"Utatane Koharu... Utatane Koharu... Utatane Koharu..."
Repetía el nombre en su mente como un mantra. No podía evitarlo. Esos vocablos se habían convertido en su fijación desde el mismo momento en que ese ANBU corrupto lo dejó escapar de entre sus labios.
Durante su adolescencia, bajo la tutela de Tsunade cuando aún estudiaba medicina, hubo un par de ocasiones en las que pudo coincidir con la anciana en la sala de reuniones de la Hokage, junto a su otro componente del Consejo, aquel viejo con gafas del que no había memorizado ni su nombre. Tampoco le importaba. Pero a ella sí que la recordaba claramente...
Vieja, malencarada e hija de puta.
Siempre había tenido la certeza de que era una de esas mujeres con voluntad de hierro, inquebrantable, recta, severa y sumamente intolerante. De esas de "mando y ordeno", que ofician a favor de un bien común... pero que sus acciones distan mucho de prestarse a ello.
Egoísmo oculto, intereses, que por más políticos que fuesen, terminaban desembocando en beneficios personales camuflados en bienes para su nación.
E Itachi había sido condenado por alguien así... Y ahora era su turno. Condenada por haber sabido hallar la verdad, por haberla llevado encima siempre en forma de palabras, al resguardo de unas cuantas páginas desgastadas cosidas a las tapas de un cuadernillo.
Apretó el puño con cierta rabia, observándolo sin observarlo, con la mirada fija en un punto inconcreto más allá de sus brazos estirados. Casi tenía ganas de sonreír con amargor al imaginar la inseguridad que podría estar sintiendo esa momia decrépita desde que pusieran los pies en Konoha. Prueba de ello era verse encarcelada y custodiada de esa asfixiante manera.
Se juraba para sus adentros que en cuanto hallara el modo de salir de esas deprimentes dependencias sería ella misma quien la acabase con sus manos.
Si Konoha quería un motivo real para ordenar su ejecución entonces les daría uno de peso.
Pestañeó apáticamente. A juzgar por el lúgubre clima, que no amainaba su abundante descarga de agua, no podía saber a ciencia ciertas cuántas horas haría que habría amanecido. Tal vez, supuso vagamente, pudiera ser ya mediodía.
Sus tripas rugieron en protesta ante la posibilidad, pues desde que despertara la noche anterior nadie le había ofrecido alimento. Eso sin contar el tiempo que habrían tardado en llevarla hasta ahí, sedada y sin probar bocado.
Ni fuerzas tenía cuando un murmullo que poco a poco aumentaba hasta convertirse en gritos en el pasillo captó ligeramente su atención. Ni tan siquiera quiso moverse, embebida en sus rencores y nueva sed de venganza; sin embargo, no pudo omitir aquellas quejas que llegaban a sus oídos, amortiguadas, severas y firmes.
—Me tendrá que disculpar, pero el reglamento dice...
—¡Me importa un bledo lo que diga el reglamento! —restalló la dueña de aquella potente voz—. Si digo que esta mujer entra conmigo ahí dentro así será. ¡Por el amor de dios, es su hermana, y aparte de eso mi mejor médico, mi soporte! —bramó con desaire, cansada de que, a pesar de ser la Hokage, los agentes siguieran ninguneándola.
El ANBU de la coleta espigada, del que Yuki ya reconocía su voz burlona sin ningún tipo de esfuerzo, quiso replicar con dureza.
—Sólo puede entrar una persona por vez. La señora Utatane ordenó que...
—Ah sí... el Consejo, claro... —ironizó Tsunade arrastrando las palabras, cansada de encontrar piedras en su camino a cada paso que daba—. Escúchame bien, imbécil —habló con la voz oscura, cargada de amenaza— no me interesa si ese vejestorio te ha ordenado que vigiles esta puerta o si te ha mandado que te tires de cabeza por un puente, pero de lo que puedes estar seguro, pedazo de mierda, ¡es de que si no te apartas me aseguraré de que pases el resto de tu vida en el agujero más oscuro y nauseabundo que haya parido el mundo! ¿¡Está claro!? —cuestionó agarrándole con firmeza por el cuello de su impoluto uniforme para estrellarlo contra la puerta.
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Las noches en las que el cielo se tiñó de rojo
FanficPara alguien como Yuki, que poseía un extraño poder similar a la clarividencia, los secretos mejor guardados de cada uno eran algo que ella se había visto obligada a desentrañar. Pero cuando las vueltas de la vida la pusieron en el mismo camino de e...