Solo es un cambio

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Todo estaba bien, todo emanaba una luz tranquilizadora, debía esperar que este fuera el final de mi oscura historia, era muy esperanzador, la promesa que hice en la noche, en este momento se cumplía.

Estar con Zora me daba esa esperanza que todo iba a ser normal, a partir de ahora, aparte de ese sueño, no había escuchado a Aida, ni la había sentido, pero eso pudo ser un sueño, así como era mi mente dándome malas pasadas.

—Ella es interesante—mi hermana veía a Zoraida desde dentro de la casa.

Zora al final decidió venir y estaba compartiendo afuera con el resto de mi familia, dejé que todo fuera como debía ser, ya que no soy una jaula que debe mantener encerrado al pequeño pájaro.

—Veo por donde van tus gustos—mi hermana comentó tomando de la copa que estaba en sus manos.

— ¿A qué te refieres?

—Solo mírala—pidió. Zora estaba afuera, y supongo que sintió nuestra mirada porque volteó y sus ojos verdes me enfocaron, y la luz del sol alumbraba su cabello rubio, que le llegaba por los hombros—Tiene parecidos con Aida.

—Eso no es cierto—Zora me giño un ojo y regaló una sonrisa, para luego regresar su atención a una conversación con mis tías—Tal vez tenga una sola característica en común.

Los ojos, pero en ocasiones sentía que eran más...

—Vamos, hermano, sabes que es mas que es eso—tomo mis manos, esperando que me sincerara con ella, pero no había nada que decir—Hasta en sus nombres se parecen, Faris, no la superas solo la cambias, eso no puede ser saludable.

—No iniciemos con lo mismo—levanté mis manos con exasperación, ella solo puso una mano en mi hombro, esperando que eso me tranquilizara, pero no era así, era más estresante que calmante.

—Hermano, no es un sermón es la verdad.

— ¿Qué esperas de esto?—pregunte mirando alrededor— Si no tengo alguien estoy pensando en Aida, según tú, vengo con Zora y estoy igual con Aida. Dime qué hacer entonces, que yo al parecer no sé.

—Ni yo se que decirte, Faris—me alejé de ella y estaba dispuesto a irme, esto se iba a terminar aquí, ni ella podía darme un consejo o lo que sea que ella deseaba de mi.

— ¿Qué deseas?—cuestioné, necesitaba respuestas con urgencia.

Solo se quedó mirándome, como intentando ver en mi interior, pero parece que no estaba llegando a donde quería, así que dejo salir el aire por sus labios de manera despacio, antes de susurrar lento y pausado para que cada palabra quedara en mi mente como grabada con fuego.

—Que seas feliz—me dio un abrazo y susurró en mi oído lo último—En estos momentos importa que tú seas feliz.

—No, hermana—le contradije—La que debe ser feliz en este momento eres tú

Decidimos que era momento de salir, afuera no sabía que nos habíamos perdido pero existía cierta tención y Zora estaba un poco alejada de todos.

— ¿Qué ocurre?—pregunté llegando a su lado.

—Solo deseo...—se cortó a media frase, apartó la cara y dejó que su cabello rubio escondiera su rostro. De algo me había olvidado o pasado de eso era seguro.

— ¿Qué deseas?—intenté que me viera y cuando lo logré, sus ojos estaban levemente hinchados y rojizos, estuvo llorando— ¿Qué ocurre, Aida?

— ¿Aida?

—Perdón, Zora— nunca la había llamado así, y esperaba que mi pequeño error no se repitiera, comencé a su intentar darle vuelta, sus ojos estaban llenándose de esas gotas de agua salada que estaban por ser derramadas, pero se contenían como si una represa evitara que se vertieran sobre sus mejillas.

Ahora sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora