Capítulo 4

1.3K 53 0
                                    

Intenté moverme pero lo único que conseguí fue hacer que su agarre se fortaleciera alrededor de mi cintura. ¿Cómo pudo encontrarme tan rápido? Tome todas las precauciones posibles para que no notara o intuyera mi rastro, pero por lo visto, no sirvió de nada. Cada vez estaba más cerca de él hasta el punto en que mi pecho se amoldaba perfectamente al suyo, mi cintura estaba pegada a su cintura y su cabeza estaba escondida en la curvatura de mi cuello. Notaba su respiración cálida, su agradable olor, su respiración pausada, totalmente tranquila al contrario de la mía que se encontraba irregular, agitada. Estoy segura que él se divierte con la situación, no porque yo sea adivina, sino por que sonríe. Esta sonriendo sobre mi cuello, sus labios rozan la, ahora, sensible piel de mi cuello. Separó sus labios de mi piel y los sustituyó su nariz que recorrió desde mi hombro hasta mi oído de nuevo, aspirando mi olor, como momentos antes, en la capilla, había hecho con mi pelo. Mis manos, que hasta ahora se encontraban a los lados de mi cuerpo, subieron hasta su pecho intentando poner un poco más de espacio entre nosotros. Me estaba poniendo muy nerviosa. Sentía algo en mi estómago que no era normal y estoy segurísima de que mis mejillas estaban rojas.

El hombre se irguió quedando aún más pegado a mí, mirándome desde arriba con ojos inquisidores, analizando mis expresiones y mis torpes movimientos por intentar salir. Gruñó levemente molesto y me pegó aún más a él, y pude notar como su masculinidad rozaba con mi vientre. No pude evitar ponerme nerviosa,  es más, intenté alejar mi cintura de él a lo que rió.

-          Si no te he soltado hasta ahora, no lo voy a hacer. Lo puedes intentar pero no conseguirás nada. Además conforme más te mueves más te rozas conmigo, y es eso lo que más evitas. Eres una chica estúpida. – me sentí más inútil que nunca. No había notado el detalle en mis movimientos, de mis torpes movimientos.

Decidí quedarme quieta, aún con mis manos en su pecho y mis brazos flexionados quedando mi cintura aún más pegada a la suya, pero me encontraba incomoda, asi que intenté encontrar una posición más cómoda, y sin quererlo rocé de manera más fuerte su virilidad provocándole un sonoro gruñido. En ese instante me aferró más a el y pasó una de sus manos por detrás de mí nuca levantando mi cara hacia él.

-          Estate quieta, sino acabaremos rápido eso, y no quieres que pase. – su voz era amenazante, mínimo. –Quiero que sepas que tus amigos se han ido. Me consta que vinisteis en coche hasta aquí. También te digo que eres una chica estúpida porque todos han pensado en correr hacia el coche menos tú, por lo que ellos ya no están, tampoco te han esperado como puedes comprobar. –

Una gota de agua cayó sobre su frente y se deslizó por su nariz. Miró hacia el cielo y suspiró. Había comenzado a llover, y el día no podía empeorar. Pasó una mano por mi cintura y otra por debajo de mis piernas y me cargó sobre su pecho quedando mi cabeza apoyada sobre su hombro. Comencé a llorar, mis lágrimas se confundían con el agua de la lluvia hasta que escondí mi rostro en su cuello. Ya me daba igual todo, se había acabado todo.

Había perdido la noción del tiempo. No sabía cuánto tiempo habíamos pasado bajo la lluvia hasta que oí una puerta abrirse y la lluvia cesó. Habíamos entrado algún sitio con techo y que nos resguardaba de la lluvia. Me dejó sobre lo que sentía era un colchón y se alejó de mí. Al instante el lugar se iluminó con una tenue luz de dos velas. Era una pequeña cabaña de madera, de esas prefabricadas que se venden ahora. Parece la típica vivienda que una familia utiliza en los periodos de vacaciones. Estaba llena de polvo, poco cuidada pero era acogedora en esos momentos. Oí otra puerta abrirse y cerrarse rápidamente. En pocos segundos él volvía a estar frente a mí con ropa de invierno en su mano, pero era de hombre. Un jersey de manga larga de color rojo sangre. Él portaba unos vaqueros desgastados azul marino. Solo eso. Nada arriba, por lo menos tuvo la decencia de ponerse algo. Me ofreció el jersey y lo acepté algo temerosa.

Se quedó mirándome de una manera extraña y se agachó a mi lado. Levantó una ceja y sonrió de lado tocando mi mojada cabeza.

-          Deberías cambiarte o enfermarás, y yo no soy el niñero de nadie para cuidarte. Así que cámbiate ya antes de que me arrepienta. – su voz era como la de su padre hacia su hija.- ¿A qué esperas?. – inquirió.

-          No voy a hacerlo delante de ti como comprenderás. Si tuvieras la decencia de darte la vuelta… - antes de que pudiera salir me interrumpió. – Yo no te he abandonado como ellos, así que deberías hacerte la idea de que tendrás que aguantarme. –

-          ¡No tengo por qué obedecerte! Ni siquiera debería estar aquí, ¡déjame en paz!. – mis palabras salieron solas pero él respondió tranquilo. – Has perdido el juego, ¿recuerdas? Dije que si se perdía habría consecuencias, pues estas son. Eres mía, ve asimilándolo. –

-          ¡Ni siquiera sé cómo cojones te llamas! –

-          Si eso es lo que te preocupa me llamo Azael. Ahora te toca investigar a ti, pero por el momento cámbiate. –

Posó sus manos sobre mi cintura, en el elástico de mis leggins y los bajó con dificultad puesto que estaban empapados. Yo simplemente me deje hacer. Después se deshizo de mi camiseta, acariciando con su mano la piel que iba quedando expuesta, dejándome al final solo en ropa interior. Desabrochó con rapidez mi sujetador y me echó por encima el jersey. Me tumbó sobre la cama y se posicionó encima mia. Acercó su cara a la mía y su boca quedó a pocos centímetros de la mía.

-          Si tú no lo haces, lo tengo que hacer yo. Recuerda, eres mía Rachel. –

You're my demonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora