Capítulo III:Adiós Rosenheim

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Con las piernas temblorosas, se dirigió a la puerta de salida. No llevaba nada consigo, más que una capa negra, que la protegería del viento frío, y sus persistentes deseos de sobrevivir hasta el amanecer.
Corrió al establo, atravesando el jardín cual ladrón escabulléndose, con miedo de ser visto. Se adentró velozmente en él, provocando el relinchar de un par de caballos que Elysia aplacó hábilmente, esperando que nadie los hubiese escuchado.
Sacó a Stolz, un caballo joven y muy rápido de color negro que prometía ser el compañero adecuado para su viaje, y quizá, para huir de un campo de batalla.
Reparó entonces en la gravedad de su cometido, y buscó casi a ciegas algún arma. Un viejo puñal enfundado descansaba en una esquina del establo. Consideró que sería perfecto, puesto que lo llevaría oculto bajo su capa.

Mientras atravesaban el enorme jardín bajo el renegrido cielo, Elysia se permitió derramar unas cuantas lágrimas. No sabía con precisión que era lo que desencadenaba en ella tanta pena, quizá fuera el hecho de abandonar a su mayordomo sin despedirse, el dejar las cosas así con su padre y que nunca fuera a quererla de nuevo, o tal vez el dirigirse a su muerte por voluntad propia. Tenía miedo, sí, pero no iba a permitirse arriesgar la vida de las personas que amaba por temor.

Y aquella tristeza abismal, aquel dolor incesante, se reflejaron en el destello azul de su marca de maldición, amenazando con liberar energía reprimida.

—No ahora, por favor—dijo para sí misma. Y, sorprendentemente, el destello cesó.

Abrió la alta verja oscura con el caballo detrás de ella, guiado por las riendas que sostenía con firmeza, y al salir la abandonó un suspiro ansioso.

Montó a Stolz, quien comenzó a andar a paso lento, introduciéndose en la frondosidad del oscuro bosque, en donde las retorcidas ramas de los árboles apuntaban hacia todas direcciones, y formaban extrañas figuras tétricas que sólo le facilitaban al miedo escalar los nervios de Elysia.

Pasaron los largos minutos en los que hasta el crujir de las ramas bajo las patas de su fiel amigo la alteraban. Había sonidos extraños por todas partes, y ella era incapaz de ver a su alrededor. La oscuridad reinaba absolutamente y la joven juraba sentir las miradas de las criaturas que habitaban el bosque, recorrerla de cabo a rabo. Fue entonces que Elysia recordó que las sílfides la guiarían, y cayó en cuenta que le habían dado instrucciones que no sabía cómo seguir.

—S-sílfides—susurró vacilante.

No pasó nada, y entonces entendió que nada pasaría. Si ella era capaz de contactar a alguno, sería por la sangre sobrenatural que corría por sus venas, entonces tenía que demostrar que pertenecía al mundo de lo sobrehumano.

Aquella aceptación por sí sola logró brindarle calor a su pecho. Era la primer vez que Elysia se reconocía como un ser extraordinario y capaz.

—Sílfides que gobiernan los vientos—pronunció con mayor apremio, cerrando los ojos— soy Elysia Antje von der Blutt, hija de Mefistófeles. Concédanme su ayuda, por favor. Guíenme hacia la frontera de Austria, permítanme reunirme con mis compañeros. Se los suplico...

La oscuridad envolvente de la fatídica noche no mostraba conmiseración. El viento helado soplaba y Elysia se preguntaba si las sílfides vendrían con él. Lo cierto era que no había ninguna señal de que aquellos seres elementales la estuvieran escuchando, a pesar de que intentaba vislumbrarlas entre la penumbra.

Bajó la mirada con decepción, y entonces Stolz comenzó a andar siguiendo otra dirección sin que se lo indicara.

— ¿Qué haces? Vamos hacia acá— dijo tratando de guiarlo con las riendas, pero Stolz relinchó y continuó afanosamente por el camino que había elegido.

La Falsa Trinidad: El Secreto de Lilith [TRILOGÍA]Where stories live. Discover now