Capítulo 3- Una madriguera y tres lunas rojas

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Iban dando saltos a una velocidad apabullante, encaramándose en las ramas de los árboles siendo camuflados por la espesa hojarasca y las gruesas nubes que cubrían el cielo, y la luna, siendo la única que podría haberles allanado el camino, se ocultaba tímida para entorpecerles y protegerles a partes iguales. Trataban de no dejar ningún rastro que les delatara y ser cautelosos en sus movimientos para no hacer el menor ruido. Fundirse con la noche, mimetizarse con el bosque... esa era la naturaleza de un ninja, ser invisible a ojos de cualquiera.

Kakashi giró su rostro para comprobar que su equipo le seguía de cerca sin perder la formación de estrategia establecida. Sasuke y Sakura a sus flancos derecho e izquierdo, Naruto a la retaguardia asegurándose de cumplir del mejor modo posible con la posición más difícil en caso de emboscada, y por desgracia, en los últimos días, ya habían sufrido varias. Mientras, los Ninken, el equipo de perros ninja de Kakashi, se dispersaba por los alrededores olfateando y rastreando la zona, buscando cualquier despiste, pista o trampa que pudiera enturbiarles el camino. Todos estaban más que agotados, llevaban días corriendo sin parar, batallando, escondiéndose y alimentándose mal. Teniendo en cuenta ese estado de fatiga, era fácil cometer ciertos errores de principiante.

El plomizo ojo del hombre se cruzó con las dos esmeraldas refulgentes de Sakura, quien le sonrió apenas perceptiblemente. Fue todo un alivio para el líder el haber podido hablar con ella y asegurarle que su hermana estaría a buen resguardo bajo el liderazgo de Ibiki. Ese hombre podría ser muchas cosas, entre ellas un sádico sin escrúpulos, pero no dejaría que bajo su mando le sucediese nada a ninguno de sus subordinados.

Volvió a centrar su vista al frente mientras rebuscaba en las rigurosidades de su mente, deseando que Naruto y Sakura se mantuvieran alerta de cualquier movimiento incierto de su compañero de equipo quien, centrado sólo dios sabría en qué, mantenía su mejor expresión austera, al margen de sus acompañantes y sin darles el menor indicio de qué demonios se le estaría cruzando por la mente al adolescente.

Una suave bruma se escapó de los labios del Jounin, atravesando la tela de la máscara. Yuki...

"—No te pediría esto si no tuviera la certeza de que puedes facilitarnos el trabajo, pequeña. Créeme, no es la primera vez que pongo en las manos de un simple niño una toma de decisión tan cruel y despiadada como ésta... —Sarutobi estrechó los ojos haciendo que las prominentes arrugas alrededor de ellos se tornasen más profundas y sombrías. Se perdía en los pensamientos de todas las atroces acciones que había ordenado en su pasado, tantos años atrás, al condenar el futuro de un simple niño de tan sólo trece años.

Los ojos bruñidos de plata le observaban con extrañeza, como queriendo desentrañar el recuerdo que hubiera rescatado el anciano en ese mismo instante. Aun así, hizo acopio de todo su autocontrol para no interceder en su mente. No... adentrarse en las profundidades de un hombre como él, tan curtido, experimentado, sabio y endurecido por las causalidades de la vida era algo que no le correspondía a ella. Ni le correspondía ni quería ser partícipe de ello, pero...

—No me hagas caso, pequeña —sonrió cambiando radicalmente el semblante de su rostro. No era momento para arrepentimientos ni reproches propios, no delante de ella—. Sólo son pensamientos de un pobre viejo, pero si te pido esto es porque sé que puedes ayudarnos a desentrañar el misterio de esos criminales de una vez por todas. Tu don...

—... tiene un gran valor estratégico —terminó la frase por él—. Lo sé —bajó la mirada con respeto.

—¿Qué me dices? ¿Aceptas la misión? —preguntó esperanzado.

—Accedo, pero tengo una condición —solicitó ella con firmeza—. Sólo pido que al terminar esta guerra me permita tomar mis propias decisiones.

Las noches en las que el cielo se tiñó de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora