capitulo12

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Admitir su vergonzoso secreto en voz alta dolía, pero no tanto como el recuerdo de por qué su loba ya no salía a jugar.
Ella debería haber sabido que Hayder no se conformaría con su palabra.
—¿Qué quieres decir, con que no puedes cambiar? Eres una loba. Puedo olerlo.—
—Yo solía ser una loba querrás decir. Ahora ya no es así. No he sido capaz de convencer a mi otro lado de que salga en años. Ni siquiera en la luna llena. — Cuando el deseo de cambiar es más fuerte.
—¿Por qué? —
Se le ocurrió decirle que se metiera en sus asuntos. Ella no quería admitir su
vergüenza en voz alta, pero sabiendo cómo era Hayder, a pesar del poco tiempo que
hacía que lo conocía, lo conocía lo
suficientemente bien como para saber que no lo dejaría pasar. Podría también decirle la verdad y terminar con el asunto.
—Intenté escapar hace un tiempo. O, más bien, mi loba lo hizo. Ella, es decir,
nosotras fracasamos. Cuando Harry me encontró, él y sus compinches me golpearon.
Mal. Tan mal que mi loba se retiró y no ha salido desde entonces. — Por un momento no dijo nada, y temía mirarlo. ¿Sería finalmente disgusto lo que mostraría por su debilidad? ¿Finalmente se daría cuenta de lo equivocado que estaba en su creencia de que se pertenecían? Un hombre como él merecía a alguien fuerte. Alguien…
— ¡Deja de hacer eso! — gritó.
Asustada, ella levantó la cabeza.
—Lo siento.
—Lo siento ¿por qué? No tienes nada de que disculparte.
—Pero te hice enojar.
—Rayos, estoy enojado, bebé, pero no contigo, aunque estoy cabreado de que sigas pensando que voy a hacerte daño cada vez que hablas. A la única persona que
quiero hacer daño es a ese imbécil que te hizo esto. Con él es con quien estoy enojado.

Él y toda esa jauría de cobardes que pensaban que estaba bien dejar que un
hombre golpeara a una mujer. — Su vehemencia, lejos de asustarla, trajo una sonrisa a sus labios.
—Sé que no me harás ningún daño.
—Por fin lo admites. Estoy impresionado. —
Su nariz se arrugo.
—¿La arrogancia es un rasgo de león?
—Nope. Eso es todo mío, bebé. Ahora me siento bastante cerca de estar genial.
Empecemos de nuevo enfocándonos en ti. Eres un cambiador. No importa lo que te ha
ocurrido, eso no ha cambiado. Apuesto que la loba sólo tiene miedo a salir. Pero ella
no necesita tener miedo nunca más. Dile que es seguro salir. — Sus labios se cerraron.
—He intentado comunicarme con mi otra mitad. Ella no contesta. Ni siquiera
puedo sentirla ya. Es como si hubiera desaparecido. — No le mencionó el hecho de
que le parecía haber escuchado su susurro unas cuantas veces desde que lo había
conocido. Ella todavía estaba intentando convencerse a sí misma de que no lo había
imaginado.
—Ella no se ha ido. Permíteme intentarlo. Hey, tú, la loba dentro de mi bebé, ¿te molestarías en salir un poco? Arabella aquí realmente te extraña. — Nada.
Ella sacudió la cabeza.
—Aprecio lo que quieres hacer, pero no funcionará. — cómo había intentado y
tratado de hacer reaccionar a su lado peludo, una respuesta, cualquier cosa.
—Tal vez sólo necesita que se le recuerde lo qué se siente al correr libre. — La incomprensión brilló en los ojos de ella mientras veía como sus manos iban
al dobladillo de su camiseta. Se las arregló para sacársela, a mitad de camino antes de
que ella le preguntara,
—¿Qué estás haciendo? —

—Me desnudo. Odio el cambio completamente vestido. Porque ir a comprar
nuevas prendas apesta. 
—¿Por qué el cambio?
—Para ayudarte, por supuesto.
—¿Qué te hace pensar que el cambio va a ayudar?
—La loba tiene miedo de salir. Así que mi razonamiento es que no hace daño
dejarla ver que ella está en un lugar seguro donde puede ser ella misma. Y si eso no
funciona, entonces tal vez un una carrera por el bosque la convenza. 
—¿Te vas a correr?
—Sip. Y vienes conmigo.
—No puedo ir contigo. Nunca seré capaz de mantener el ritmo. — Ni deseaba el recordatorio de lo que ella ya no podía disfrutar.
Él no prestó atención a sus protestas. Aparentemente su león estaba
reventando por salir. La ropa golpeó el suelo. Piel desnuda, bañada por la luz del sol
caliente y objeto de una muy –demasiado– interesada mirada. Una mirada que no
pasó inadvertida comprendió, su observación atenta pasó por su rostro y descendió.
Oh Dios.
Ella volteó su cabeza y por lo tanto se perdió su transformación.
Con un rawr que vibró en sus huesos, Hayder cambió de forma. Se escuchó un sonido animal.
Como la tentación de su carne se había ido, ella se atrevió a mirar de nuevo y, a
continuación, lo observó. Ella balbuceó,
—Tu león es hermoso.
Y lo era. Hayder estaba sobre sus cuatro patas, pecho orgulloso, cabeza alta, su
cola se agitaba y sacudía la cabeza, el pelaje de su melena alborotada por el viento.
Esta bestia era majestuosa. Con razón era una persona engreída. Ella captó el
guiño que le lanzó mientras se levantaba admirándolo.
Necesitaba distracción, ella miró a su alrededor, sin embargo, nada realmente
llamó su atención.
No mires. Ya tiene una cabeza bastante grande. De hecho, dos de ellas.
¿Por qué cuando pensaba en él sus pensamientos sin duda terminaban en la
cuneta sucia de su mente? Necesitaba algo que hacer con las manos, algo distinto a
querer acariciar su pelaje rojizo y ver si era cierto que los leones no ronroneaban.
Me gustaría acariciarlo y verlo por mí misma.
Pero no lo haría.
Al agacharse para agarrar su ropa del suelo, Arabella captó el olor almizclado de
su colonia aferrándose a su camisa, y el olor más agudo de su depredador.
Ella estornudó. Unas pocas veces. Suspiró.
Ellos realmente tendrían que hacer algo al respecto. Tal vez debería atender lo
que los médicos le dijeron años atrás.
Mírame, pensando en un futuro que implica gatos. Un gato.
Una imposibilidad.
Ella depositó su ropa en el coche, plegada en una pila ordenada, los años de
hábito en la limpieza significaba evitar aún más arengas. Cuando ella cerró la puerta
del vehículo, Hayder embistió con la cabeza contra ella. Prácticamente golpeándola.
Tenía una bonita cabeza, grande, esponjosa.
—¿Qué es lo que quieres ahora? 
Él la miró fijamente, su mirada inquisitiva.
—No, a pesar de tu cambio, mi loba todavía no está hablando. — A pesar de que podría haber jurado que sintió un segundo par de ojos espiando.
¿Estás ahí? Puedes salir. Es seguro.
Nada, pero la sensación voyeurista se mantuvo.
Parece que Hayder no se contentaba con una simple admiración. Él la empujó
de nuevo y luego hizo un deslizamiento lento terminando junto a ella. Su cola se
crispó, golpeándola como un látigo serpenteante.
—Deja de hacer eso.
Él tembló de nuevo, y esta vez, la punta de su cola le hizo cosquillas en la parte
inferior de la barbilla. Ella aumento la distancia.
—Lo digo en serio. Para. No sé lo que quieres de mí. Ella no va a salir.
Los ojos ambarinos que la examinaban en medio de una melena hirsuta
parecían pedir algo.
Ella frunció el ceño.
—No entiendo.
Él sacudió la cabeza y emitió un suave gruñido. Quería algo.
—¿Qué? ¿Qué deseas? No voy a cambiar. Así que si estás esperando por mí,
tendrás que esperar un largo rato. Ya puedes ir a hacer tu carrera. Yo te esperaré
aquí.— Y esperaba no tener que hacer frente a nadie de su viejo clan. Hayder parecía
convencido de que este lugar era seguro, pero Arabella no podía detener sus dudas.
El zumbido de una abeja solitaria impidió que el silencio fuera completo. Ella
fingió interés en el batiburrillo de adiciones a la casa de campo. Ella esperó. Él esperó.
—Estás perdiendo la luz del día, — le recordó.
No la dejó. Inclinándose, frotó el costado contra sus piernas. Él resopló, un
bufido de aire y sonido.
Seguramente él no estaba insinuando que debería...
—¿Estás tratando de que yo suba?
De ninguna manera. Ningún león jamás se dejaría cabalgar como un pony.
Una vez más, él le dio un empujón.
Di no. Esto es una locura. No lo hagas.
Haciendo caso omiso de su voz interior, ella pasó una pierna por encima de su
ancha espalda. Ella quedó a horcajadas sobre él, impresionada por su tamaño. Sus pies
no se acercaban a tocar el suelo. Se tambaleó encima de él cuando dio un paso.
Sintiéndose perder el equilibrio, sus manos salieron disparadas y se prendieron de lo
primero que encontró.
Su melena.
Mientras se las arreglaba para mantener el equilibrio, ella se quedó inmóvil, en
parte horrorizada. Todo el mundo sabía lo sagrada que era la melena para un león.
Había oído hablar de guerras de clanes comenzado por un insulto al orgullo y alegría
de un felino.
Sin embargo, allí estaba ella, con la melena del beta del orgullo más potente en
esta costa, como un freno.
Él la comería, seguro.
Contuvo el aliento esperando. Aunque tampoco lo soltó, sus músculos
bloqueados en su lugar.
Pero él no la volteó. Ni clavó sus poderosos dientes en ella. Él caminó.
Con un paso flojo de piernas, la llevó. Probablemente sólo quiere sacarme de la
calzada antes de que pierda los estribos peludos y me coma. Limpiar la sangre del
asfalto y el hormigón nunca fue divertido. Ella lo sabía. Las noches de póker con Harry
y sus compinches siempre habían terminado en violencia.
Llegaron a la sombra del bosque, la luz del sol se filtraba por las hojas verdes, y
él todavía no reaccionaba porque ella se aferraba a su melena.
¿Era posible que no le molestara? ¿No había visto un montón de ejemplos de
que Hayder era diferente de los hombres que había conocido estos últimos años? Una
y otra vez, se lo demostró.
Cuanto más tiempo pasaba y él no reaccionaba, más se relajaba ella. A medida
que la tensión disminuyó, comenzó a disfrutar de su entorno, un entorno hermoso y
tranquilo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había entrado en un bosque?
Demasiado. Habían pasado años desde su última visita al mini bosquecillo en el
parque que se le permitía visitar cuando vivía con su viejo clan. Las salidas
supervisadas después de su huida habían sido otro ejemplo más de la falta de libertad
en su miserable vida. Pero incluso un guardia que la miraba lascivamente era mejor
que nada. Excepto que nada fue lo que le pasó. O los mini bosques no la atraían o bien
su lobo realmente se había ido. Una vez que se dio cuenta de que su lobo no saldría
nunca más, ella dejó las visitas al parque. ¿Para qué torturarse a sí misma?
Pero, ¿cómo se había perdido la belleza de la naturaleza?. La tranquila
serenidad del bosque salvaje la rodeó, una tranquilidad compuesta de sonido natural.
Siempre hubo una abundancia de esto en el mundo, desde el suave zumbido de los
insectos al susurro suave de la brisa a través del follaje. Lo que le faltaba era el caos de
la industria y los seres humanos.
La abundancia de vida vegetal llenó sus sentidos visuales con los suaves tonos
de verde y marrón, intercalados con el ocasional estallido sorprendente de color,
resultando un alivio después del control excesivo y las luces de la ciudad.
Lo mejor de todo era el olor. Puede algo de verdad compararse al olor quebradizo del follaje, un fuerte sabor puro que gritaba vida, los fascinantes aromas de las criaturas que vivían entre las raíces y las ramas y luego la riqueza de la tierra, la húmeda y sin embargo sana. El ocasional botón de una flor proporcionaba un toque de dulzura. Tal era la sinfonía de olores.
Ella inhaló, empapándose profundamente del aire fresco. Qué maravilloso.
Cómo…
Hey, señorita, te extrañé.
La repentina observación la sobresaltó. Ella se puso rígida. ¿Eres tú?
Por un momento, pensó que su otro lado no respondería. ¿Me lo habré imaginado?
Estoy aquí.
No fue tanto lo que hablaron, sino la sensación. Una comunicación basada
menos en palabras, y más en los sentimientos.
Pensé que te habías ido. Y ella había llorado la pérdida profundamente. Ocultación. Permanecía fuera del camino.
Pero no tienes que ocultarte. Somos libres ahora.
Eres libre y no me necesitas.
Con eso, la presencia desapareció, y Arabella casi se preguntó si había
imaginado todo el asunto. Excepto…
No. Ella había hablado con su loba. Todavía estaba allí. Queriendo salir, pero
tenía miedo.
Quizás Hayder tenía razón. Tal vez su loba necesitaba una demostración de que
era seguro salir, para recordar la parte alegre de ser loba.
