14- ·Miedo·

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-Dale, ¿qué decís? ¿Te apuntás?

Renato tomó aire y volvió a debatir la propuesta de su amigo en la cabeza. Lo malo de un trabajo como el suyo era que en cualquier momento uno de sus amigos aparecía en la cafetería y él no podía echarlos así sin más explicación. Era imposible librarse de Fausto aunque quisiera porque era un cliente más. Aunque fuese un plasta que no lo dejase en paz ni un minuto.

-No sé, Fausto...

-¡Lo pasaremos bien!

-El futbol no es lo mío, lo sabés.- Dijo pasando un trapo por la barra.- Me gusta ver un partido cada tanto y jugar una picadita pero anotarme en un equipo...

-Te juro que sólo serás suplente el resto de temporada, pero nos falló Matías y te necesitamos.

Suspiró sopesando la opción en su cabeza y siendo de pronto consciente de quién más podría estar en ese equipo.

-¿Quién más... quién más juega?

Fausto lo miró interesado, con el ceño fruncido y de pronto se sintió tremendamente expuesto. Expuesto por algo que debería ser un pequeño detalle sin interés, un comentario tonto.

-Gabi también está en el equipo.

-No pregunté por él.

Su amigo rio bajito y se cruzó de brazos sobre la barra, mirándole sugerente y curioso.

-¿Qué onda ustedes dos? Antes no se bancaban y ahora parecen muy amiguitos. No entiendo.

-No es tan así.

-¿No? Estuvieron media fiesta solos en la azotea charlando y se fueron juntos. Pensé que no lo soportabas.

-Cambié de opinión. No es tan mal pibe como pensaba.- Intentó sonar casual.

Y no entendía cómo hablar de Gabriel podía ponerle tan nervioso, ni hacer que se le estrujara el estómago de esa forma. Hablar de un amigo común era lo más normal del mundo, algo totalmente inocente y casual. Pero ahí estaba, apretando el trapo entre las manos y completamente nervioso por hablar de él, porque se notara el tremendo interés que tenía en él y cómo llevaba semanas que era lo único en lo que pensaba. Y en un amigo no se piensa tanto.

-No te entiendo, posta que no.- Dijo Fausto.- Ya casi no salís y de pronto Gabriel y vos son íntimos.

-No te pongas celoso, seguís siendo mi mejor amigo.

-Hablo en serio, che. ¿Qué ocurre?

Tomó aire despacio. Ni él sabía qué pasaba. Antes no soportaba a Gabriel, ese chico con el que tropezó y quiso matar por ser tan forro. Y ahora, no mucho después, era más. Mucho más. Era su insoportable cliente favorito, el único que lograba hacer que sonriera en el trabajo. El pediatra de Camila, ese que lo tranquilizaba cuando creía que todo le sobrepasaba. Era su amigo, ese que dejaba todo por ayudarle a cuidar a su beba.

Y si era completamente sincero consigo mismo, era ese mismo chico con el que sabía se hubiese besado en el sofá de su casa si su madre no llegase a aparecer.

Y eso era lo que más nervioso le ponía. Porque a los amigos no se los besa. No. No se los besa.

-Nada, somos amigos.- Sabía que Fausto no terminaba de creerle.- ¿Cuándo es el partido?

-El viernes por la tarde. ¿Vendrás?

-Porque vos me lo pedís.- No, no era por eso.- ¿Ves como sos mi mejor amigo?

...

La música sonaba por toda la habitación y Camila reía dando vueltas en los brazos de su padre. Renato cantaba con su escasa voz haciendo reír a su hija, a la que ver a su padre con ella girando por la habitación le parecía el mayor entretenimiento del mundo y había hecho que se olvidara por completo del dolor que sentía a ratitos por los dientes que le estaban creciendo.

Café a las diezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora