Capítulo 1

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- La defensa llama a Oliver Dunclaw a comparecer.

    En la sala del tribunal; sobria, de aspecto serio, recatado y organizado, el aire se había condensado cual lodo aquel templado día de otoño, viéndose así altamente disminuida la paciencia de los funcionarios, los testigos y espectadores de la corte, ya de por sí puesta a prueba por lo largo del juicio, lo difícil y lo complejo del mismo.

    Sin embargo, pese a que la mayoría de los presentes sudaba a mares y no cesaba en suspirar con exasperación o abanicarse con documentos, folletos, o cualquier otro artículo útil que se tuviese a mano, Alison DiLaurentis – Fields permanecía erguida, implacable e imperturbable, a la espera del hombre al que anteriormente había nombrado, como si el cansancio o las condiciones ambientales rebotaran en ella sin hacer la más mínima hendidura.

    Oliver Dunclaw; un hombrecillo de aspecto tacaño, nariz aguileña, calva incipiente y cejas con la forma de un par de alas de halcón, gruesas y protuberantes, pasó junto a Alison y prestó juramento previo a sentarse en el correspondiente banquillo junto a la jueza Virginia Rogers; una mujer severa, de tez oscura y cara redonda que parecía querer estar en cualquier sitio menos allí.

- Le ruego que prosiga, abogada- Dijo la jueza, evidenciando su creciente irritación al tiempo que se abanicaba con una carpeta acartonada.

    Alison le agradeció y se paró frente al testigo, quien le lanzó una mirada apreciativa de arriba abajo, sin reservarse una ligera sonrisa de lado.

    La rubia cruzó las manos tras la espalda y lo contempló con seriedad.

- ¿Cómo se encuentra hoy, señor Dunclaw?

- Muy bien- Sonrió el tipo-. Algo confundido, a decir verdad, por el hecho de que hayan vuelto a citarme...

    Alison se permitió una leve sonrisa.

- Le prometo que eso cambiará a la brevedad.

    Dunclaw frunció el ceño, observando cómo la mujer iba hasta la mesa donde el acusado, Ben McGrath – un viejo ermitaño que vivía en las inmediaciones de una plantación de maíz y que viajaba día a día para trabajar en la ciudad–, contemplaba los acontecimientos con resuelto estoicismo.

- En la sesión anterior, usted alegó haber estado cumpliendo con su guardia nocturna a la misma hora en que se supone que mi cliente asesinó a la dueña del museo, ¿no es verdad?

- Así es. Se ve con claridad en los videos, señora DiLaurentis.

    Alison asintió.

- Es cierto. Se ve en los videos, señor Dunclaw. Por lo menos, en los que nosotros hemos podido ver.

    Observando con satisfacción el desconcierto fraguado en el rostro del hombre, la rubia sostuvo un control remoto mientras ubicaba una pantalla plana sobre una mesa con ruedas de modo que quedase orientada hacia el jurado y el estrado.

- Ésta grabación pertenece a la floristería frente al museo.

- ¡La floristería está cerrada hace meses, en proceso de sucesión!- Exclamó Dunclaw de inmediato.

    Alison no se alteró.

- En efecto, lo está- Le dijo-. Pero bastó con contactar a los hijos del dueño anterior, quienes estaban algo más perdidos de lo que resulta conveniente, para descubrir que la cámara que apunta al exterior ha permanecido encendida todo este tiempo. Los Mason crecieron en Ricktown, por lo que conocen a la perfección el riesgo de allanamiento que corre una tienda en las condiciones de la suya. Sin embargo- miró a Dunclaw durante un segundo y luego al jurado-, no fue un vándalo lo que captó la cámara.

Emison- ¿Podrás con la oscuridad?- Parte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora