Capítulo 25

635 50 7
                                    

Esa era la voz tan conocida por mí. La voz que alguna vez en mi lejana memoria, me había arropado en las noches frías y me había cantado para que me durmiera. Mi madre estaba parada allí, mirando atónita pero, ¿El qué? Quizás mi ahora pronunciada barriga, o tal vez la felicidad con la que me movía al lado de mi marido. Pueda ser cualquiera de las opciones o incluso las dos, pero esa mujer, aún parada, no volvió a decir nada. ¿Esperaba a que hablara yo?

Pero no podía decirle nada. Nada bueno quiero decir. Malo, le puedo decir todo. Me giré de nuevo, mirando al frente. Aspirar y suspirar era lo único que venía a mi mente en forma de pensamiento rápido. También pasó la idea fugaz de salir corriendo, como alma que lleva el diablo. Que irónico, ¿verdad? Después, me sorprendió mi propio pensamiento. ¿Cuánto tiempo habría pasado aquí? Me giré de nuevo a mi progenitora y la miré escudriñadora. Había envejecido. Había envejecido lo suficiente para que, ahora, sus marcas faciales se hayan acentuado más. Mi padre se encontraría más o menos como ella. Y sin embargo, y quietando mi barriga, yo seguía como siempre. Como si el tiempo no hubiera pasado por mi persona.

-           Dale recuerdos a tu marido – mi voz no tembló. Mi marido sostenía mi mano protector. Mi seguridad estaba garantizada, mental y físicamente.

-          Mi marido es tu padre, y yo soy tu madre. Nos merecemos por lo menos que nos mires.-

-          Miraría a tu marida pero no está. A la única que veo es a una mujer envejecida por el tiempo a la que creía conocer.-

-          Y muy mal envejecida…-  susurro Azael en mi oreja, divertido.

Mi madre dio unos pasos al frente, quedando a escasos metros de nosotros. Supongo, que estaría dudosa de ponerse delante y encararme. Sobretodo encarar al que ahora era mi marido.

-          O sea, que ahora os lleváis bien.. Después de la bronca que tuvimos en ese despacho…¡Ahora os lleváis bien! – la voz enfurecida de mi madre me hizo estremecer, tal como lo hacía la de Azael sobre mi persona.

-          ¿Y qué esperaba señora? Al final vence el que tiene que vencer, y no hay más culpables que ustedes en esto. – Azael alzó la voz con sorna. Giró hacia mi madre su mirada. – Gracias por venderme a su hija. Es realmente una preciosidad. –

Oía los dientes de mi madre chocar, sus dedos crujir, los gruñidos por la rabia. ¿Realmente que esperaba después de todo? Sonrisas y flores, supongo. Azael volvió su mirada al frente, aún con mi mano agarrada. Oímos los pasos de mi madre avanzar y esta vez si quedó delante de nosotros, pero no me miraba a mí. Se refirió directamente a mi marido.

-          Esto no quedará así demonio. Esto no ha acabado aquí. –

Y con estas últimas palabras, mi madre se fue. En esos momentos, me encontraba tan confundida que todo lo que había pasado anteriormente por mi cabeza había desaparecido y en mi mente el blanco se hacía  presente. La caricia de Azael sobre mi mano hizo que reaccionara. Le miré aún confundida por todo lo que había pasado y éste solo me sonrió.

-          Terminemos nuestro paseo y vayamos a cenar. Tengo hambre. – y con esto comenzó a caminar de nuevo. Hay veces que envidiaba su actitud y personalidad.

Solo asentí sonriendo. No hay nada de qué preocuparse. Al final, acabamos en el lago que le había dicho antes al oído. Estaba como recordaba, patos, ocas, pequeñas tortugas y muchísimos más peces que antes. Claro, el tiempo. Entre una cosa y otra, se hizo de noche y como Azael dijo, él tenía hambre y me lo había contagiado también. Azael quería cenar en un restaurante, pero yo decidí que quería gastar el dinero en comprar comida y cocinar en casa. Creo que nunca había cocinado para él y es que en Olethros y la cocina subterránea no me dejó mucho tiempo para demostrar mi cocina. Además, hace mucho tiempo que me apetecía un risotto de setas y no me lo había podido comer hasta ahora. Era un buen momento para hacerlo, más ganas que ahora….¡Nunca!

Compré verdura para hacer el caldo, cebolla, mantequilla, arroz, las setas y el producto estrella, ¡El queso parmesano! Creo que Azael no me había visto tan ilusionada por la comida jamás. De camino a casa, paseando por las calles abarrotadas de gente que acababa de salir de trabajar, me acordé de Minerva.

-          Pobre Minerva, la hemos dejado limpiando. –

-          No te preocupes, es algo que le gusta hacer. Además, ha sido ella la que nos ha echado sutilmente de tu casa. Entre otras cosas y sin ninguna sutileza, te ha llamado guarra por no limpiar. – comenzó a carcajearse como si no hubiera sido nada importante el comentario. Incluso algo cómico. Me quedé mirándole con cara de pocos amigos. - ¡No me mires así mujer! ¡Lo ha dicho así, sin más! Pienso que no lo he dicho yo. – y siguió riéndose.

Entre bromas y risas llegamos de nuevo a casa. Minerva estaba sentada en el sillón del salón leyendo una revista. La casa estaba recogida completamente. Ni una mota de polvo. Impresionante lo que puede hacer esta mujer en pocas horas. Nos miró alegre y se levantó del sillón.

-          Bienvenidos de nuevo mis niños. ¿Alguna novedad importante para contarle a esta vieja mujer? –

-          Rachel va a hacer la cena. – me apuntó con el dedo con un gesto melodramático en su cara. – Vamos a morir intoxicados. –

Ignorando sus palabras y muy pausadamente fui a la cocina a dejar las cosas en la encimera. Me volví de nuevo andando hacia donde estaba mi marido y cuando me situe a su lado, suspiré tranquila y con una sonrisa en mi cara comencé a….

-          ¡Eres un idiota demonio bastardo! ¡Lástima que tengas una esperanza de vida tan larga, maldito maltratador psicológico! ¡Te voy a hacer la vida imposible! ¡ Ya verás, ya verás! ¡VA A SER UN PROBLEMA DETRÁS DE OTRO! -  comencé a golpearle con mis puños en el pecho durante todo el discurso de improperios que le proporcioné a su persona. Minerva se comenzó a reír como una loca y Azael intentaba parar mis golpes justificándose. Paré de repente, me acomodé la ropa y se la acomodé a él y con total tranquilidad sonreí y le golpee con ternura el pecho. – Era broma. Me voy a cocinar. Hasta luego. – y con esto, marché a la cocina.

La cara de Azael en esos momentos era un poema, y la pobre Minerva se tuvo que sentar otra vez en el sillón a causa de la risa. Seguía siendo mi casa, pero se sentía distinto. No me desagradaba esa sensación. Me gustaría mantenerla toda la vida.

Ya había pasado un rato, el risotto se encontraba haciéndose en la sartén y yo estaba en la cocina controlándolo todo. Todo, menos que Azael apareció de donde sabe Dios y me pegó un tremendo susto por la espalda. Besó mi cuello con cariño y acarició mi vientre abultado. Me giré hacia él y le beso en los labios. Me dice que me quiere y aspira el aroma de mi pelo y se tensa de golpe, agarrándome más fuerte por la cintura. Levantó mi rostro para mirarle.

-          ¿Qué ocurre? –

-          Algo no está bien. Pero no puedo localizar donde. – la frustración de Azael se hacía latente.

En otra parte, la habitación se encontraba en penumbras. Aún se olía el olor de las velas antes encendidas. Aún en la oscuridad, podías intuir, a través de las respiraciones, a dos personas. Seguramente a una mujer y un hombre. Respiraciones agitadas, temor quizás.

Las velas volvieron a encenderse y  las dos figuras antes intuidas salen a la luz. Efectivamente, un hombre y una mujer con rasgos envejecidos. Raramente familiares.

-          Entonces, ¿Nos ayudarás demonio Ebal? – la voz femenina cargada de temor y odio se dejó oir ahora en la iluminada habitación.

-          Por supuesto. – un hombre, alto, rubio largo, ojos azules y barba apareció entre las sombras. -  Vuestra hija Rachel es un premio que ningún hombre en sus cabales podría rechazar. –

Y con estas palabras, el demonio desapareció.

You're my demonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora