Capítulo VIII

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Acabé esa última frase mirando hacia los columpios del parque, de pie, y sin dirigir mi mirada a Óscar. No pude dejar de fijarme en lo felices que parecías esos niños, no tendrían a penas 5 años. Pudieron pasar horas o segundos, no tengo ni idea, pero se me hizo eterno ese silencio, un silencio pesado, cargado de muchos sentimientos y temores. Sabía que me podía pasar lo peor al contarle esto, que dejase de hablarme, entre otras cosas, pero tenía que hacerlo, no podía seguir así, necesitaba contárselo.

Estaba tan metida en mis pensamientos que no me di cuenta de que Óscar se había levantado y estaba caminando de un lado para otro, parecía que quería hacer un curso en la gravilla, nervioso y pasándose la mano cada poco por la cara, un tic nervioso que tiene desde sus primeros años en el conservatorio. No podía aguantar más.

·     Por favor, di algo, lo que sea, como si es para no querer hablarme más, pero di algo- le rogué casi, con un nudo en la garganta asfixiante.

·     Dime que al menos no volviste a hablar con él- me dijo, todavía sin mirarme a la cara.

·     ¿Cómo? ¿Es lo único que me vas a decir? ¿No te doy asco? - le pregunto con incredulidad, sin acercarme todavía, con miedo incluso de girar la cara, con miedo que esa conexión que sentía en las últimas semanas y a la que me llevo negando mucho tiempo sea tal que la conversación pendiente se enquistase.

Esa última pregunta debió de ser la gota que colmó el vaso ya que giró la cabeza a una velocidad inusitada y clavó su mirada en mí, una mirada que hablaba de muchas cosas, pero sobre todo de admiración, un sentimiento que llevaba mucho tiempo negándome a ello.

·     Dios Alba, ¿En qué mundo pudiste pensar que te tendría asco? - medio gritó- a lo único que tengo asco es que tuvieses que pasar por ello. Joder, solamente me hace querer conocerte más, sabía que era una persona muy fuerte, generosa y dios, eres única, pero esto, madre mía, ESTO, solamente me hace querer conocer todo, lo bueno y lo malo- me dijo, acercándose poco a poco, llevando a cabo un giro total de 180º a la conversación.

Sinceramente después de meses de auto flagelarme, de no quererme a mí misma, de tener episodios de una depresión que solamente disminuía con él, con Andrea, con lo que he creado en Madrid, no me lo podía creer. Probablemente viendo en mis ojos la batalla que se estaba librando en mi cabeza acabó con la distancia entre nosotros, rodeó con sus manos, con esos dedos largos perfectos para tocar el piano, mi nuca y juntó sus labios con los míos. Fue un beso corto, casi no se puede denominar como un beso, un simple roce, pero un roce que me creo una sensación increíble en la boca de mi estómago. En nada se separó, pero no mucho. Apoyó su frente con la mía y con los ojos cerrados, algo que yo no podía porque sentía que quería recordar ese momento, me soltó:

·     Nunca podría rechazarte por ello Alba, nunca- y me sonrió de una manera que me hizo olvidarme de todo y de todos, de que Alejandro estuviera en Madrid, de mi familia en mi pueblo, de todo.

·     ¿En serio? - le pregunté, en cierta manera con la boca pequeña.

·     Dime una cosa- me dijo en broma, separándose esta vez más y dejándome con una sensación muy desagradable de vacío- ¿Por qué eres tan tozuda? - y ya mirándome con una mirada divertida me soltó- Madre mía lo que me espera.

Siguiendo la conversación que acababa de abrir le dije:

·     Ahora dime, ¿Qué se supone que te espera? - le pregunté también en broma, esta vez acercándome yo, ilusionada.

·     Sinceramente no lo sé- me respondió, volviendo a ladear la cabeza para besarme, y esta vez me aseguraría de que durara más- pero quiero descubrirlo.

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