Capítulo 3

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Sakura salió echando chispas de la terraza, agarrada firmemente de la cintura por Sasuke. Habían llegado más invitados y se veía a varios reporteros gráficos disparando sus cámaras entre las celebridades que asistían a la fiesta. Se preguntó si él habría preparado todo aquello para que ella no pudiera volverse atrás cuando se hiciese pública su reconciliación. Quedaría como una completa estúpida si se atreviese a decir algo en contra. Además, la mayoría de los invitados la habían visto charlando con él en la terraza. La gente, de hecho, estaba empezando ya a hablar de ellos.

–Deja de temblar, mio piccolo –dijo él en voz baja mientras se dirigían hacia donde estaba Madara sentado en medio del salone, como si fuera un rey en su trono recibiendo a sus súbditos en un día de audiencia.

Ella apretó los labios y sus palabras salieron como perdigones.

–Tú montaste todo esto, ¿verdad? Me preparaste esta encerrona para que no pudiera desmentirte. Sabías que no le estropearía la fiesta a tu abuelo y organizaste esta farsa a propósito.

Él apretó la mano alrededor de su cintura como si fuera una brida de acero. Era un gesto que tenía mucho de posesivo, pero también de advertencia.

–Trata de seguirme la corriente, Sakura. Mira al abuelo. ¡Qué feliz se le ve! Cuando le digamos lo nuestro y Suigetsu y Karin le den su buena nueva, será la guinda del pastel.

La verdad era que no había necesidad de comunicar oficialmente nada, pues la noticia parecía correr ya de boca en boca por toda la sala. Todas las cabezas se volvieron hacia ellos tan pronto hicieron acto de presencia. Hubo, a su paso, murmullos, susurros y movimientos de cabeza en señal de asentimiento y complicidad. Se dispararon, una y otra vez, los flashes de los reporteros.

Al llegar a donde estaba el Uchiha mayor, el anciano miró directamente a Sasuke y luego a Sakura, y su rostro arrugado y envejecido por los años se iluminó con una radiante sonrisa.

–¿Es esto lo que me imagino, Sasuke? –dijo con las lágrimas a punto de brotar de las cuencas hundidas de sus ojos–. ¿Es verdad que Sakura y tú habéis cambiado de opinión y no pensáis ya en divorciaros?

Ella sintió cómo él le agarraba la mano y se la apretaba suavemente.

–Sí, Nonno –contestó él–. Vamos a poner todo nuestro empeño por sacar adelante este matrimonio.

Madara tomó muy efusivamente la otra mano de la pelirrosa y casi la aplastó entre las suyas, lleno de emoción.

–Sakura, mi nieto y tú me habéis hecho esta noche el hombre más feliz del mundo. No puedo decirte lo que esto significa para mí. Toda mi familia está hoy aquí a mi lado para compartir conmigo este momento de felicidad.

La chica sintió que las barras de la jaula de oro, en la que había estado viviendo aquellos cinco años, volvían a cerrarse sobre ella. Estaba atrapada en una farsa que iba en contra de todos sus principios y sentimientos. Se sentía una farsante, engañando a todos los invitados y muy especialmente al anciano. No estaba segura de poder seguir con aquel juego toda la noche y menos aún a lo largo de las semanas siguientes. Alguien tendría que darse cuenta de ello. Los chicos de la prensa parecían estar ya observándola detenidamente, aunque tal vez sólo fueran imaginaciones suyas. Nunca se había sentido a gusto con los medios de comunicación. No estaba acostumbrada a ser el foco de atención... Cuando vivía en casa de su tía abuela, ni siquiera tenía la atención de ésta.

Corrió el champán y los reporteros siguieron tomando documentos gráficos de la fiesta. Suigetsu y Karin anunciaron su feliz noticia, que a juicio de la pelirrosa hubiera merecido más atención que la suya, pero aquella noche todo el mundo parecía interesado sólo en su reconciliación.

Divorcio para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora