Cuan real

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—Hoy es viernes y tu libras el fin de semana, vamos quédate conmigo esta noche—Zora estaba por salir de su turno, así que venía a intentar convencerla que me acompañe esta noche.

—Faris, sabes que no me puedo negar—me dio un suave beso, para después terminar de acomodar los peles entre sus manos. Pasar el tiempo con Zoraida era maravilloso, me hacía sentir muy bien.

Esperé por ella afuera del hospital, que se cambiara y terminara las cosas administrativas que debía hacer antes de salir, una vez lista fuimos a mi apartamento.

—Así que esta es tu casa—se quedó viendo cada rincón, admirando cada rincón y cada objeto que estaba a la vista, mientras su atención estaba en el lugar propuse ver una película.

— ¿Cuál quieres ver?— preguntó mientras se arrodillaba frente al televisor y el escaparate que contenían la pequeña colección de películas.

—No se escoge tu, mientas hago unos bocadillos—me perdí en la cocina y como no era tan alejada podía escuchar como ella pasaba los CD.

—Tienes muchas pelis animadas—comentó medio gritando, sin prestar atención a mi respuesta grité de regreso.

—Si eso era por...— las sobrinas de Aida...

—Encontré una—dijo pasando a la cocina— ¿Cómo vas con los bocadillos?

—Muy crudo, literal.

—Te ayudo, Faris—se ofreció, tomando ciertas cosas de la mesa y lavando unos vegetales —Así podemos echarnos en el sofá más rápido.

Con Zora "ayudando" no preparamos más rápido la cena, más bien tardamos más tiempo del pensado, porque los pensamientos se perdían y los labios se ponían a trabajar en otras cosas.

Me estaba volviendo adicto a sus besos, no me podía quejar, era muy deliciosa, mis manos acariciaban su cintura y bajo un poco mas por sus costados hasta sostener sus glúteos, de un movimiento, con una de mis manos en cada una de sus piernas, la monte en el mesón y me deleite con sus pequeños sonidos, mis palmas acariciaban sus piernas y sus manos iban por mis brazos hasta colearse por dentro de mi camisa, con suavidad fue desprendiendo poco a poco, botón por botón.

Fui al bordillo de su camiseta y con la mirada le pedí permiso para retirarla. Zora, subió los brazos concediendo lo que le pedía. Era una imagen muy erótica, verla a ella con un sostén de encaje negro que resaltaba en su piel blanca, sus labios levemente hinchados y entre abiertos para recibir las respiraciones que le costaba tomar.

—Hermosa— regresé a sus labios, esos que se estaban volviendo mi hogar. Sus manos desesperadas buscando desatar mi correa y el botón del pantalón.

Sus movimientos y los míos se detuvieron por un sonido, el teléfono de la casa sonaba.

—Que buen momento— me lamenté. Me separé de Zora, pidiendo perdón con la mirada

Ahora sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora