Durante esos días fue más de lo mismo. Yuki no dejaba de escuchar sus berridos en la lejanía haciendo eco en las paredes, vociferando colérico el nombre de Itachi, que seguía sin aparecer.
Dios, Itachi... ¿dónde te has metido?
No había salido en tres días de la inmensa biblioteca salvo para lo estrictamente necesario, apenas había comido y necesitaba una larga y relajante ducha, al menos para tratar de bajar la tensión acumulada en sus hombros. Encargarse de su mente sería otro cantar.
Se respaldó en la silla, suspirando hacia el techo abovedado. Desplazó sus ojos hacia el ventanal de su derecha y de nuevo se maravilló pensando en lo habilidosos que tuvieron que ser quienes construyeron ese refugio. La zona de los dormitorios contaba con amplias ventanas que ofrecían las vistas del acantilado y el valle que rodeaba toda la zona del País de la Luna, pero es que desde la biblioteca podía apreciar el amplio río que desembocaba en el mar, siendo custodiado por varias hileras de árboles caducos que mecían sus hojas doradas y rojizas al son del viento, brillando bajo la intensa luz del sol. Era una vista hermosa, como la melancólica fotografía de una postal otoñal, como un pequeño rayo de esperanza en medio del desasosiego que se afanaba en engullirla.
Miró una vez más hacia la mesa redonda que estaba ocupando, repleta de enseres médicos, frascos, mezclas, plantas, sustancias, libros, apuntes... Y al final de todo ese caos en el que ella era capaz de orientarse estaba su creación más preciada. Sólo un pequeño movimiento la separaba de conocer el veredicto.
Tomó todo el aire que fue capaz de recabar en sus adoloridos pulmones para infundirse valor. Carraspeó y entonces mandó la orden a su cerebro, con precisión tomó el cuentagotas, lo llenó de la sustancia azulada que le habían proporcionado las algas hervidas y machacadas y lo llevó hacia el antídoto que, después de todas las mezclas, había adquirido un brillante tono rojizo. A punto estuvo de unir ambos contenidos cuando le tembló el pulso; era la hora de la verdad.
Sólo tenía que apretar los dedos ligeramente sobre la perilla de goma y estaría hecho, sólo tenía que...
Un golpe bruto y la puerta de doble hoja se abrió de par en par, sobresaltándola. Giró la cabeza con el corazón en vilo y casi le desintegró con la mirada centelleante.
—¿Dónde está? —cuestionó tenso adentrándose en la amplia sala—. Sé que lo sabes... ¡dime dónde está ese canalla! —rugió exasperado, su eco muriendo entre las altas estanterías cargadas de libros viejos y polvorientos.
Si Itachi se describía a sí mismo como alguien poco paciente era porque, definitivamente, llevaba demasiado tiempo alejado de su hermano. Sasuke le superaba con creces.
—¿¡Tengo pinta de saber dónde está!? —gritó ella crispada levantándose de la silla para enfrentarle.
—¡No me importa! ¡Sólo quiero saber dónde...!
—¿Sabes qué? —cortó ella frunciendo más el entrecejo—. Casi prefiero seguir viviendo en la ignorancia para que así no puedas seguir extorsionándome —rebatió cansada del menor de los Uchiha. Se había hartado de que la acosara incesantemente desde que llegara para atosigarla e interrogarla, a cada paso que daba cuando abandonaba esa estancia, ahí estaba él, sin darle un respiro. Estaba llegando al límite de su paciencia—. Ahora, si has terminado de hacer el ridículo déjame terminar con esto, ¿quieres?
Dejándole con las palabras colgando en sus labios se encaminó de nuevo hacia la mesa para seguir con lo que estaba haciendo. No iba a posponerlo más.
Sintiéndose estresada bajo el intenso escrutinio de Sasuke procedió a hacer la mezcla. El pequeño hilillo azulado se diluyó con el rojo y pocos segundos después la sustancia adquirió una fuerte tonalidad malva.
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Las noches en las que el cielo se tiñó de rojo
Hayran KurguPara alguien como Yuki, que poseía un extraño poder similar a la clarividencia, los secretos mejor guardados de cada uno eran algo que ella se había visto obligada a desentrañar. Pero cuando las vueltas de la vida la pusieron en el mismo camino de e...