Capítulo 20- Ahora que la oscuridad se desvanece

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Lo había entendido a la perfección. No necesitaba más explicación que esa para saber que ambos deseaban ser uno mismo.

Verla sentada sobre él con tan sólo aquella camiseta cubriendo sus delicadas curvas le estaba haciendo perder la razón. No dijo ni una sola palabra pero dejó que sus manos hablaran por él y las acercó a sus caderas, colándose por debajo de la tela para notar al fin la tersura de esa piel que hasta el momento le había sido vetada.

No dejó de mirarla ni un segundo con el fuego ardiendo en sus pupilas, comprobando cómo un ligero rubor teñía sus mejillas cada vez que él dibujaba sobre su cuerpo con las yemas de sus dedos en lentas caricias que le erizaban la piel. Fue ahí cuando la atrajo hacia sí para volver a fundirse en un beso arrebatador y Yuki sintió su mundo revolverse hasta quedar del revés, dándose cuenta de que en ese giro inesperado era ella la que ahora volvía a estar acostada sobre las sábanas e Itachi había adoptado su postura anterior, tomando el control absoluto de su cuerpo bajo él. Estaba a su merced y mentiría si dijera que no ansiaba entregarse a él sin reservas.

Tenía presentes las heridas y no pretendía ser brusco con ella por más que le apeteciese dejarse llevar por sus bajos y oscuros instintos. Sin dejar de besarla comenzó a recorrer su piel en un placentero cosquilleo que comenzaba en el lóbulo de su oreja y marcaba el camino hacia el cuello para desembocar en el hombro izquierdo, a escasos centímetros del hematoma.

Despegó sus labios de ella para escrutar su semblante, recibiendo una profunda mirada cargada de preocupación. Entendió la inseguridad que reflejaban sus facciones y llevó su boca hacia el brazo dejando varios besos tiernos esparcidos alrededor de la zona afectada, como si pretendiera que sanara con esas pequeñas atenciones, apaciguando sus temores y demostrándole cuanto amor pudiera, diciéndole en ese gesto que amaba hasta el menor recoveco de ella, sin importarle el aspecto que tuviera. Repitió la misma operación cuando se dirigió al cuello y lo agasajó con la experiencia de sus labios y la humedad tibia de su lengua, logrando al fin que ella soltara un jadeo, estremeciendo su cuerpo, visiblemente más contraído.

La miró con una ceja levantada y una sonrisa torcida, sintiendo su ego henchido por ser capaz de lograr ese efecto en ella con tan pocos roces.

Y Yuki, que ya comenzaba a caer en una espiral de placentera locura, sentía su centro llenarse de un fuego líquido que humedecía su zona íntima con rapidez. Su pecho subiendo y bajando por la respiración que comenzaba a agitarse sólo podía ser indicativo de la expectación que estaba experimentando. Volviéndose osada irguió su cuerpo para arqueando la espalda, haciéndole saber que estaba preparada para sumirse en sus intensas caricias, para darle todo cuanto él quisiera tomar.

Itachi aprovechó para colar su mano en el hueco entre su espalda y el colchón para sentarla frente a él, y ahí sus manos se dirigieron hacia el bajo de la camiseta y se enrollaron en ella para comenzar a tirar hacia arriba y deshacerse del estorbo que le privaba de las maravillosas vistas. Sus ojos centellearon por el deseo abrumador al ver su desnudez, deleitándose en el tacto de su suave y cremosa piel, sintiéndose terriblemente atraído hacia el rosado cenit de sus pezones. La volvió a dejar caer sobre la cama para cernirse sobre ella y recorrer su cintura y sus caderas con sus manos, ávidas de conocimiento sobre ese cuerpo femenino, queriendo desentrañar los secretos que la harían enloquecer. Y no dejaba de asombrarse por ver sus reacciones... se retorcía bajo su tacto sin parar y sus labios entreabiertos dejaban escapar el aliento, cargando el ambiente de una abrumadora tensión sexual que pedía a voz en grito ser liberada con la unión de su carne.

Subió de nuevo su rostro hacia el de ella con una lentitud tan parsimoniosa que amenazaba con romper a Yuki por dentro. Su cabello peinó cada curva de su figura y erizó su piel al pasar sobre sus pechos erguidos y turgentes, ya endurecidos. Fue al llegar a su oído que no pudo evitar susurrar una pregunta, provocador.

Las noches en las que el cielo se tiñó de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora