Las ráfagas de viento que envió con precisión hacia aquel pino lo partieron en cientos de pedazos, dejando en su lugar un pequeño tronco con las raíces aun aferradas a la tierra. Recogió algunos de los trozos de madera, cargándolos sobre su hombro, y se fue.
Caminó con paso veloz en dirección a su pequeña cabaña, que se encontraba a un par de kilómetros del lugar del bosque en el que se encontraba. Regulus comprendía que no podía destruir pinos cerca de su vivienda, ni mucho menos a orillas del bosque, donde corría el riesgo de ser visto por algún pueblerino. Que lo encontraran era lo último que necesitaba, y no era que no hubiera sucedido ya, — pues antes ya había tenido “visitas inesperadas” en algunas ocasiones y le resultaba muy complicado alejarlos sin que abrieran la boca sobre su paradero— pero prefería ahorrarse ese tipo de molestias. Muchas veces, se había visto obligado a recurrir a medidas desesperadas como noquear a los intrusos y distorsionar sus mentes para que sus recuerdos fueran confusos, pero él no era fanático de usar sus poderes con los humanos, era de naturaleza un poco más tranquila y muy rara vez se molestaba.
Regulus tenía diecinueve años. Era alto y de cuerpo un tanto atlético debido a que había pasado la mayor parte de su vida en el bosque cortando leña, cazando de vez en cuando, pescando y demás actividades que un chico, con tanta energía como él, era capaz de hacer al aire libre. Su cabello era lacio de un negro tan profundo que hacía resaltar aún más la belleza que habitaba en su pálido rostro; lo llevaba en media melena, con la raya por un lado y siempre lo traía desordenado. Sin embargo, entre toda esa hermosura, sus ojos con irises del color de la sangre desentonaban, y a su vez, producía un impetuoso pavor.
Por si fuera poco, atravesada en su ojo izquierdo, llevaba la marca del demonio: una cruz invertida que nacía al ras de su espesa ceja negra y que terminaba sobre su pómulo. Poseía una mirada perturbadora teniendo en cuenta esas inusuales características, sin embargo, la profundidad del color granate en esos ojos de largas pestañas oscuras, provocaba la ambivalencia de la belleza y el terror.En lo profundo de la frondosa arboleda que se hallaba a los alrededores de Valenza, Alessandria, se encontraba el modesto hogar de Regulus. Había vivido ahí desde que tenía siete años de edad, en completa soledad, pues su nana Carlota debía de mantenerse en Valenza vendiendo joyas y encargándose de las labores del hogar de personas adineradas para poder mantenerse a ella y al niño, aunque la mujer lo visitaba casi todos los días.
Aquella soleada tarde de primavera, en la que se internaron hasta lo más profundo del bosque con la esperanza de hallar un escondite temporal, después de un evento desafortunado ocurrido en el pueblo, se toparon con la pequeña cabaña, que estaba completamente deshabitada y en muy buenas condiciones. Consciente de que Regulus ya no podía continuar su vida en el pueblo, Carlota le propuso al chico quedarse a vivir ahí, y él, deseoso de alejarse de todas las personas que lo habían lastimado tanto, aceptó encantado.
Con aquellos ojos que se asemejaban a un par de brillantes y rojas cerezas, y esa marca de maldición que llevaba tatuada sobre el ojo izquierdo, era imposible que pasara inadvertidamente ante la mirada acusadora y asustadiza de los lugareños.
Sin embargo, un mes después de su llegada, Carlota enfermó. Regulus la escuchaba quejarse por las noches, y en las mañanas mientras la mujer salía a recoger frutos; el joven distinguía marcas en sus brazos, parecidas a los rasguños de un animal. Dedujo que podría deberse al ataque de los animales del bosque más pequeños — como ardillas o mapaches— que se molestaban al ver a un intruso humano robándoles el alimento, sin embargo, durante las noches era más evidente el malestar de la mujer. A veces escuchaba a su nana hablando mientras dormía y sudaba como un caldero al fuego. Otras simplemente no lograba conciliar el sueño. El bosque no era un lugar para ella.
Cuando pasaron cinco meses desde que habían llegado a aquella cabaña, mientras el mes de octubre transcurría con rapidez, tiñendo el bosque de anaranjado, y cuando Regulus cumplió ocho años, éste le pidió a su nana que se fuera, asegurándole que él podría encargarse de vivir solo. Carlota se rehusó naturalmente, pero su condición había empeorado indudablemente, y ella estaba consciente de eso.
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La Falsa Trinidad: El Secreto de Lilith [TRILOGÍA]
RandomPrimera entrega de la Trilogía "La Falsa Trinidad". Elysia Antje von der Blütt es una joven cuya vida, llena de lujo y amor, ha dado un giro a causa de un poder desconocido que yace en ella. Confinada y sin el apoyo de su padre, día a día teme caer...