Nacional anthem

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Emma bajaba las escaleras de su casa somnolienta, observó hacia la pared y sonrió al ver un retrato de su familia. Ella y sus dos bebés. Fue a la cocina, se sentía hambrienta. Regina había salido muy temprano así que ella tendría que hacer el desayuno.

— ¿Por qué me desperté en mi cuarto y no en medio de ti y mamá? — reclamó con vocecita triste una pequeña morena de tres años con los cabellos revueltos.

— Cariño — Emma la tomó entre sus brazos y le dio un beso en la mejilla — te dormiste mirando caricaturas y mamá te llevó a tu cuarto.

— Yo quería dormir con ustedes — se quejó abrazando a su madre.

— Esta noche dormirás con nosotras ¿está bien? — la rubia la sentó en un taburete para prepararle el desayuno.

Ese día se cumpliría uno de los sueños más importantes de Regina. Luego de tres años trabajando en el Culina, asistiendo a clases de Gastronomía, ahorrando dinero y haciéndose un nombre como chef, por fin inauguraría su restaurante. Las cosas no le resultaron tan fácil como muchos creían. A pesar de estar casada con Emma y tener a su entera disposición una gran fortuna con la que podría tener el mejor restaurante de la ciudad, ella prefirió ser Regina Mills, la chef, no solo la esposa de la señora Swan. Había separado su matrimonio de su trabajo y se preocupaba por dejar claro que no tenía interés en el dinero de su mujer. Ella era excelente en lo que hacía, poco a poco fue perfeccionando sus técnicas hasta sentirse bien con ella misma al punto de decir "ahora si me siento preparada para hacer esto sola"

Orgullo, eso era lo que sentía Emma, había cerrado tantas bocas de gente sin escrúpulos, que le decían que una muchacha de esa edad solo estaba con ella por dinero. Su morena había demostrado lo contrario. Sentía su amor, la devoción que le dedicaba a ella y a su hija, la sorprendente madurez con la que enfrentaba las cosas. Tantos: "Emma, te amo, muchas gracias, pero yo puedo hacerlo por mi cuenta"

La chef le había dicho que su papel ese día sería estar sentada junto a su hija y demás seres queridos para disfrutar con ella del sueño de su vida.

— Cariño ¿qué quieres desayunar? ¿Huevos o cereal? — propuso la rubia a su hija.

— Huevos, mamá — contestó contenta.

— ¡Oh, esa es mi pequeña Swan! — Emma le revolvió los cabellos que lucían idénticos a los de su esposa.

Emma adoraba que a la niña no le gustara peinarse, sentía que era como tener una réplica de su esposa de pequeña: su color de piel, los cabellos, su hermosa sonrisa, pero tenía "unos bellos ojos Swan", como les llamaba la rubia. Ni hablar de los modales impertinentes que tenía a veces, que la morena le reprochaba a señora Swan que eran por su culpa.

Después de desayunar la rubia pasó tomando el sol con su hija en la piscina, luego se arreglarían para acompañar a Regina a su restaurante.

— Ah, con que disfrutando del verano ¿y sin mí? — reclamó la morena que apareció frente a ellas.

— Mamá — se lanzó a abrazarla la niña.

— Bebé, creí que ibas a pasar ocupada todo el día ¿pasa algo? — con su hija en brazos Regina se acercó a besar a su esposa.

— Te ves preciosa con ese traje de baño, señora Swan, cada día estas más guapa — le cerró el ojo la morena.

— Mamá ¿por qué le guiñas los ojos a mamá? — frunció el ceño la niña observándolas ambas.

— Me pica, cariño — ambas sonrieron con complicidad — quería pasar un rato con ustedes, me siento nerviosa y solo ustedes me calman — se sonrojó la morena.

SEÑORA SWAN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora