Día de perros (ella)

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Después de darle vueltas al asunto y repetir una y otra vez el beso en mi cabeza, todo estaba muy confuso. Mi imaginación me estaba jugando una mala pasada, algunas veces sentía que era yo quien lo besaba y otras veces era él que lo hacía. Logré dormirme cuando el sol comenzó a despuntar, creo que me ganó el cansancio.

El ringtone de mi celular comenzó a sonar y dormida atendí. ¡Terrible error! Era mi jefe.

-¡¿Dónde estás?! Es increíble que no estés en la sesión.

No, no es increíble, para empezar soy la que contrata el personal, no la directora creativa, ella gana el doble que yo y no aparece nunca, acepto parte de la culpa, yo la contraté. Y dos besé a mi supuesto amigo, el fotógrafo y la cara se me caería de vergüenza si lo vuelvo a ver. Obviamente no podía decirle eso a mi jefe  por lo cual recurrí al más bajo instinto de supervivencia: MENTÍ.

-Disculpe sr. Gonzales – dije tapándome la nariz para que pareciera que estaba resfriada- estoy muy enferma, con fiebre y no fui porque pensé que si contagio a alguien podía ser peor. Pero si quiere voy ya mismo para allá- mentí mientras cerraba los ojos y mentalmente lanzaba una súplica al cielo.

-No, por dios es lo último que quiero, pero el lunes la quiero temprano en la oficina para plantear la pauta y poder ver la cuenta del sr. Andersen

-Por supuesto- dije mientras ponía los ojos en blanco-muchas gracias- maldito chupasangre que no me ha dado vacaciones en dos años, pensé pero eso claramente no lo dije por el bien de mi continuidad laboral.

Di por terminada la llamada y me desplomé nuevamente sobre la almohada, miré el reloj y pude observar que solamente había dormido dos horas, mi perra Azul comenzó a ladrar recordándome que estaba violando nuestra rutina mañanera de salir a pasear.

-Hoy no Azul-  Cerré los ojos intentando volver a conciliar el sueño pero ella tenía otros planes pasó su humeda lengua por toda mi cara, saltó a mi cama y comenzó a ladrar. Una vez más ganó.

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Jamás creí que me podía dormir en un banco de la plaza pero así fue, después de caminar y correr a Azul por todo el parque decidí sentarme en el banco de la plaza como de costumbre. Con mi rostro hacia el sol, como si fuera una batería que necesita recarga, cerré mis ojos y me perdí en el placer de sentir el calor de sus rayos sobre mi piel. Y no sé cuánto tiempo paso. De repente sentí que delicadamente con el dorso de la mano acariciaban mi mentón hasta bajar por mi cuello. Creí que estaba soñando cuando recordé que estaba en la plaza.

Desesperada abrí los ojos y me acomodé, mi visión tardó en ajustarse ya que estaba encandilada y  cuando enfoqué creí que estaba viendo una visión. La más bella visión.

Solo tú, solo yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora