazos de él volviendo dificultosa su tarea por el agua de la lluvia pero con la convicción en los ojos reflejando que eso no le detendría. —Vamos, no puede hacer esto, sujetese...— entonces Jihoon pensó que tal vez no se quería rendir esa noche y se sujetó de él.


Aquí empieza mi historia con el hombre que me salvó de mí mismo.


Jihoon tenía recuerdos de ese día como si hubiese sido un sueño, o al menos eso deseó que fuera. Había estado muy disperso todo ese día en clases y no escuchó a ningún maestro de ninguna materia porque no le apetecía. Para su fortuna nadie le llamó la atención, ni uno le cuestionó nada, de hecho pasaron de su existencia de manera olímpica; hubiese querido que así fuera el resto del día pero había alguien de quien no podría deshacerse por más que deseara.

Joven, tempestuoso, con cara de ratón y la energía de un cachorro que consumió cereal con bebidas energizantes. Soonyoung era por lejos lo más cercano a un amigo, o al menos eso pretendía ser estando a su alrededor como un pequeño que exige atención a gritos. Aún cuando Jihoon fuese una sombra para todos, para Soonyoung era alguien importante y siempre lo buscaba al terminar la clase para sentarse a lado, debajo o encima del pupitre de Jihoon.

Se suelta hablando de lo primero que le viene a la cabeza y cuando los temas se le acaban empieza a cantar y tararear o a hacer preguntas sin fin para hacer parte a su amigo de una inexistente charla amena, porque para Soonyoung es ameno hablar pero a veces para Jihoon no lo es el escucharlo y ese día con mayor razón. Su humor estaba por los suelos.

Durante el almuerzo él se sienta a su lado, sigue hablando de eso y aquello, sinceramente ni siquiera le echa porque desde hace un rato ha desconectado su cerebro y a cada cosa que pregunta solo asiente mientras que adormilado intenta comer el sandwish que esa mañana su madre había colocado en su mochila hasta que un balón estrepitosamente golpea sus manos haciendo que este salga disparado de lado. Jihoon busca al culpable del desafortunado destino de su comida y nota como un chico de cabello oscuro, alto, de ojos pequeños con nula expresión se acerca como si no tuviese miedo de tentar el mismísimo infierno.

—Disculpa...—se limita a decir y vislumbra el sandwish regado sobre el césped a un costado de donde Jihoon estaba sentado junto al balón delictivo cuan escena del crimen.

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