Capítulo 31.

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La torre era alta pero carecía de escaleras interiores, así que asomarse a ese pequeño ventanuco era solo un deseo de la pequeña chica. Soñaba con poder respirar un poco de aire limpio, no cargado de la humedad que transmitían las paredes de piedra. La situación era agobiante. Nunca le habían gustado los lugares pequeños y cerrados; podía soportarlos y tolerarlos pero los evitaba casi siempre.

Ya no sabía cuanto tiempo había transcurrido dentro de ese zulo, sin embargo, sabía que habían sido días. Las mañanas eran cálidas ahí dentro mientras que, por las noches, el ambiente se enfriaba congelándole hasta el alma. La fina sábana que anteriormente fue blanca se volvió de un color grisáceo a causa del polvo y no ayudaba a calentarla del todo y, por supuesto, no la ayudaba a mejorar su estado físico. Se sentía enferma y débil, sobretodo por las noches. Sí ,definitivamente, las noches eran frías y largas por lo que Rachel procuraba dormir de día. 

Desde que fue encerrada no recibió ningún tipo de visita. Era alimentada a base de frutas y verduras que eran lanzadas desde arriba, nunca cocinadas, y el agua era recogida con un cubo que encontró dentro de la torre. El agua se la proporcionaban por una, lo que le pareció a Rachel, pequeña tubería de metal oxidado que modificaba el sabor del agua. Pero a Rachel no le importaba, ya se acostumbró a ella.

A lo largo del día se sorprendía a si misma pensando por qué ni siquiera Minerva había aparecido para interesarse como estaba. De Azael era fácil esperar que no apareciera, él mismo la encerró allí y se encargó de destrozarla. Pero ella esperaba alguna palabra de consuelo proveniente de la vieja, palabras que no llegaban ni llegarían. Procuraba mantener la mente en blanco para no pensar sobre ello, para no pensar en su situación y para intentar frenar los pensamientos que la atormentaban, que hacían que la chica se preguntara por qué y cómo se había llegado a esa situación.

Mientras tanto, en el castillo de Olethros la situación empeoraba. La tensión aumentaba con cada día que la chica permanecía recluida en la torre. La realidad era que, incluso Azael habiendo sido él quien la encerró, no se encontraba a gusto con su decisión pero era demasiado orgulloso como para admitir que, quizás, se había precipitado en su parecer.

Ningún sirviente se encontraba a gusto con la presencia de la chica en la torre y mucho menos en su estado. Habían sugerido al monarca trasladarla a una habitación apartada del castillo y mantenerla recluida allí, en unas mejores condiciones. Sin embargo, Azael rechazó cada una de las sugerencias y comenzó a castigar a cada sirviente que osaba defenderla pero lo que el rey no sabía es que ellos no querían ayudar a la muchacha. Los sirvientes temían que, si la chica moría en esa situación tan desagradable, albergando ira y odio hacia ellos, pudiera convertirse en un espíritu vengativo y atormentarlos toda su existencia. Por otro lado, ninguno de ellos, pese a sus temores, intentó que su estancia en la torre fuese más llevadera. Ni siquiera Minerva quien, después de los acontecimientos decidió dejar de lado su trabajo y se quedó encerrada en sus aposentos desde ese día a modo de protesta. Protesta que fue ignorada por el monarca.

Azael tocó la puerta de madera maciza esperando una contestación que no llegó. Empezaba a impacientarse y molestarse por la actitud de la vieja. Nunca se había rebelado en todo el tiempo que la conocía, ni siquiera con su padre y eso le enfurecía.

- ¿Cuánto tiempo más piensas estar de huelga de brazos caídos, vieja? - Azael preguntó molesto al otro lado de la puerta. No obtuvo contestación.

- No pienso echarme a atrás con mi decisión. Es algo que necesito que entiendas. - el hombre habló esta vez más calmado.

La puerta se abrió de golpe ante él, mostrando a una mujer colérica.

- ¿La dejarás morir entonces? ¿Dejarás que se pudra dentro de esa inhumana torre? -  cuestionó la vieja.

- Si eso es lo que ella desea...- terminó por decir el demonio.

You're my demonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora