Capítulo 32.

31 5 1
                                    

Por fin nos aparecimos en otro lugar. Nunca me gustó este tipo de viaje pero para la situación que acababa de vivir, supongo que era el método más rápido. 

Me encontré a mi misma apoyada en el pecho de Ebal con los ojos cerrados a causa del mareo y mi debilidad. Mi pecho dolía y respirar se me hacia complicado. Comencé a abrir los ojos despacio. Notaba el fuerte brazo del demonio sujetándome por la cintura evitándome caer y la otra mano acariciando mi pelo intentando tranquilizarme. La luz me cegaba pero era algo a lo que me estaba empezando a acostumbrar. Era de día. ¿Cuándo me sacó de la torre también lo era? Ya no lo recordaba, tampoco me importaba.

Inhalé una gran bocanada de aire fresco y lo exhalé despacio terminando de abrir mis ojos y separando un poco mi cuerpo de el cuerpo de Ebal, sin embargo, él no soltaba mi cintura. Alcé mi mirada para poder verlo y él me devolvió la mirada preocupado. Preocupación... ¿Hace cuánto pudo percibir la preocupación en los ojos de alguien? 

Un olor familiar entró por mi nariz haciendo rugir mi estómago. ¿Era pan? Pan recién hecho. A eso olía el aire.Cerré de nuevo mis ojos para disfrutar un poco más de ese delicioso olor y oí al demonio reír por lo bajo. Me separé aún más del demonio y le obligué a soltar mi cintura.

- Baal...- la voz serena hizo que dirigiera mi mirada a él. Un hombre alto, más bien delgado, de piel morena, ojos verdes y pelo oscuro. Ahora su mirada también se posó en mí. Me escudriñó entera, de arriba abajo, y su semblante cambió a uno de preocupación. No... era lastima. - ¿Qué le ha pasado? Está fatal... - afirmó.

Bajé mi mirada avergonzada. Todos sentían lastima por mí. Odiaba la lastima, desde siempre. Provocar lastima en los demás era asqueroso porque significaba que había fracasado en todo lo que quería obtener.

- El idiota de Azael la tuvo encerrada en una maldita torre en unas condiciones lamentables y este es el resultado. - explicó Ebal con notorio enfado.

¿Por qué ha contestado? Él no es Baal. Se llama Ebal no Baal. ¿Qué me estoy perdiendo en toda esta conversación? Baje la cabeza pensativa y mi cara de confusión llamó la atención de los dos hombres porque sentía sus miradas en mí. Subí mi mirada hacia Ebal y lo  encaré inquisidora, provocando una cara de incredulidad en él.

- ¿¡Pero tú no te llamabas Ebal!? ¿¡Pero qué está pasando aquí!? - grité comenzando a dar grandes zancadas hacia los laterales, cuestionando mi suerte por encontrarme siempre en situaciones tan inverosímiles para cualquier persona normal.

Duriel miraba la escena perplejo sin saber que hacer y Ebal enarcó una ceja e hizo una mueca con la boca entre curioso y divertido. Mientras tanto, yo seguía haciendo círculos mientra andaba preguntándome cosas como una loca obsesiva de la información.

- A ver, relájate metro sesenta que te estoy viendo un poco alterada. - dijo Ebal haciendo movimientos con su mano para que me relajara.

- ¿Perdona? ¿¡Perdona!? Que ahora resulta que una no puede estar alterada porque ya no sabe nada de nada. ¡Quizás ahora tampoco me llamo Rachel! Quizás ahora me llamo Rita. Dime, ¿¡Me llamo Rita, Ebal o Baal o como demonios te llames maldito demonio!? - estallé contra él hecha una furia.

Notaba mis mejillas calientes. Supongo que mi cara estaría roja de la ira. Empecé a dar botes por todos los lados y a soltar pequeños grititos para dejar un poco de mi frustración atrás. Entre tanto bote y tanta vueltas, perdí el equilibrio y me caí de culo. El mareo volvió y sentí el golpe de debilidad de nuevo.

- En el mundo de los humanos hay una especie de monigotes pequeños, les gusta mucho a los críos... ¿Cómo se llaman...? - dudó por unos segundos. - Minions creo que se llaman... ¡Sí, me recuerda a un minion cabreado! - exclamó Duriel divertido.

Se me ha pasado el mareo de golpe.

- ¿¡Qué has dicho anormal!? - espeté levantándome y corriendo hacía él. Duriel comenzó a carcajearse y si yo seguía apretando los dientes, os juro que los partiría. 

Las manos de Ebal me sujetaron y me abrazó fuerte pegando mi espalda a su pecho. Yo intentaba huir de su amarre como podía pero si él era más fuerte que yo en una situación normal dónde ambos estuviéramos en igualdad de condiciones, ahora mismo él era otro nivel de superioridad en lo que a fuerza nos referimos, claro.

- Venga fierecilla, relájate. Esto no es bueno para ti - sonrió divertido.

Es la primera vez que Ebal me sonríe así. Su sonrisa me hizo sentir inquieta, extrañamente segura y relajada. Bajé mi mirada avergonzada y noté de nuevo el calor del rubor en mis mejillas.

- Si lo que te preocupa es saber mi nombre te diré que los dos son válidos. - explicó el demonio mientras aflojaba su amarre dándome un poco más de libertad pero sin dejar de soltarme. - Allí de dónde vienes me conocen como Ebal, digamos que es como otra manera de referirse a mi. Sin embargo, mi nombre aquí es Baal. Te lo puedo explicar con más claridad en otro lugar más relajados. Por ahora, ¿quieres comer algo? - contestó Ebal.

Mientras tanto, en Olethros parecía que la calma era imposible. 

El monarca había arrasado con cada estancia que se encontraba a su paso hasta llegar a la suya, esa habitación que alguna vez había compartido con ella. La sensación que se alojó en su estómago desde que la vio de nuevo en brazos de su enemigo, empeoró cuando entró en el dormitorio. Sus ojos se posaron en la cama donde una vez ella estuvo, viva y muerta. Y saben todos que él hubiera seguido durmiendo en esa misma cama si ella de verdad hubiera estado muerta. La muerte no era algo que le causara aprensión; sí lo hacia el hecho de que, quizás, ella ya no volviera a dormir allí ahora que vivía. También le causaba malestar la misma situación que él había provocado. Había buscado, sin encontrar, culpables al malestar que recorría su cuerpo. Intentó por todos los medios culpar a Rachel de su perturbación pero incluso él sabía que el único responsable de todo eso era él.

Azael sintió un frío que hacía mucho que no sentía. Pensó para sí  mismo que lo hecho, hecho estaba pero realmente eso lo hacía sentir miserable. La tristeza lo embargaba y sabía en lo más profundo de su corazón que si ella no volvía, si la perdía para siempre, no volvería a amar otra vez.

La sensación de derrota se acrecentaba. La idea de que lo había perdido todo, todo lo que importa en el mundo, en su mundo porque ella ya no estaba. Lo asimiló al mismo sentimiento que surgió en él cuando se enteró de que ella murió pero ahora dolía más porque sabía que se había equivocado. Deseó retroceder el tiempo, pero el pasado siempre es difícil de olvidar y anheló que todo acabara tan rápido como empezó.

- ¿Vas a seguir sintiendo lastima por ti mismo mucho tiempo más o vas a empezar a moverte de una vez? - la voz cuestionó severa y tajante.

- Padre...- 

You're my demonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora