Capítulo XXV

12 2 5
                                    


Las siguientes semanas fueron frenéticas. Por un lado las reuniones con Rebeca, el artículo iba cogiendo forma, al igual que el libro. Rebeca seguía comportándose como una auténtica profesional, aunque algunas veces no dejaba de darme mala espina insistiendo demasiado en ir a casa, en ver mi lugar de trabajo, y yo una y otra vez le decía que no, que no quería, que era demasiado personal. Un día me acompaño Óscar a la sesión de fotos y noté algo raro en ella, como si estuviera pendiente de otras cosas, volviendo a ser esa chica que conocí en la convención, demasiado cercana a él.

En ese momento no le di importancia, pero fueron demasiadas señales, que si me acerco un poco para hablar con él, que si toco por aquí, que si me río por cualquier cosa, y no hacía otra cosa que mosquearme más y más. Estaba tan mosqueada y enfadada que hasta María se dio cuenta, pero no quería volver a la Alba de antes, a la Alba celosa, por lo que confié en que eso no fuera a más. No tenía ninguna razón para dudar de Óscar, pero me mantuve aún más profesional y fría con Rebeca, solamente hablábamos de trabajo.

Por otro lado tenía la casi finalización de mi primer libro, algo que me tenía que me subía por las paredes, en el buen sentido, por supuesto. No podía creer que mi sueño se estuviera haciendo realidad. Esa ilusión que desde pequeña me invadía, eso que había imaginado cada vez que me sumergía en las páginas de mi libro del Hobbit. Además de todo eso había hablado con Ari y Carlos para ir a verlos para Navidad, pasaría la Nochebuena con ellos y luego iría a Santiago a la casa de Óscar y su tío y sus primos para Noche Vieja. Estaba que explotaba de felicidad, que potaba arcoíris básicamente.

Lo tercero era el hospital. Seguía igual, no había progresos ni para mal ni para bien, pero cada día lo cogía con más ganas, aunque me dejara reventada. Sergio me decía que no debía perder la esperanza, y es imposible no hacerlo cuando te lo dice con ese entusiasmo, la verdad. Aunque me tenía que quedar muchas veces ingresada de un día para otro, tampoco me importaba demasiado porque Isa, Carla, Luis, Óscar, y ahora María no se separaban de mí, y aunque a veces era un poco agobiante, no podía dejar de sentirme como en casa.

Por último Andrea. No había momento que no la viera a través de la pantalla, no me perdía nada de lo que estuviera haciendo. Se le notaba que al principio, esos primeros días, se cortaba mucho, pero con el tiempo, y con el correr de los días hasta la primera gala, se volvía ella misma cada día, y lo mejor era la reacción de los fans del programa. Había mucha gente que estaba empezando a seguirla, y su cuenta de Instagram no dejaba de correr de fans, incluso se creó un club de fans, aunque muy minoritario.

Esa primera semana le tocaba con un chico majísimo, Pablo, una canción preciosa, "El Hombre del Piano", la versión de Ana Belén y Víctor Manuel, y le quedaba que ni pintada. Al principio no sabía por dónde cogerla, y por supuesto se puso súper nervios en el primer pase de micros, pero luego, con los días, se iba convirtiendo más y más en la Andrea que yo conozco, en la que se plantaba en cualquier bareto de Madrid a cantar sus canciones, y cómo no, en la Gala lo petó, tanto ella como el chaval, y no podía estar más orgullosa.

Y así durante las semanas siguientes, superándose cada día, canción tras canción. Era tal la popularidad que estaba cogiendo que hasta nos organizamos Carla y yo para abrir el Club de Fans Oficial. Andre de por sí no tenía mucha familia, sus padres habían muerto en un accidente de coche, y no tenía ni abuelos y ni hermanos, los únicos que tenía éramos nosotros, por lo que decidimos hacerlo. Con el historial que tenía este programa Andrea lo iba a necesitar cuando saliese. Y cómo no Eva estaba metida.

La verdad es que nos lo pasamos en grande durante esas semanas, hasta que pasó la fatídica llamada. No pudimos dejar de estar nerviosos, Eva más que ninguno porque no sabía a qué enfrentarse. Estábamos preparados para todo, pero no para una Andrea llorando una y otra vez, y riendo al mismo tiempo. Era muy surrealista. No nos dejaron estar más de un par de minutos, pero nos sentaron como agua de mayo, a cada uno. Fue graciosísimo porque ya sabía a lo que venía, pero creo que no se esperaba tanta gente, estaba hasta mi tía Isa que la había adoptado como a una hija más.

El Inicio del AlbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora