Las conversaciones pararon, cuando una resaltó. Las palabras, “mi compañera”,
quedaron colgando en el aire, y tomó un momento para que Jeoff y Arabella
explotaran.
—¡Por supuesto que no!, —Gritó el lobo.
—¡No, no lo soy!, —añadió Arabella.
—Creo que llegué justo a tiempo, — anunció Leo un segundo antes de que él
agarrara a un Jeoff balanceante. Dejó al hermano de Arabella en el sofá. —Quédate o
me siento encima de ti. — Un hombre sabio, –por poco tiempo– Jeoff no se movió.
—Te dijeron. — se burló Hayder.
—No me hagas ponerte cinta adhesiva en la boca de nuevo. — Cuenta con Leo
para bajarle los humos a Hayder.Pocas personas discutían con el corpulento hombre. Tampoco nadie le dijo que
saliera, incluso si Hayder realmente deseaba que tanto Leo como Jeoff se fueran para
poder reanudar el momento interesante que había compartido con Arabella justo
antes de que se desatara el infierno.
Por desgracia, a juzgar por la expresión cautelosa de Arabella, ese momento
sensual se había ido. Tendría que encontrar otra manera de recuperarla.
Pero primero tenía que convencer a Jeoff para que la dejara quedarse, así como
convencer a Leo de salir –sin forzar el momento de calmar al omega– para luego hacer que Arabella perdiera los hombros decaídos, ya que lucharon por ella.
Pobre bebé. Cuán abrumador debe ser esto para ella. Cuán molesto. Y en parte su culpa.Mierda.
Haciendo caso omiso de los demás, Hayder cayó de rodillas delante de ella.
—Lo siento, bebe. No te enojes. Me comprometo a comportarme. Después de
todo, es normal que tu hermano quiera protegerte, y no debería haber golpeado el
infierno fuera de él por eso.
—Creo que fue al revés, gato, — murmuró Jeoff.
—Shhh!, — Dijo Leo en un susurro. —Está pidiendo disculpas. No lo arruines.
La mirada fija de Arabella se concentró brevemente en Hayder.
—Está bien.
—No, obviamente no. Puedo ver que estás perturbada. Ya sabes que yo no
pensé que esto sucedería. Nunca quise molestarte.
—No estoy molesta por la lucha. — Sus labios se torcieron en una pequeña sonrisa. —Los chicos siempre serán chicos, solía decir mi mamá. Sólo lamento que causé todo este problema. Jeoff tiene razón. Yo no debería estar aquí.
—Ja. Te lo dije. — Jeoff cantó en señal de triunfo.
—Y yo no debería estar con tu clan tampoco. Este peligro se cierne sobre mí, debo huir del país y mantener mis problemas lejos de todos vosotros. — ¿Abandonar? Quería decir que no, pero su león habló primero.
Más como rawr.
¿Y en respuesta? Ella estornudó. Unas cuantas veces en realidad.
—¿Qué te pasa? — Jeoff pidió a su hermana.
—Alergias estúpidas, — se quejó.
Jeoff rió.
—¿Todavía sufres de eso? Eso es gracioso. Y sin embargo, el gato piensa que son compañeros verdaderos.
—Ella es mía, y unos pocos estornudos y saliva no van a cambiar eso.
—¿Estás completamente loco? — murmuró Jeoff.
—Absolutamente, pero los médicos dicen que no es un peligro para sí mismo o
el orgullo. Pero yo no lo empuje. Y teniendo en cuenta que estos dos están hablando
sobre el futuro, un futuro que no es nuestro para decidir, debemos dejarlos resolver
las cosas. — Sugirió Leo educadamente.
—Pero..
Jeoff nunca tuvo la oportunidad de terminar ese pensamiento porque Leo había
hablado. Y cuando Leo hablaba, actuaba.
—Sin peros. Tú. Ven. — Leo agarró por el brazo al hermano de Arabella, lo
lanzó por encima de su hombro, y se marcho fuera con una sacudida,
—No te equivocas en nada con la chica. No me gustaría tener que volver y darte una lección.
Tenía que amar a Leo –y temerle cuando decidiera meterse o invitarse a sí
mismo a los lugares. Aunque, si una persona sabía de antemano que iba a venir, que
duplicara su pedido de comestibles.
Nadie quería ver lo que sucedería si un enorme ligre –un raro hibrido de león y
tigre– estaba con hambre. Había rumores sobre él desde el tiempo que pasó en el
ejército. Rumores que Leo no negaría ni confirmaría.
El bastardo tenía la más fresca, más misteriosa reputación. Y sí, Hayder estaba
totalmente celoso.
Con la privacidad restaurada, Hayder volvió a Arabella para ver su mirada fija en los dedos de los pies de nuevo.
Le irritaba.
—Para. —
—Detener qué. —
—Detener la mirada de perrito abatido. Tú eres fuerte. Levanta la cabeza y demuéstralo. —
Ella sostuvo su cabeza bien alta y le lanzó una mirada.
—¿Podrías dejar de decirme qué hacer y pensar?
—No. No hasta que me digas que me vaya al demonio.
—Vete al demonio.
—Más alto.
—¡Arrrrghhh! — Ella gritó mientras se lanzaba sobre él y ambos cayeron al
suelo. El resultado fue que él quedó de espaldas y ella a horcajadas sobre él.
Impresionante.
—Eso me gusta más.
Ella le dio un golpe en el pecho, no lo suficiente para hacerle daño, pero lo
suficiente como para mostrar su agitación. Mejor que su expresión acobardada.
—Es completamente imposible razonar contigo.
—Nunca sientas que tienes que aplacarme. Dime lo que piensas. No siempre
estaremos de acuerdo, pero siempre debes hacerme saber tu opinión.
—Mi opinión es que estás demasiado lleno de ti mismo. —
—Si me lo permites, yo podría hacer que te llenes de mí mismo.
La insinuación hallo oro, o en este caso, rojo, sus mejillas cambiando de color.
Su olor cambió también, el almizcle de su excitación imposible de ignorar.
En lugar de ceder a su lujuria –triste miau– se levantó de encima de él.
Luego mantuvo la distancia lo mejor que pudo, mientras ella se obligaba a
desayunar algo –y que él trató de robar una sola vez. Ella estuvo a punto de apuñalarlo
con el tenedor. Después de que él sabiamente dejó su tocino ahumado en paz.
Al igual que la dejó sola cuando fue a darse una ducha.
El maullido triste fue más grande incluso.
Era una tortura quedarse sentado en la sala de estar, y oír el agua corriendo,
sabiendo que estaba bajo su humedad resbaladiza, desnuda.
Ella está desnuda. Sin mí.
Era suficiente para volver rabioso a un león.
También volvió inquieto a cierto inquieto depredador. Lleno de energía
inquieta –y sexualmente frustrado–, Hayder decidió que sólo había una cosa que
hacer. Una vez que ella salió de la habitación, absolutamente limpia –quiero
ensuciarla–, vestida –quiero desnudarla– e ignorándolo –no por mucho tiempo– él la
acorralo en la cocina.
—Prepárate.
Se inclinó para poner algunos platos en el lavavajillas, haciéndolo a propósito
estaba seguro que para torturarlo, ella le lanzó una mirada por encima del hombro
mientras le preguntaba:
—¿Prepararme para qué?
Buena pregunta. No mirando fijamente en sus dedos del pie aún mejor.
—¿Importa?
La nueva Arabella, más audaz entrecerró los ojos con sospecha.
—Por supuesto que importa.
—Una lástima. Es una sorpresa. Vas a tener que confiar en mí. Ahora consigue
algunos zapatos y toma una chaqueta por si acaso. Vamos a salir por un tiempo. —
Su cabello voló en hebras de seda mientras negaba con la cabeza.
—¡Oh, no lo haremos! Mira lo que pasó ayer.
—Te divertiste.
La sencilla respuesta la dejó perpleja, pero no por mucho tiempo.
—Por divertirse no vale la pena la posibilidad de yo… um, la gente se haga daño.
Ella podría haberse atrapado a sí misma, pero podía adivinar lo que había estado a punto de decir. Se preocupaba por él. Muy lindo. Le hacía quererla…
Querer joderla. Él actuó.
Agarró Arabella en un fuerte abrazo, la levantó del suelo, y le dio un grande,
ruidoso beso en los labios.
Ella chilló, muy parecido a un juguete que había poseído cuando era niño, pero
en su caso, no la abrió para descubrir de donde provenía el sonido. La dejó
suavemente sobre sus pies, aunque su verdadero impulso fue arrastrarla al dormitorio y ver la cantidad de diferentes tonos de chillido que podía emitir cuando explorara su cuerpo.
Ella abrió la boca, pero él se le adelantó y con rapidez la amenazó
—Hablas de nuevo y te beso. —
—Si me besas, entonces no vamos a ningún lado. Así que supongo que yo
gano.— Ella se burló él y se cruzó los brazos, atrevida, tentándolo a que la besara,
tratando de salirse con la suya.
Absolutamente adorable.
Pero peligroso. Si se quedaban, iba a seducirla, y él lo sabía, mientras ella
actuaba valientemente ahora, no era lo que quería. Ella quería tiempo, y por el
mechón en su cola, lo conseguiría, aunque casi lo matara en el proceso.
—Bebe, tienes un lado malvado. Me gusta. — También le gustaba el hecho de que no pudo protestar cuando él la besó de nuevomientras la cargaba desde el apartamento hasta el ascensor. Le gustó que ella le echara los brazos al cuello y gruñó lo suficiente amenazadoramente como para que, cuando alguien trató de abordar con ellos, cambiara de opinión, dejándolos solos.
Siguió besándola, incluso mientras caminaba por el vestíbulo, siendo víctimas
de abucheos y silbidos de gatos
Por desgracia, tuvo que parar los besos una vez que la dejó caer en el asiento
del copiloto de su coche. La conducción se logra mejor con los ojos en la carretera y al
menos una mano en el volante.
La otra, sin embargo, reclamó su muslo. Para su placer, ella no la quitó.
Ella, sin embargo, comenzó a hablar de nuevo.
—¿A dónde vamos?
—Pronto lo veras.
—Jeoff no estará feliz de que estés sacándome de nuevo.
Como si le importara lo que pensara Jeoff.
—Ocultarte no hará desaparecer el problema. Mejor sacar a tus perseguidores
a la intemperie y ocuparnos de ellos antes de bajar la guardia.
—¿Quieres decir que sabes que podrían tratar de seguirnos?
Se encogió de hombros.
—Supongo que sí. Estoy seguro de que tienen gente que vigila el edificio, ahora
que saben dónde te encuentras. Mientras yo no veo a nadie que nos siga, eso no
significa que no estén allí en alguna parte. Pero no te preocupes. Cualquier seguidor
probablemente tiene en la cola a los nuestros. El orgullo está al acecho.
—¿No te preocupa que alguien pueda salir lastimado?
—No te atrevas a insinuar que las leonas no pueden cuidar de sí mismas. Son
capaces de despellejar vivo. Literalmente. Les gustan las pieles de sus enemigos y,
dada su escasez en las últimas décadas, están ávidas de cualquier oportunidad de
tener alguna en sus manos.
—Hablas como si las mujeres fueran iguales y tan fuertes como los hombres.
—Ellas lo son. El sexo no determina su capacidad para defenderse a sí mismas.
—Se puede hacer una diferencia, especialmente cuando se trata de tamaño y
fuerza.
—Físicamente, sí. Y si estás en contra de alguien que no tiene honor, podrías
estar en desventaja. Pero en la mayoría de casos, con tener el valor de hacer valer tus
derechos es suficiente para obtener el respeto que te mereces. Actúa como un
felpudo, y la gente va a pisar sobre ti. Actúa como si tuvieras derecho a presumir, y la
gente va a salir de tu camino. —"
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Nadie dijo que sería fácil, pero con la práctica, verás que es algo natural. Pero
basta de discusión profunda. Es hora de un poco de diversión. Hemos llegado. — Girando sobre el estrecho camino pavimentado, bordeado de coníferas que se alzaban
al menos cincuenta pies o más, que los llevó a una parada en frente de una casa de
campo, del tamaño de una mansión, pero que seguía siendo una casa de campo.
La estructura ostentaba numerosas adiciones, dándole una apariencia única
que no tenía nada que ver con su chispeante madera blanca. La casa con sus persianas
de color rojo y puerta de entrada había pertenecido a los leones durante generaciones.
Hubo un tiempo en que habían vivido en la misma, añadiéndole partes cuando el
orgullo se expandió.
Con el tiempo, la mayor parte de la banda se trasladó a la ciudad, el empleo y
los servicios los llamaban a una vida diferente, dejando atrás sólo unos guardianes
permanentes. La finca también proporcionaba refugio a los visitantes que disfrutaban
de salir del país a un lugar de aire fresco, una oportunidad para estirar las piernas, y un
lugar seguro para dar rienda suelta a su lado animal, algo que no podían hacer en la
ciudad.
—¿Qué es este lugar?, — Preguntó ella mientras salía del coche y miraba a su
alrededor.
—Un lugar donde podemos ser salvajes sin temor a miradas indiscretas. —
—¿Te refieres a cambiar? — Por alguna razón, la expresión más triste oscureció
sus rasgos.
No entendía. La mayoría de los leones estaban eufóricos ante la oportunidad de
tener un lugar en el que podían desenvolverse de forma segura y sin miedo a ser
descubiertos o a los cazadores.
—Sí, cambiar. Todos sabemos cómo nuestro lado animal ama una carrera de
cuatro patas, por lo que los antepasados de Arik crearon este espacio para nosotros. Es
el rancho Lion‘s Pride. Cientos de acres de bosques, campos, e incluso colinas con un
río que lo atraviesa todo. De cara al público es el lugar donde producimos nuestra
carne para los restaurantes. Pero, en verdad, es una zona segura para nuestra
especie.—
—Segura, ¿cómo? ¿Que lo hace diferente de los parques nacionales? —
—Un par de cosas. Está rodeado por una valla, de diez pies de alto, electrificada
y con alambre de púas en la parte superior para mantener alejados a los forasteros.
Hay cámaras de vigilancia en el perímetro junto con algunos miembros del orgullo,
que, te lo advierto, te revolcarán si los llamas guardaparques. — Sobre todo si se les
ofrece una cesta de picnic. Una vez más, Hayder habló desde la experiencia.
—¿Por qué me traes aquí, sin embargo? Incluso con todas estas medidas de
seguridad, sin duda estamos más seguros en el apartamento.
—Estás conmigo, que te hace seguro. Pero la seguridad no vale la pena en cuclillas si estás perdiendo tu mente. Pensé, que con todo el estrés que has estado sufriendo, necesitarías una vía de escape. Una oportunidad de funcionar salvaje y libre.—
Cuanto más hablaba, ella mas se retiraba, más se encorvaba sobre sí misma.
Extendió una mano, pero ella rehuyó.
—¿Qué pasa, bebé? ¿Qué pasa?
—Tenemos que irnos. Ahora.
—¿Estás preocupada por un ataque de tu viejo clan?
—No. Por favor. Sólo tenemos que irnos.
—No nos moveremos hasta que me digas por qué.
La admisión, cuando llegó, le sorprendió.
—No puedo cambiar. Ya no. Mi loba se ha ido.
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Cuando un Beta Ruge •||Saga El Orgullo Del Leon 2 ||• [Terminada]
Ficção GeralCuan degradante. Ejercer de niñera de una mujer porque su alfa lo dijo. Como Beta del Orgullo, tenia cosas mejores que hacer con su tiempo, como lavar su impresionante melena, la caza de matones por diversión, y perseguir la cola, a veces la suya...