Capítulo I: Un Destello Rojo

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Rosenheim, Baviera; Alemania.

Julio, 1831


Durante una lluviosa madrugada de julio a las afueras del poblado de Rosenheim, la enorme mansión Blütt, que se levantaba con el esplendor de la morada de un Rey, se encontraba siendo embestida por el furioso aguacero grisáceo que caía del cielo encolerizado.

Una alta verja de color negro se alzaba a un par de kilómetros de distancia de la escalinata de ladrillo que indicaba la entrada a la mansión. Una enorme barda de piedra rodeaba la arquitectura gótica báltica en el enorme terreno de color verde que los Blütt tenían por jardín, en el que decenas de árboles, rosales, camelinas y todo tipo de flores silvestres abundaban, y cubrían el césped esplendorosamente con su multitud de brillantes y magníficos colores. Las copas de los enormes abedules oscilaban a causa de la fuerte ventisca que los azotaba, y ocasionalmente hacía sonar un fuerte silbido que rodeaba la enorme casona.

Elysia Antje, la única hija del respetado y siempre estricto Duque Steffen von der Blütt, lloraba en silencio arrinconada en su habitación. Se cubría la cabeza con ambas manos y cerraba los llorosos ojos con fuerza, intentando hacer que la punzada en su cabeza disminuyera más rápidamente. Sus manos y piernas temblaban sin cesar, mientras que ella sollozaba en la penumbra, apresurándose a recobrar la conciencia completamente.
El miedo la tenía prisionera.

Las blancas cortinas que colgaban sobre la puerta que abría paso al balcón estaban rasgadas y se mecían al compás del viento helado que se colaba a la habitación y congelaba la pálida piel de la chica. El vidrio de los ventanales se encontraba deshecho; los trozos de cristal estaban esparcidos por la habitación como si un tornado hubiese entrado. En el piso se hallaban los restos de una silla de marfil rosa; los jarrones de porcelana, que contenían rosas rojas sobre las repisas, estaban destrozados y las pobres flores yacían tristes entre los vidrios, con sus pétalos esparcidos por la habitación.

Elysia se levantó del piso chorreando agua, moviéndose con el descuido de los sonámbulos, pisando los vidrios rotos sin apenas un respingo, dejando tras de sí leves huellas rojas. Contempló su habitación por unos segundos, iluminada por el poderoso fulgor de los relámpagos cuando atravesaban el cielo de tal forma que parecía que se iba a partir en dos. A su alrededor todo era un caos. No le sorprendía en lo absoluto, pues tenía la firme creencia de que un desastre como ella sólo podía ser capaz de producir eso: destrucción.

Se sacudió el pijama, que era un vestido de color rosa pálido hecho de la más fina seda, entonces percibió movimiento a su derecha y ella volteo por instinto. Una figura desgreñada, pálida y con los ojos enrojecidos la miraba. Pasó un momento antes de que se diera cuenta de que lo que contemplaba era un espejo. Aún se hallaba aturdida y dispersa.

Sus manos, por iniciativa propia comenzaron a alisar su cabellera, sus largos y delicados dedos corrían por sus guedejas doradas que goteaban sobre el suelo, tratando de cepillar su cabello como hacía siempre que se sentía triste o nerviosa.

—¿Dónde está el cepillo?—se preguntó entre sollozos; aquel cepillo de plata que, le dijeron, había pertenecido a su madre.

Sobre el tocador, encontró aquel valioso objeto, que contenía dentro el amor de su progenitora. Tenía hermosas rosas labradas al reverso y una retorcida enredadera envolviendo el mango. Elysia duraba tanto pasando el cepillo sobre su pelambrera que terminaba por perder la noción del tiempo y cuando menos lo esperaba, sus brazos ya estaban entumidos.

Alzó con tristeza la mirada para contemplar su reflejo con mayor atención, y qué lastimosa imagen le regaló éste: Tenía una ligera cortada en la mejilla que ya comenzaba a cicatrizar, las ojeras alrededor de sus cansados ojos verdes eran cada vez más grandes y notorias, le daban un aspecto demacrado y la hacían parecer un par de años mayor de lo que en realidad era, por no mencionar la terrible forma con que la evidenciaban de su enemistad con el sueño; ella estaba consciente de que en los últimos años se había descuidado bastante, pero es que era imposible verse bien cuando su propio poder la estaba consumiendo.

La Falsa Trinidad: El Secreto de Lilith [TRILOGÍA]Where stories live. Discover now