Capítulo XVII

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Cuando era pequeña mis hermanos y yo fuimos con mi tía Isa a Barcelona de vacaciones dos semanas, dos de las mejores semanas que recuerdo de antes de que todo se torciera. Visitamos todo le que pudimos, desde el Parque Güell, la Sagrada Familia, la Barceloneta, las atestadas Ramblas, etc; todo lo que pudimos, pero lo que más me llamó la atención fueron las vistas desde lo alto del Parque Güell, esas vistas me trasmitían una tranquilidad que no conseguía en ninguna ciudad.

Justamente estaba esperando en el hall del hotel que habíamos cogido Andrea antes de que ésta tuviera que encerrarse en los procesos de casting. Al principio, cuando le conté el plan a Óscar, mi tía, y mi jefa, ninguno estuvo muy por la labor, sobre todo por las circunstancias, pero al final me salí con la mía, en el caso de mi jefa ayudó que le contara la situación en la que estaba, con la consiguiente necesidad de abandonar el trabajo en unas semanas, aunque me fastidiara mucho tener que depender de los capítulos que mandara a la Editorial, porque sí, después de consultarlo con mi tía y su abogado decidí firmar el contrato, y con su consiguiente asignación monetaria. Seguía sin creérmelo.

Al final conseguimos convencer a todos de que era lo mejor, unas vacaciones, que me despejara en una ciudad preciosa y cosmopolita, que me daba una inspiración que no tenía precedente, además el último empujón fue que las idas y venidas al hospital se vieron interrumpidas por el consejo de mi oncólogo de descansar en casa, de respirar aire puro. Mi cansancio continuo seguía ahí, me había empezado a sangrar la nariz y a caer un poco el pelo por el estrés, y sin necesidad de quimio, pero todavía podía hacer una vida normal, y unas vacaciones lo eran.

· ¿Vas a bajas de una puñetera vez?- le escribí a Andrea, la cual, para sorpresa mía, estaba enfrascada en arreglarse en la habitación.

Justo cinco minutos después de mandar el mensaje la vi acercarse por las escaleras.

· Qué impaciente chica.

· Ni impaciente ni leches en vinagre, tía que son ya las once y no nos va a dar tiempo a ver nada.

· Anda, exagera- me dice mientras se hace una coleta alta y se acomoda la bufanda para evitar el frío-. Nos da tiempo de sobra, además tenemos un guía perfecto.

· ¿Tu amigo?

· Sip, el pobre no puede quedar con nosotras hasta después de comer, sobre las cinco, pero te aseguro que te va a encantar.

· Seguro que sí, pero ahora a mover el culo, que quiero llegar al Tibidabo o antes de que se haga de noche.

· Madre mía, te odio.

· No, y lo sabes, además, gracias a mí te has decidido por una maldita canción por fin.

· ¿Cómo que gracias a ti? Si son mis canciones- me dijo, indignada, pero esta vez no tenía razón, y ella lo sabía.

· Si, pero ¿quién te ha ayudado a elegir en esa cabeza dura que tiene? – viendo que no tenía escapatoria se rindió, acomodándose la bandolera y saliendo por la puerta. Yo la seguí.

· Vale, tienes razón, y ahora mátame viendo esta ciudad.

Las horas siguientes las pasamos explorando, básicamente, conseguimos llegar a lo alto de la montaña del Tibidabo, con sus espectaculares fotos, algunas de ellas que se van directas a mi galería. Además, cuando estábamos recorriendo el barrio Gótico, antes de comer, incluso encontramos una librería de estas antiguas, y junto a ella una tienda de vinilos preciosa, o sea, ganamos las dos. En esa tienda encontré una edición preciosa antigua de Luces de Bohemia de Valle-Inclán, uno de mis libros preferidos, y no podía estar más feliz. Comimos en un pequeño puesto cercano, un aperitivo la verdad, para luego ir a la Barceloneta, a esperar a su amigo.

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