Capítulo XXIII

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El día siguiente fue una tortura, tuve consulta en el hospital, otra vez, por la tarde, pero por la mañana tuve que atender a la condenada reunión entre Paula y el señor Buenaventura. No quería ir, confiaba todo a Paula, pero entendía que siendo parte importante de mi trabajo, y un medio que me podía dar a conocer a nivel nacional. A pesar de todo después de la primer sesión de quimio de ayer era lo menos que quería hacer.

Antes de la hora estaba entrando por las puertas de cristal de las oficinas centrales de la revista "Joven Promesa". Eran impresionantes, con un hall de entrada en el que entraban 20 habitaciones del tamaño de la mía. Me acerqué a la recepcionista, le di mi nombre y subí al último piso. Cuando estaba caminando en dirección al despacho del señor Buenaventura, según me indicó una chica muy maja, vi a Rebecca en un despacho continuo, de cristal, por lo que se le podía reconocer fácilmente, hablando con un chico, suponía, que estaba de espaldas.

No reconocía qué estaban diciendo ni a la otra persona pero lo que parecía era que estaban como discutiendo. No lo reconocía, pero no sé... esa espalda me resultaba muy familiar... Y tampoco me dio tiempo a pensar nada más porque del despacho principal salió el señor Buenaventura.

· Llega usted temprano señorita Fernández. – me dice él, sonriendo y saludándome estrechándome la mano. Él me daba tanta ternura.

· Tenía tiempo.

· Bueno, debemos esperar a su agente pero puede usted entrar.

Cuando entré en esa estancia mi cara debió de ser un auténtico poema. Era enorme, con de la misma factura que el de Héctor González, con una pared entera para las portadas de los últimos meses. No podía creer que esto me estuviera pasando.

A los pocos minutos llegó Paula y nos pusimos a trabajar. Me enteré ahí de que ella y Ángel, con la maldita ayuda de Rebeca, que entró en el despacho sin que nada hubiera pasado, intenté ver si el chaval que se iba lo conocí pero no conseguí distinguir su cara. Paula y Ángel habían concretado que unos días, sin que eso afectara a mi tratamiento y a mi trabajo de escritura, vendría a este mismo edificio para hacer una entrevista y un reportaje fotográfico sobre mi proceso de escritura, mis referentes, qué me inspira, etc.; y que lo acordaríamos en las siguientes semanas. Además de eso Rebeca me acompañaría durante los días que estuviera de promoción antes, en las semanas siguientes, para conocerme más y así plasmarlo en el reportaje. Yo acepté todo, aunque insté a los posibles problemas por mi tratamiento y mis compromisos con la Editorial. Ante eso Ángel no puso problemas, aunque no estaba muy contenta Rebeca, pero francamente me daba igual.

Salí de ahí con un reportaje firmado y con la primera sesión para la semana que viene, y no podía estar más feliz, aunque todo se podría haber truncado por la conversación que mantuvimos Rebeca y yo en el ascensor.

Estaba entrando y rezando para que nadie fuera conmigo, Paula se había quedado para concretar más cosas con el señor Buenaventura, cuando las puertas se cierra, pero como en todas las películas una mano se pone en medio de estas, pera evitar su cierre.

· Lo siento cariño, que tengo prisa – yo quería ser buena persona, educada, y no decir nada, pero que se tomase esas libertades cuando no me conocía de nada, tenía narices.

Era un edificio grande por lo que sabía que íbamos a tardar bastante en llegar al bajo, y no podía esperar para ello.

· Me hace mucha ilusión trabajar contigo.

Yo seguía sin responderle, no quería decir algo de lo que luego me iba a arrepentir. Seguía diciéndome lo importante y enriquecedor que sería trabajar a mi lado, conocer mi vida y mi modo de trabajar. Yo no podía estar menos ilusionada. Estuvo en las mismas durante unos minutos, pero hubo algo que me despertó mis nervios.

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