Esa mañana estaba siendo desesperante. Completamente desesperante. Si la máquina de café de una cafetería se estropea tienes sin duda un problema enorme. Renato Bufó poniendo en marcha la antigua cafetera del establecimiento, que era horrorosamente lenta y chasqueó la lengua al ver cuánto se demoraba en preparar un solo café.
-La culpa la tenés vos.- Lo acusó su jefe.- Si la limpiaras cada día y la cuidaras no tendríamos este problema.
-Que yo recuerde, nadie sabía usar bien esta cafetera hasta que yo entré a laburar acá.
Era indignante. A veces sentía que él mismo se preocupaba más por ese lugar que ningún otro, era el que más horas metía allá y el que más luchaba por que todo saliera adelante. Y al final del día sentía que nadie se lo agradecía ni recompensaba.
-No te hagás el importante y solucioname esto.
Apretó la mandíbula mientras veía como Sebastián se iba de allá y cerró fuert los ojos intentando recomponer su humor. El teléfono sonó en su bolsillo y lo sacó con el semblante serio.
"Vení pronto hoy si podés, recordá que entro antes a la comisaría".
Volvió a bufar desesperado. Se había olvidado completamente de las horas extras que su madre iba a hacer esa tarde.
-¡Sebas!- Llamó a su jefe.
-Sebastián.- Lo reprendió clavándole la mirada desde lo lejos.- ¿Qué querés?
-Necesito salir antes hoy, tengo un compromiso que...
-Ni lo sueñes.- Le cortó.
-Pero...
-Arreglá esa maldita máquina y no hay nada más que hablar.
En cuanto su jefe se giró en dirección a la parte trasera de la cafetería le pegó una patada al tacho de basura que había bajo la barra y maldijo en alto a cualquier Sebastián que estuviera en el lugar.
-Forro de mierda...
-Buen día a vos también.
Miró de reojo a Gabriel, que acababa de apoyarse en el trocito de barra más cercano a él, y suspiró de mala gana. Hoy era el peor día para aguantar los comentarios sarcásticos y burlones de Gabriel, esos que realmente terminaba de entender a dónde querían llegar.
-No estoy de humor.- Le avisó serio.
-¿Se enojó el meserito?
Suspiró apoyando sus manos fuerte contra la madera y le miró enojado. Enojado con todo el mundo. Incluso con él, aunque no tuviera ningún sentido estarlo, porque de verdad su cabeza era una maraña de pensamientos inconexos cuando lo tenía cerca.
Y empezaba a odiar pensar en Gabriel y que nada tuviese sentido, que el estómago se revolviera y sus ojos verdes lo inquietaran mientras decía esas frases que hacía parecer que quería algo con él.
Simplemente le ponía nervioso, le sacaba de quicio y quería que acabara. O eso creía desear la mayor parte del tiempo.
-El meserito no está de humor, así que si querés café te lo sirvo y si sólo venís a burlarte de mí ya sabés dónde está la puerta.
-Vaya, veo que no es un buen día...
-No, no lo es, así que o me pedís café como los adultos o cerrás la boca.
Gabriel alzó las manos sin decir una palabra y señaló la cafetera en silencio. Renato suspiró y comenzó a preparar su extraño y asqueroso café. Ese largo de leche, sin espuma y con canela. Y respiró hondo cuando estuvo de espaldas a él. Porque sabía que ahora el forro de mierda sin motivo había sido él, pero el día realmente estaba siendo horrible.
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Café a las diez
RomanceTodo el mundo cree que Renato es un colgado, que no le importa nada, pero nadie sabe cómo cambió su vida hace tan poquito tiempo. Y un simple café volverá a darle un giro de ciento ochenta grados por culpa de él.