Puppy Love

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— Buenos días papi, ya regresé.

— ¿Dónde estuviste toda la semana, Regina? ¿La pasaste con algún muchacho? — le hablaba con imperio su padre observándola entrar.

— ¿Cuantas veces te lo voy a decir, papá? no me gustan los hombres — exclamaba revirando los ojos — Granny, ella me consiguió un trabajo en la playa, yo supuse que estabas ocupado y no te avisé.

— ¿Y que son todas esas cosas que traes? — preguntó el hombre al verla acomodar unas bolsas.

— Son unas cositas que me compré con lo que me pagaron. ¡Ya no estés enojado papi! No sabes, acabo de comprar verduras frescas en el mercado, te prepararé una cena digna del rey que eres — exclamaba con dulzura la morena dándole un beso en la frente a su padre.

Regina vivía en un modesto apartamento con su padre Henry. Su madre los había abandonado desde que ella tenía un año, esporádicamente pasaba a dejarle regalos que a ella no le importaban.

Su padre se había encargado de darle lo mejor que podía. Él trabajaba de vendedor en una casa comercial y desde que su hija entró a la universidad empezaron a tener limitaciones, razón por la cual Regina inició a trabajar de mesera en una pizzería.

La morena era una joven utópica, desde niña había soñado con ser una gran chef. Amaba el arte culinario, se la pasaba leyendo libros y viendo programas de cocina. Gastaba gran parte de su dinero en ingredientes para alguna receta loca que se ocurría.

Siempre había sido abierta con su sexualidad. Su padre la comprendía y la dejaba que llevara chicas a su casa, pero siempre le preguntaba por molestarla por chicos. Tenían una buena relación padre e hija, pero ella se dio cuenta que el trabajo de Henry y su trabajo no eran suficiente para vivir bien.

A ella le gustaba verse elegante, imponer estilos, pero estaba cansada de comprar ropas baratas y ella misma ingeniárselas para confeccionarlas de manera se luciera diferente a las demás. Fastidiada con su nivel de vida e instada por su mejor amigo August, empezó a buscar "Sugar Mommys" mujeres mayores adineradas que le cumplieran sus caprichitos.

— ¡Desgraciada! ven aquí no huyas de mí, cobarde — le gritó un joven moreno de ojos azules, con barba de varios días, que vestía playera, jeans ajustados y una sudadera amarrada a la cintura.

— August, August, luego me matas, tengo que llegar a clases — trataba de soltarse de su amigo que la tenía sujeta del brazo en la puerta del salón.

— ¿Dónde estuviste toda la semana, maldita? prometiste que la pasaríamos juntos. Te compré pastas y quesos caros para que cocinaras y desapareces.

— ¿Qué te haya comprado esto haría que me perdonaras? — preguntó mostrándole una caja de lápices de dibujo, sabía que su amigo amaba dibujar.

— Dame eso, ¡Dios! ¿a quién te cogiste? Estos, estos son los más caros.

— August. Aún tengo dificultad para caminar, esta vez que cogieron a mí — susurró con emoción a su amigo.

— ¿Qué?

— Conocí a una mujer, la más guapa y sexy que he visto, el mejor polvo de mi vida. Pasamos la semana juntas, pero la muy perra era bien rara y ayer que me desperté ya no estaba, solo me dejó 2,000 dólares y no sé qué fue de ella...

— ¿Es broma verdad, idiota? — se burló el moreno.

— Es cierto, ¿de dónde crees que saqué dinero para comprarte tus malditos lápices?

— ¿Cómo te tiras a una vieja toda la semana y no le pides su número? o preguntas que hace o algo, ¿Al menos te dijo un nombre? o ¿Te corriste nada más diciéndole señora? porque es genial venirse gritándole su nombre, ya sabes — parloteaba el muchacho.

SEÑORA SWAN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora