Capítulo 35.

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Charlotte

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Charlotte.

Para el momento en que llegamos a Aberdeen a las diez de la mañana hora local, una ligera lluvia cae, mojando nuestra ropa y maletas cuando descendemos del coche y entramos corriendo al hotel. Me despido de Bradley, su hermano y primo, y de Aaron en el ascensor y arrastro mi maleta detrás de mí cuando las puertas metalizadas se abren en mi piso. Camino a través del pasillo pensando solamente en la cama que espera por mí a sólo unos cuantos metros.

Estoy calculando mentalmente cuanto tempo puedo dormir para recuperarme del maldito jet lag al mismo tiempo que la puerta de la habitación a mi izquierda oscila abierta. El aire sale de mis pulmones y tropiezo hacia el suelo cuando un chico sale a toda velocidad del dormitorio.

Caigo sobre mi trasero y la fuerza del golpe me hace estremecer de dolor mientras mi valija y mi bolso caen junto a mí.

—Ow... ¡Oye, mira por dónde vas! —digo enojada, poniéndome sobre mis rodillas para levantar todo.

—Escucha, lo siento —se disculpa poniéndose de cuclillas para ayudarme a recuperar mis cosas.

Rápidamente junto mis cosas y estoy por ponerme en pie, pero entonces choco mi frente contra su barbilla. Instintivamente mis manos van a mi cabeza, soltando de nuevo los artículos que acababa de recoger, mientras el dolor irradia a través de mi cráneo.

Dios, eso duele.

—¡Maldición! ¡¿En serio?! Puedo conseguir mis propias cosas. —Rápidamente agarro los artículos dispersos y me pongo de pie.

—¿Eres siempre una perra o soy el único afortunado? —pregunta antes de girarse y alejarse.

Miro a su espalda mientras se va, y sus palabras suenan en mi cabeza haciéndome sentir mal realmente rápido; pero no hay manera de que pueda borrar lo que acababa de decirle. Quién creería que el jet lag podría convertirte en una perra.

Retomando mi camino, recorro el pasillo hacia la habitación 803 y paso la tarjeta por el lector junto a la puerta antes de adentrarme en el cuarto. Sin molestarme en examinar mi hogar por los próximos días, arrastro mis maletas hacia el dormitorio y las dejo junto a la puerta para arrojarme sobre la cama y conseguir mis tan necesarias horas de sueño. Y a pesar de sentirme delirante y agitada, el exhaustivo día hace mella en mí y rápidamente caigo dormida.

Cuando me despierto horas más tardes, la habitación está completamente iluminada por los rayos del sol de media tarde; pero cuando me acerco a la ventana descubro que todavía está lloviendo y que la ciudad está cubierta de una espesa niebla. Apartándome del cristal, camino hacia el cuarto de baño dejando un sendero de ropa a mi paso; para el momento en que llego hasta la otra habitación, sólo me queda la camiseta.

Abro el grifo del lavamanos y al instante el agua fría llena mis manos. Salpico mi rostro, pasando mis manos en la base de mi cuello. Estudio detenidamente mi reflejo en el espejo grande y ovalado sobre el lavado. Cuando veo las manchas oscuras que bordean mis ojos; y lo descolorido que se encuentra mi rostro, decido ducharme rápidamente antes de salir a recorrer la ciudad, esperando adaptarme a la hora local y que la exposición a la luz del sol disminuya el desfase de horario.

Dispuesta A AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora