Capítulo 10- Tsukuyomi

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Una, dos, cuatro, siete... Cada día, a cada hora, a cada momento, Yuki había cumplido con su palabra para mayor hastío de sus captores, quienes se habían ido turnando en cada ocasión, cansados de sus infructíferos intentos de escape.

En las primeras huidas no había conseguido aventajarles ni tan siquiera medio día de distancia y ellos no tardaban nada en dar con ella del modo más sencillo posible. Unas veces arrastrada del cabello, otras tironeando de sus brazos mientras bregaba para librarse del agarre y en otras directamente un golpe seco en la nuca la sumía en la inconsciencia, pero siempre, siempre, había gritado, luchado y tenido unas imperiosas ganas de llorar por sus fracasos. Pero también, el retraso a causa de sus estúpidos juegos les estaba pasando factura a los Akatsuki.

En cambio, en sus últimos intentos ya no se lo habían puesto tan fácil y ella simplemente se dejaba llevar de regreso, apática y sin protestar, volviendo a sumirse en el silencio. Kisame había tenido irrefrenables deseos de rebanarle la garganta o de cortarle las piernas, al menos sería más fácil llevarla a cuestas que tener que desandar su camino una y otra vez para traerla de vuelta. En cambio Itachi... era Itachi. Había mantenido su fastidio a raya mostrando en su actuar una paciencia que realmente no poseía. Todo con el fin de desacreditar a la mujer, sin darle el gusto de saber lo mucho que le estaba costando contenerse.

No podía dejarla marchar. Tampoco quería, no ahora sabiendo todos los riesgos que podrían correr. Además, desde que se opusiera a ir hacia el País de las Tormentas se había negado en rotundo a ponerle las manos encima para seguir procurándole cierto bienestar con su chacra y esa falta de energía comenzaba a hacer mella en él. La enfermedad no se detenía por nada y él no podía morir. Al menos no aún...

Si lo que pretendía era castigarle con su indiferencia, lo estaba consiguiendo, y cómo lo sufría en carne propia. Se sentía realmente mal consigo mismo y ni tan siquiera era capaz de entender por qué. Era un quebradero de cabeza toda ella, con ese carácter fuerte e impertinente pero austero y enigmático cuando se llamaba a silencio de nuevo. En cambio, cuando la observaba sabiéndola perdida en sus pensamientos, tan serena y con la mirada soñadora, era... era... Era como tocar el cielo con sus manos y no entendía cómo esos pequeños y simples gestos, tan mundanales, eran capaces de procurarle un resquicio de paz a su oscuro espíritu.

Esta situación es ridícula.

Caminó dejando de lado el cobertizo abandonado en el que habían pasado la noche, donde aun obligándola a dormir entre ellos dos, la muy embustera había sido capaz de escapárseles de entre los dedos una vez más. ¿Cómo demonios lo hacía? Claro... siendo tan sigilosa como Kakashi le habría enseñado. Con parsimonia siguió avanzando hasta que vio su melena brillar con los primeros rayos del amanecer, en un no muy lejano horizonte. No tenía prisa, sabía que no llegaría muy lejos. Sorprendente era que, al octavo intento, hubiera tratado de marcarse una huida hacia adelante en lugar de hacerles retroceder de nuevo. Qué pena que vaya a ser tu último intento. Un gritito agudo llegó nítidamente a sus oídos y supo que ya no habría una próxima vez.

Y su corazón se estremeció.

Kisame la había lanzado contra un árbol con tan sólo un golpe de su antebrazo impactando contra su estómago.

—¡Zorra! —espetó haciendo resonar sus pisadas, cada vez más cercanas—. Juro que esta vez te rompo las piernas —amenazó levantándola del suelo con su mano oprimiendo su garganta. Yuki tosió sin dejar de patalear e incrustar las uñas en las enormes manos de él, comenzando a aterrarse por no notar el suelo bajo sus pies—. ¡Deja tus chorradas de lado o te...!

—Kisame —habló Itachi sin alterarse, como si la suave brisa hubiera arrastrado el arrullo de su voz—. Suéltala, esta vez me encargaré yo.

—Sí, será lo mejor porque de lo único que tengo ganas ¡es de ensartar su cabeza en una pica! —rugió colérico, tanto, que sus ojos se inyectaron en sangre y el color azulado de su piel se vio sustituido por un bermellón incendiado. Desenvainó la espada y tras dar un grito agresivo la estrelló contra el árbol que sostenía el peso de Yuki, partiéndolo a la mitad mientras la mujer a duras penas había logrado apartarse de la trayectoria de la inmensa arma escamosa—. Ojalá esto te ayude a retractarte la próxima vez que decidas hacer el idiota —dijo mirándola desde su altura, sin perderse el patético espectáculo que ofrecía al apoyarse en sus rodillas y manos.

Las noches en las que el cielo se tiñó de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora