Prefacio

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Sicilia, Italia.

1812

—¿Podrías tan sólo sentarte y escuchar? —preguntó la joven castaña, mientras lo escrutaba con insistencia y él se reía.

Él sabe que habla en serio, pero no puede evitar contradecirla, pues agobiarla sutilmente ha pasado a formar parte de su larga lista de pasatiempos.

—Pareces una gatita molesta cuando actúas de esa forma—expresó mirándola con picardía, lo cual sólo consiguió irritarla más.

—¡He dicho que te sientes!—ordenó tajante, con un rastro de rubor en sus mejillas.

—Ya, ya, no seas escandalosa— intentó atemperar su ánimo mientras tomaba asiento, con mucha tranquilidad, en la enorme silla de caoba —Me senté ¿ves? Ahora habla.

Ella suspiró resignada.
Conocía muy bien el carácter inmaduro de su compañero, que al pasar los años parecía no acrecentar su sensatez.

—De acuerdo—accedió con mayor aplomo.

Tomó asiento en la silla frente a él, degustando una taza de café que después colocó sobre la mesita redonda que los separaba. Ambos eran iluminados por la tenue luz dorada del enorme candelabro que colgaba sobre sus cabezas.

—Hace algún tiempo—empezó a contarle ella—no mucho en realidad, vivió una muchacha de nombre Dianora Vittone. Su cabello era largo de color negro, tan negro como la oscuridad que nos ha abrazado a nosotros los malditos... Tenía un par de profundos y soñadores ojos grises, que te dejaban ver la pureza que sólo tiene un alma inocente como la suya. No te miento, era una muchacha hermosa.

«A menudo se le veía corriendo y cantando por los prados italianos, contagiando con su alegría a quien fuese que la viera.
Al pronunciar su apellido se reconocía la honra y opulencia que destacaba a su familia, y sin embargo, alcanzaba la dicha rodeada de criaturas en un bosque y no en su suntuosa mansión.»

—La chica de la que me hablas...— interrumpió de pronto—parece una persona única.

—Lo era—sentenció—, y tan segura estoy de mis palabras que como prueba de ellas, ésta mujer logró enamorar a un demonio.

—¿Un demonio?—repitió él, esta vez con asombro.

—Y no a cualquiera, te hablo de uno de los reyes del infierno: Beleth...

—...El Rey terrible—completó él, mientras un escalofrío recorría su espalda.

—Así es. Trata de imaginar lo maravillosa que era. Cuanta pureza desbordaba su alma. Tan magnífico era su corazón que logró rendir a ante sí a un ser vil, carente de todo aquello que ella poseía en abundancia. Desde luego, ninguno se imaginó lo que su enamoramiento acarreaba.

«Dianora comenzó a tener sueños en los que se encontraba con Beleth. La primera vez le pareció eso, un simple sueño que pudo nacer de alguna fantasía suya, pues era una muchacha que creía en el amor y soñaba con casarse y formar una familia algún día. Después de varias semanas en las que Beleth se presentó en sus sueños, ella confió en la existencia de éste hombre. ¿Qué creyó que era? Sólo ella lo sabe, pues Beleth no le confesó nunca que era un demonio.

«La chica estaba tan emocionada que se lo contó a Carlota, la sirvienta más antigua de su casa y la que la cuidó durante su niñez. Carlota desde luego, tomó la actitud de la joven con ternura e inocencia, pues según ella, Dianora sólo se encontraba enamorada de la idea de enamorarse. De amar algún día.

«Así pues, pasó un tiempo, y el demonio comenzó a manifestarse en su habitación. Se le escuchaba a Dianora hablando sola por las noches hasta el amanecer, incluso había olvidado su ya rutinario paseo vespertino por los prados italianos, quedándose en su habitación lo que restaba del día para seguir conversando con Beleth.

La Falsa Trinidad: El Secreto de Lilith [TRILOGÍA]Where stories live. Discover now