Capítulo IX: Cirque du BerUkanah

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Desperté a mitad de una ligera llovizna que golpeaba suavemente contra los cristales del balcón en la habitación que compartía con Kháos. Nunca me había quedado en un hotel y menos en uno con tanto boato, aún así, al despertar en una cama olvidé mi ubicación y busqué mi recamara en Rosenheim, para después recordar con cierta melancolía lo lejos que me hallaba de mi hogar.

Mi compañera despertó un par de minutos más tarde y a las diez de la mañana ya nos encontrábamos listas para bajar a desayunar.

—Éste combina con tus ojos, Antje —dijo, viéndome a través del espejo. No contesté, me sentía apenada a causa de no recibir halagos desde hacía mucho tiempo— Lo elegí porque sabía que se te vería hermoso.

Kháos se esmeraba en arreglar mi larga pelambrera rubia, recogiéndola en un alto moño con una flor de color blanco que la chica había colocado con emoción como si hubiera finalizado ya su obra de arte.

El vestido que me había pedido que usara era uno de color aguamarina que reconocí, si resaltaba mucho mis ojos. Era un vestido muy hermoso con detalles de encaje y varios lazos alrededor de la cintura. La italiana por su parte, llevaba un vestido rojo que resaltaba su delgada figura y que hacía juego con sus labios.

Cuando Kháos terminó de cepillar su larga cabellera castaña y la recogió en una coleta, me pidió que llamara a los chicos a su habitación para bajar a desayunar juntos. Asentí y salí de la habitación. Justo frente a ella estaba la puerta con el número cuarenta y uno hecho de metal en la parte superior de ésta. Toqué un par de veces, esperando una respuesta.

—¡Ya voy! — avisó una tranquila y gruesa voz al otro lado de la puerta. Ésta se abrió, mostrando a un Regulus de oscuros cabellos enmarañados y rostro adormilado. Estaba bostezando plácidamente. Indudablemente lo había despertado.

Usaba la misma camisa blanca de lino y los mismos pantalones. Entonces sentí cómo mi corazón había dado un salto dentro de mi pecho y mi estómago había comenzado a revolverse.

—¡Elysia! — me llamó con sorpresa. Rápidamente dirigí la vista hacia otro lado.

—Kháos dice que se den prisa. Bajaremos a desayunar — contesté, tratando de ocultar aquel nerviosismo que comenzaba a apoderarse de mí.

Regulus me miró con ese par de ojos color sangre que hubiesen puesto la piel de gallina a cualquier persona que miraran. Pero a mí no me provocaba ni una pizca de temor, sino que me inquietaban de una forma extraña. Me atraían de una manera desconcertante, que ni siquiera podía entender.

—¿Dónde está Cassius? — pregunté percatándome de su ausencia en la habitación.

—Debe seguir en el casino— contestó. Cada expresión suya era exquisita. La forma desinteresada con que miraba a su alrededor, el movimiento de sus labios rosados y delgados al hablar. Parecía una especie de tentación diabólica a la que nadie podría resistirse.

—¿Anoche fue a un casino?— pregunté, volviendo a nuestra conversación. El chico se encogió de hombros.

Me incliné hacia abajo cuidadosamente, para ver por debajo del brazo de Regulus que estaba recargado contra el marco de la puerta, y su habitación estaba un poco desastrosa. La ropa estaba tirada en el piso –supuse que era la de Cassius–, había un par de botellas de whisky y vasos de cristal, también ceniceros y cigarrillos sobre la mesita que se hallaba en la pequeña sala.

—Quería llevarme con él para vigilarme mientras jugaba— explicó, esta vez con un tono de frustración al recordarlo—. No sé cómo puede divertirse tanto apostando—añadió, pasándose la mano por la enmarañada melena azabache— Vino por mí, pero me negué a ir y mientras me convencía comenzó a beber y a fumar. Lo peor es que ni siquiera se embriagó.

La Falsa Trinidad: El Secreto de Lilith [TRILOGÍA]Where stories live. Discover now