Samil era una fiesta

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Resuena la canción con la que el mundo se detuvo,
Vigo vestía de fiesta, y tú y tus piernas de sirena
haciendo escala en tierra,
marcabais el rumbo, bailando en la arena.

Aún creo sentir el calor de la hoguera
y hasta la brisa del mar,
que acariciaba tus alas
y te invitaba a volar.

Me hablabas de chamanes, de tribus guerreras,
decías que la nuestra, era una tierra de meigas,
bailabas y bailabas rodeando las llamas,
bebíamos queimada... y calmábamos las ganas
de tenernos, con besos que llenaban vidas,
que eran poesía.

Nos follamos el alma del otro
y el cuerpo con ella.
Despacio, muy lento.
Pretendiendo detener el cosmos,
saltarnos las reglas,
mirarnos y al fin entenderlo.

Jurabas que el mundo era un gran escenario,
donde la gente se encorseta en su guión,
camina libre, a pasos trazados
y el día menos pensado... se acaba la función,
y ya si eso lloramos.

—¿Sabes? Lo nuestro es perfecto, porque no es real.  —Repetías—
Somos como esas fotos de Instagram
envueltas en filtros... o como una peli de domingo;
Una forma de llenar nuestro propio vacío,
sabemos el final, pero aun así da lo mismo.

Horas después, Samil amanecía aletargado,
tú dormida en el coche, yo admirando una playa
que ya olía a verano.
Evitando pensar despedidas,
que en verdad, tú te irías;
que este tiempo, es prestado.

Al final, nos marchamos abatidos.
Como raros amigos,
como amantes extraños...
o como tú habrías dicho,
como dos figurantes,
de este inmenso teatro.

Poema de Samuel M. Vázquez.
Todos los derechos reservados.

De aquellos textos que perdió la lluviaWhere stories live. Discover now