Capítulo 4

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-No podemos vivir juntos en este apartamento tan pequeño –dijo Sakura mientras abría la puerta de su casa una hora después.

Tevo se puso a saltar y a dar brincos, moviendo la cola como si fuera un metrónomo marcando un compás de tres por cuatro.

Sasuke despidió con un gesto a la limusina y al coche que les había escoltado. Cerró después la puerta del apartamento y se inclinó hacia el perro para acariciarle las orejas.

– ¿Por qué no? –preguntó él–. Supongo que habrá una cama, ¿no?- la pelirrosa sintió un vacío extraño en la boca del estómago.

–Sí, pero... sólo hay una.

–En ese caso, tendremos que compartirla –replicó él, alzando las cejas.

–De ninguna manera –dijo ella dando unos pasos hacia atrás y levantando las manos como queriendo marcar las distancias–. Si quieres quedarte, tendrás que dormir en el sofá.

Sasuke miró con cierto recelo el sofá que había en un lado del salón. Sakura lo había comprado de segunda mano en unas rebajas, junto con otras piezas del mobiliario, en un intento de tratar de olvidar la vida de opulencia que había llevado esos cinco años y volver a acostumbrarse al estilo de vida más humilde que había llevado antes.

–Yo no dejaría que durmiera en ese sofá ni siquiera Tevo –dijo él–. Es muy pequeño.

–Tú verás –respondió ella moviendo la cabeza con gesto despectivo–. Ése no es mi problema.

La joven se encaminó hacia su habitación, pero una mano la agarró por sorpresa con la misma rapidez que una cobra se abalanza sobre su presa. En un abrir y cerrar de ojos, se vio apresada entre la pared y el cuerpo duro y musculoso del pelinegro.

–Creo, Sakura, que hay algo que no has entendido muy bien de lo que te dije antes –dijo él con voz suave pero con un deje irónico–. Nuestra reconciliación no es sólo un paripé de cara a la prensa.

–¿Qué quieres decir? –exclamó ella con los ojos como platos y el corazón desbocado–. No querrás... no estarás pensando en... –añadió con la voz entrecortada y un nudo en la garganta.

¡Por el amor de Dios! ¡Sí! Estaba pensando en eso. Lo podía ver en el brillo de sus ojos.

Él comenzó a acariciarle el brazo muy suavemente con las yemas de los dedos, con unos movimientos llenos de sensualidad.

–Ya que estamos aquí, podríamos aprovechar la ocasión –dijo él sin dejar de acariciarla–. ¿Qué me dices? Podríamos ver si aún somos capaces de repetir lo de la noche de la boda de mi hermano.

Sakura intentó, en vano, soltarse de él. Se sentía como si hubiese caído en un cepo para zorros y tratase inútilmente de salir de él.

–Esto no es... lo que acordamos –dijo ella, haciendo un esfuerzo por mantener la calma–. Pensé que se trataba de mantener las formas... de cara a la galería... en público, pero no... cuando estuviésemos solos.

La chica sintió que toda su cordura y sensatez empezaban a flaquear. Comprendió que estaba a punto de echar a perder en un minuto todo lo que había conseguido con tesón y disciplina en los últimos seis meses: su independencia, su autoestima y su fortaleza. No, no se sentía tan fuerte y segura de sí misma como había creído. Había bastado una simple mirada suya y una leve caricia para despertar en ella su deseo dormido.

Él se apretó más a ella, hasta hacerle sentir la dureza y el calor de su excitación.

–Sabes bien que no podría estar nunca contigo en un sitio, por grande o pequeño que fuera, sin que llegásemos a esto...

Divorcio para dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora