Capítulo 21- Incertidumbre

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Se parecía a un mapache desaliñado. Estaba horrible.

Horriblemente feliz.

Se había tenido que levantar haciendo alarde de su habilidoso sigilo para no despertar a Itachi. Se había quedado ahí, al pie de la cama, durante varios segundos, incapaz de despegar sus ojos de ese hermoso rostro que dormía tan plácidamente. No había podido reprimir una dulce sonrisa y con toda la ternura que esa visión le hacía sentir, le apartó el cabello con delicadeza y le robó un pequeño beso a sus labios apenas entreabiertos. Entonces sí, pudo comenzar a prepararse para encarar una nueva jornada.

Salió de la habitación sin hacer ruido pensando en que seguramente ya no pasarían mucho más tiempo en ese ryokan al que tanto cariño le había tomado. Pero sabía que Itachi no querría posponer demasiado su partida ahora que Kisame...

Sí, justamente él. El ninja grandullón acababa de entrar en la posada y tras haberla visto por el rabillo del ojo había decidido apostillarse al pie de la escalera, justo por donde ella tenía que pasar.

Resopló audiblemente, no quería ocultar cuán molesta le resultaba su presencia últimamente. Como si solamente hubiera sido el viento quien acababa de irrumpir en el vestíbulo, Yuki bajó tranquilamente sin reparar en su intimidante complexión y comenzó a caminar como si nada hacia la cocina, ignorándolo por completo.

Él, en cambio se la había quedado mirando con el rencor latente aún en sus diminutos ojos negros y sintió una mezcla de resentimiento y orgullo herido. Debería estarle agradecido de seguir con vida, sin embargo no podía ni quería demostrarle debilidad a esa chiquilla insulsa.

Sonrió con sorna cuando comenzó a caminar, cambiando de parecer. Aún les quedaba mucho trayecto por delante y por fuerza tendrían que compartir camino. Él lo llevaba más que bien, pero si ella iba a estar resentida durante ese tiempo, era su problema. Más se divertiría él.

Se perdió en la pequeña y acogedora taberna que el ryokan tenía abierta desde la primera hora de la mañana. Sabía que tendría que vérselas con Itachi. No era tan imbécil como podía parecer, así que, si no podía escapar de su destino, ¿qué mejor modo de aguantar al Uchiha que con un par de botellas de sake en el cuerpo? Total, con él tampoco pensaba disculparse...

Cuando se hubo sentado, leyendo la prensa local mientras esperaba a ser atendido, el señor Raizo le avistó a la distancia y frunció el ceño. No le perdonaba lo que le había hecho a Yuki y eso había sido motivo más que de peso para desear su partida inminente, aunque la contrapartida era que, cuando él se marchara, la muchacha y el otro Akatsuki también desaparecerían de allí. Se adentró en la cocina pasando por detrás de la barra y encontró a la albina ahí, con unas ojeras casi tan marcadas como las de su pareja y una sonrisa de felicidad en el rostro que la hacía brillar como una estrella a pesar de su aspecto cansado.

—Cielo santo, muchacha —sonrió ampliamente, rascándose la nuca—. Se nota que te desvelaste en el festival, ¿eh? Espero que lo pasaras bien —dijo palmeándole el hombro.

—Ni se lo imagina, señor Raizo —respondió ella en un tono soñador intentando ocultar su rubor. Porque sí, había sido una noche exquisita... pero no del modo inocente que él creía—. Por cierto, en el rato que llevo aquí no he visto a la señora Yulen, ¿se encuentra bien? —preguntó preocupada.

—Oh sí, ella está bien —comenzó a explicar mientras iba preparando los platos para el desayuno—. Marchó de buena mañana hacia la villa, tenía que hacer unos encargos y como le llevará unos días decidió quedarse en casa de su hermana.

—Comprendo —asintió ella más tranquila, trajinando entre los armarios para ayudarle.

Estuvo cavilando y tratando de darle un sentido real a las palabras que le había dicho al despedirse de ella en el festival. Volver a casa... ¿realmente volvería alguna vez? Y de hacerlo, ¿serían capaces de hacer la vista gorda y perdonarle sus errores? No. Sabía que la respuesta era tajante, probablemente la juzgarían por traición y por aliarse con el enemigo.

Las noches en las que el cielo se tiñó de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora