Capítulo 8

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Si no hubiera sido por la enfermedad de Madara y su precario estado de salud, ella se habría ido de allí inmediatamente, sólo para demostrarle lo equivocado que estaba.

–No sabes lo que estás diciendo, Sasuke –dijo ella con cierta acritud mientras se ponía los dos anillos en el dedo–. Sabes muy bien que estoy aquí sólo por tu abuelo y por el bebé, pero que tanto uno como otro pueden dejar de estar con nosotros en cuestión de semanas.

–No hables así –replicó él frunciendo el ceño–. Parece como si estuvieras deseando perder a tu hijo. Ya oíste lo que dijo el médico. No hay razón para ser pesimistas. Tanto el niño como tú estáis bien y gozáis de buena salud.

Ella se cruzó de brazos con gesto desafiante.

–No me digas lo que puedo o no puedo decir, ni lo que puedo o no puedo sentir.

Sasuke se pasó la mano por el pelo para echarse hacia atrás un mechón que le caía por la frente. La pelirrosa lo vio y sintió la tentación de atusarle ella misma el pelo con las manos, como acostumbraba a hacer en el pasado. Necesitaba hacer algo así para recobrar la confianza y la seguridad en sí misma. Se sentía algo nerviosa y desplazada en aquella villa que había cambiado tanto desde la última vez que había estado allí. Al fondo del pasillo estaba el cuarto de los niños, que ella había preparado con tanta ilusión casi cinco años atrás. ¿Lo habría él desmantelado también hasta hacerlo irreconocible?

Tuvo miedo de preguntárselo.

–Sakura –dijo él, acercándose a ella y poniéndole suavemente las manos sobre los hombros–. Perdóname. Se me olvida a veces que estás en medio de un período de desarreglo hormonal y que estarás además preocupada por las malas experiencias que has tenido hasta ahora. Yo también estoy preocupado. Me preocupa mucho volver a cometer los mismos errores del pasado y no saber estar a la altura de las circunstancias. Quiero que sepas que me esfuerzo por aprender, pero todo esto es nuevo para mí. Esta vez, deseo que todo salga perfecto tanto para el bebé como para ti. Créeme, cara, no quiero disgustarte, no quiero discutir contigo, sólo deseo cuidarte.

La chica suspiró profundamente mientras lo miraba con aire de desconfianza.

–¿Qué hiciste con el cuarto de los niños? –le preguntó finalmente.

Sintió sus manos apretándole los hombros durante una décima de segundo. Luego las retiró y las dejó caer como muertas a lo largo de los costados. Vio la expresión de su rostro amenazando cubrirse con la máscara con la que ocultaba habitualmente sus emociones, pero en seguida creyó ver un temblor en la comisura de sus labios como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por intentar exteriorizar sus sentimientos. Sin duda estaba librando una gran batalla interior consigo mismo.

–Está muy cambiado –dijo al fin–. Ahora es un cuarto de huéspedes.

Ella tragó saliva, tratando de disimular su contrariedad.

–¿Puedo verlo?

–Claro –dijo él, abriendo la puerta del cuarto y echándose a un lado para que ella pasara.

Sakura entró casi con los ojos cerrados incapaz de enfrentarse de nuevo a aquel cuarto que despertaba en ella tantos sentimientos del pasado. Había estado tan ilusionada en aquella época, durante los meses de su primer embarazo... Se pasaba el día comprando de forma compulsiva todo tipo de juguetes y objetos infantiles, llenando la casa de ositos de peluche, chupetes, sonajeros, patucos, vestidos, pañales y baberos. Aprendió a hacer punto y se dedicaba por las tardes a practicar, haciendo unos patucos muy artísticos llenos de filigranas, hasta llegar a convertirse en una verdadera virtuosa. Ella misma eligió el papel para decorar la habitación y se encargó también de empapelarlo. Trabajó, en suma, con mucho entusiasmo a fin de tenerlo todo listo para cuando su deseado hijo viniera al mundo.

Divorcio para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora