Capítulo 27.

196 17 3
                                    

Noah

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Noah.

—Hola —gruño en el teléfono, enojado de que alguien me esté despertando andes de que el sol haya siquiera decidido levantar su fea cabeza.

—¿Una noche dura vaquero?

Alejo el aparato de mi rostro y entrecierro los ojos a la pantalla para ver la hora en los pequeños números blancos en la parte superior.

—Jesucristo, Becca. Son como las cuatro de la mañana. ¿Qué demonios es lo que quieres?

—¿Las cuatro? —pregunta desconcertada—. Oh, Dios. Lo siento tanto, esta cosa de la diferencia horaria me tiene completamente perdida —se disculpa apenada—. Te dejaré dormir. Llámame cuando te levantes.

—No, está bien. —Pateo la manta fuera de mí y me balanceo por un lado colocando mis pies sobre el suelo—. De todas formas no creo que sea capaz de volver a dormir.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Perfecto entonces. He estado muriendo por saber cómo te ha ido —me confiesa ansiosa—. ¿Hablaste con ella? ¿La viste? ¿Qué te dijo?

—No muy bien. Sí. Lo hice. Amablemente me mando a la mierda.

—Honestamente ya he olvidado lo que te he preguntado —reconoce—. Pero cuéntame desde el principio. Y no omitas ningún detalle.

—¿Quieres que sea malditamente honesto? —pregunto poniéndome en pie y caminando hacia le pequeña nevera que hay en una de las esquinas del cuarto para tomar una lata de refresco antes de volver a la cama—. Hasta ahora todo apesta. El vuelo se retrasó casi una hora, mi asiento estaba entre un revoltoso niño de seis años que no sé por qué demonios no estaba junto a sus padres, y un señor oloroso cuyos ronquidos casi provocan que mis orejas sangren.

—Tienes que estar bromeando. —Una sarta de sonidos sale de sus labios y llena la línea seguidos de mucha risa.

—Desearía. —Una risa sale junto con mis palabras ante su contagiosa carcajada—. Pero no, y eso persistió durante ocho de las once horas de vuelo.

—Cuanto lo siento —dice todavía con la risa en su voz—. ¿Y entonces qué? ¿La llamaste al celular y le dijiste que estabas en Francia? ¿Si podían reunirse para charlar?

—Eh... no. —Hago estallar la parte superior de la lata y bebo un burbujeante trago antes de expresarle lo que en realidad sucedió—: Me aparecí en su casa.

—¡¿Qué?! —Su voz grita en mi oído—. Por favor dime que la estúpida estática hizo que interprete erróneamente lo que acabas de decir.

—No, no lo hizo —respondo solemnemente—. Una vez hube aterrizado, me subí a un taxi y fui directo a su casa.

—Al menos dime que la llamaste o le enviaste un mensaje en el camino —articula con su tono levemente apagado.

—Demonios no, no lo hice —espeto cada vez más enfadado con mi mejor amiga—. Si le hubiera informado que estaba de camino a verla sólo Dios sabe lo que ella podría haber hecho. Podría haber abandonado su casa y mi viaje hubiera sido un completo desperdicio. No pasé casi medio día en ese infernal avión para no poder hablar con ella frente a frente.

—Pero Noah, eso no fue un gesto romántico, tanto si esa fuera tu intención como si no, eso fue ser invasivo.

—Entonces no te gustará lo que estoy a punto de decirte.

—¿Qué más has hecho? —pregunta alarmada.

—Aún no he hecho nada. —Juego con la pequeña lengüeta metálica en la tapa de la lata—. Pero me quedaré aquí un par de días más.

—Por favor, no hagas eso —dice desesperadamente—. Si realmente la amas tienes que darle tiempo para que procese lo que sea que tu estúpida mente haya dejado escapar.

—No me iré, pero le daré tiempo. —Tomo otro trago del refresco y luego lanzo la lata vacía hacia el cesto. Entra directamente, sin ni siquiera rebotar. Un tanto limpio—. ¿Y por qué diablos crees que lo que le he dicho ha sido estúpido?

—Noah. —Suspira como si lo que está a punto de decirme fuera lo más obvio del maldito planeta—. Cuando se trata de esa chica... Lamento decirlo, pero eres un completo idiota.

Bueno. Sí, era algo obvio.

—Como sea. ¿Qué fue lo que le dijiste? —pregunta lentamente, casi como si temiera mi respuesta—. Dime exactamente palabra por palabra.

—Oh, vamos Becca. ¿En verdad crees que voy a recordar textualmente lo que le dije? —pregunto intentando disimular mi incomodidad.

—Sé que lo haces —responde calmadamente.

Es verdad, lo hago. Si hubo algo bueno en las once horas que estuve encerrado en ese estúpido avión, fue que pude repasar en mi mente millones de formas de explicarle a la mujer que amo lo que siento. Y una vez encontré las palabras adecuadas, las repetí en mi cabeza en un inacabable bucle hasta que decirlas o siquiera pensarlas era algo tan natural como el hecho de respirar o parpadear.

—Está bien, tienes razón. Lo hago. —Me aclaro la garganta y digo una vez más mi patético discurso de mierda—: He sido un completo idiota, y ahora lo sé. Trataste de decírmelo reiteradas veces, pero no te quise escuchar. Supongo que quería a alguien para odiar por todo lo que había pasado. No lo sé. Sólo sé que la forma en que manejé las cosas no fue la correcta. ―Mi voz suena robótica incluso para mis propios oídos mientras camino de un lado a otro de la habitación. La alfombra que recubre el suelo es vieja y marrón, y tiene agujeros en ella, y las paredes son de ese repulsivo verde que se asemeja al vómito―. Luego le dije que la amaba y le pedí una tercera oportunidad.

Becca hace una pausa y el teléfono suena con estática.

―Bueno... ―susurra finalmente. Respira profundamente en el teléfono y se aclara la garganta antes de continuar con más fuerza en su voz―. En realidad fueron unas palabras muy bonitas. Excepto la parte de la tercera oportunidad. Honestamente me dieron ganas de golpearte en el rostro.

―Es comprensible. ―Asiento―. Francamente creo que ella también pensaba en hacer lo mismo cuando se lo dije.

―A cada segundo esa chica me parece cada vez más perfecta ―se burla, aunque su voz tiene un pequeño matiz soñador―. Si no te da otra oportunidad, ¿crees que me dará una a mí?

Me río. Duro. Camino hacia la pequeña ventana dispuesta en la pared junto a la cama y miro hacia las oscuras y desiertas calles mientras trato de pensar en algo que decir.

―Lamento decirte que no batea para tu equipo ―me veo obligado a decir―. De todas formas, ¿Tú no estabas con Olivia? ¿Cómo va todo entre ustedes?

―De maravillas ―responde casi eufórica, olvidándose de su pequeño enamoramiento por mi chica―. Mañana me acompañará a llevar a mi padre a rehabilitación, y luego iremos a almorzar con sus padres.

―¿Rehabilitación? ―pregunto preocupado. Camino hacia la cama y me siento en el borde de esta descansando mis codos sobre las rodillas―. ¿Qué sucedió?

―Nada nuevo. ―Suspira pesadamente y en mi mente puedo ver como sus hombros se derrumban―. Sólo estoy cansada de su estúpida actitud. Le di un ultimátum y digamos que no lo tomó muy bien.

―¿Te hizo algo? ―Mi voz hace eco a través de la habitación así que me obligo a bajar el volumen―. ¿Estás bien?

―Estoy bien. ―Intenta tranquilizarme, pero su tono cansado hace exactamente lo contrario―. No te preocupes, no estaré sola en esto. Olivia va a estar todo este tiempo junto a mí.

―De acuerdo. ―Suspiro y me froto el rostro con una mano―. Dale las gracias de mi parte, por estar ahí para ti cuando yo no puedo.

―Lo haré. ―Me asegura―. Y tú prométeme que le darás a tu chica el espacio y el tiempo que necesita antes de intentar hablar con ella de nuevo.

―Te lo prometo —digo,sabiendo que romperé mi promesa a la menor oportunidad.

Dispuesta A AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora