DIECISIETE

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El cielo terminó de encapotarse para cuando ambos terminaron de cenar. Sakumo no hablaba de nada y solo miraba como su hijo había dejado en el plato más de la mitad de la cena. Habían pasado tres noches desde que encontró a Kakashi bebiendo a solas en su habitación, o eso lo que él creía que había pasado. Desde ese día su hijo se había enrarecido aún más, sin embargo no se veía tan triste; como si hubiera habido un gran cambio en él. Algo le había pasado.

Sus dudas se reafirmaron cuando aquel día Kakashi apareció para cenar vestido con ropa de calle. Durante la cena ninguno había dicho nada, todas las cenas solían ser así y Sakumo respetaba el silencio de su hijo pero esa noche no podía seguir ignorando ni el hecho de que no iba en pijama ni lo que había visto días atrás. Le había dado tiempo a Kakashi para sincerarse y eso no había ocurrido, así que no le dejaba otra opción.

—Kakashi, yo... Estoy preocupado por ti, quiero hablar contigo.

De pronto como si no hubiera oído ni una sola palabra Kakashi se puso de pie y se dirigió a la salida de la cocina.

—Papá, esta noche voy a salir.

—¿¡Qué!? No —fue lo primero que le salió de lo más profundo de su corazón. Kakashi le miró descolocado; no podía prohibirle eso. No podía prohibirle nada—. Lo siento... Quiero decir ¿cómo que salir? ¿a dónde? ¿con quién?

Kakashi miró al reloj que colgaba de la pared, pensando muy bien cuáles serían sus siguientes palabras; martirizándose por no poder mentir a su padre.

—Tengo una cosa que hacer —se giró e iba a irse pero Sakumo caminó hasta a él y le impidió el paso.

—No, Kakashi, ¿qué me ocultas? Kakashi...

—Nada, solo necesito hacer algo.

A Sakumo le temblaba la mirada, veía determinación en los ojos de su hijo y temía que la decisión que tuviera en mente fuera la peor.

—Kakashi... Llevas dos días muy... diferente. Sabes que puedes contarme lo que quieras, Kakashi... Yo... —le agarró fuerte el brazo; aferrándose a él—. Dime qué te pasa por la cabeza, hijo.

Kakashi le miró muy fijamente; su padre estaba totalmente destrozado. Él llevaba dos días sin parar de pensar en la grabación de Iruka, de hecho la había visto varias veces y cada vez que la veía no podía evitar sentirse culpable y preocupado por la situación de Iruka, sin ver en cómo eso afectaba a su padre.

—Es algo que tengo que aclarar. Te prometo que no estoy pensando en lo que crees, papá. Solo saldré unas horas y volveré a casa; te lo prometo.

Sakumo sentía que perdía a su hijo y no podía hacer nada. ¿Qué se supone que hace un padre en una situación así? Creía en que su hijo no le mentiría de forma tan cruda a la cara, pero ya lo había hecho. También creía que no volvería a hacerse daño a sí mismo, pero eso también lo había hecho. Pero qué podía hacer... No podía impedirle salir por si era la última vez que lo veía. Si alguna vez tomaba esa decisión él no iba a poder impedírselo eternamente. Notó cómo le empezaba temblar el labio.

—Esperaré a que llegues a casa, Kakashi. Estaré esperando a que vuelvas. Lo sabes.

—Lo sé —Kakashi le apretó el brazo en un gesto cariñoso y después se fue.

El limpia parabrisas iba de un lado a otro arrastrando el agua que caía a plomo. Estaba aparcado enfrente de casa de Iruka sin perder detalle. A las nueve y veinte, como Kakashi sabía, el portón se abrió y salió Iruka con un chándal negro y la capucha puesta. Kakashi sintió una sensación nostálgica y agradable al saber que Iruka no había cambiado sus costumbres y aun había cosas de él que conocía: como sus horarios. Iruka desplegó un paraguas y salió a la calle. Kakashi encendió el motor y le siguió.

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