Con la esperanza de que él la entendiera, se inclinó hacia adelante,
prácticamente soldándose a sí misma a su espalda, hundiendo su rostro por un
momento en la melena, sus piernas presionando firmemente contra sus costados.
Intuitivo a su petición tácita, se impulsó hacia adelante, y ella tuvo que apretar
su agarre. Ella se aferró mientras Hayder corría por el bosque. Se aferraba a la espalda
musculosa y peluda del león. Se destacó el rol de los poderosos músculos. Disfrutando
de la brisa que corría por su pelo y por la melena del león, la cual, a pesar de que le
hacía cosquillas en la cara, no la hacía estornudar.
Buena cosa. Un buen ¡achoos! y ella podría haber volado de su espalda. Su
carrera los llevó por el borde del bosque a un campo de oro. Varios acres de tallos
balanceándose alrededor.
Se zambulleron en ellos y las hebras parecidas a un látigo le hacían cosquillas
en su piel y se enredaban en su pelo. No podía dejar de reír en voz alta, todo el miedo
y las preocupaciones abandonados en ese momento mientras dejaba que un humilde
campo de trigo le recordara los placeres simples de la vida.
¿Recuerdas cuando solíamos jugar en los campos de nuestra casa? Nos
escondíamos y mamá hacía que Jeoff nos buscara. Su loba no respondió, pero podía
haber jurado que escuchó y recordó la emoción de andar furtivamente a través de los altos tallos de trigo. Deslizándose cuidadosamente para minimizar el ruido y el
movimiento.
Un lobo más sigiloso que un zorro, como su hermano solía decir.
¿Estaba siendo tan difícil como esa chica de hacía mucho tiempo?
Se bajó de la espalda de Hayder. De inmediato se detuvo y se volvió para mirarla. Un león preocupado era un espectáculo digno de ver. Ella se rió mientras le acariciaba.
—Eres una bola de pelo gigante. ¿Alguien más sabe que eres tan tranquilo?
Un león rodando sus ojos; de seguro sería una sensación en Youtube. Si ella tan
solo tuviera una cámara.
—Quiero jugar un juego. — No podía creer que lo dijo, pero una vez que lo hizo, ella no se arrepentía. ¿Cuándo fue la última vez que se había desatado y vivido un poco?
Hayder tenía razón. Había pasado demasiados años encerrada, prisionera en su
propia casa, una prisionera de su vida y sus opciones. Ella también había pasado miedo
demasiado tiempo.
Era tiempo para vivir.
—Vamos a jugar a la caza de lobos. Excepto, que en este caso, creo que es más
una cacería de leones, o quizá cacería humana.
Él hizo un ruido.
Es curioso cómo podía jurar que lo entendía.
—Bueno, yo soy humana, por el momento, por lo que es apto. De todos modos el nombre no importa. Es un juego que jugué de niña con mi hermano. Era nuestra versión de las escondidas. Excepto que utilizábamos el trigo y los campos de maíz. Y el
ganador era el que lograra sorprender al otro. ¿Quieres jugar? 
El resoplido fue respuesta suficiente.
—Cuando diga vamos, cierra los ojos y cuenta hasta sesenta. Entonces, comienzas a buscarme. — La risa de Arabella revoloteó libre, mientras él se dejaba caer al suelo, agachó la cabeza y puso sus patas sobre ella. Su cola se agitaba.
Tic. Toc. Maldita sea, ella debía empezar a moverse y no mirar la influencia
hipnótica de su penacho.
Ella se deslizó a través del trigo, moviéndose rápidamente al hacer bucles y
cruces en su propio camino. Cualquier cosa para enredar su rastro de olor. También
atrapó flores y tallos secos en su camino. Cuando tenía un puñado, se las frotó sobre
ella misma, su ropa, su piel, enmascarando su olor y combinándolo con el del campo.
Luego dio vuelta atrás, moviéndose hacia la posición de Hayder.
Fue una buena cosa que ella prestara mucha atención debido a que casi no lo
vio deslizándose a través de las hebras ondulantes. Sólo las puntas de plumas del trigo y su balanceo agitado le hicieron saber su posición, una posición a la cual ella se
acercó.
Y lo tenía más cerca. Más cerca.
Su cola se crispó, justo en frente de ella, y su diablillo no pudo resistirse.

Ella la agarró y tiró.

Ella la agarró y tiró

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Cuando un Beta Ruge •||Saga El Orgullo Del Leon 2 ||• [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora