4- ·Siete·

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Bostezó grande con una mano en la máquina de café y la otra intentando taparse la boca. Camila había llorado toda la noche y tenía un sueño inhumano que se sumaba a la depresión por ser lunes. Diez de la mañana de un lunes aunque parecía ser mucho más temprano.

Terminó de llenar la taza de café y tiró los posos de café a la basura. Echó leche caliente agitando despacio la jarrita y consiguió hacer una flor espigada con la espuma que se formaba en lo alto del recipiente. Renato sonrió satisfecho mirando su obra y colocó la taza en un platito junto a una cucharilla y un sobrecito de azúcar. Otro bostezo le invadió y no pudo reprimirlo.

-Espero que no caiga baba en el café de nadie.

A Renato se le cortó el bostezo al escuchar esa voz. Era él. Se giró con cara de pocos amigos y puso la taza de café en una bandeja redonda que se llevó Agustina. Y allí estaba Gabriel, son su sonrisa torcida, su camisa perfectamente planchada y su peló ligeramente largo comenzando a formar ondulaciones.

-Descuida, sólo babeo encima del que tengo que servirte a vos.

-¿Soy un afortunado entonces?- Preguntó sonriendo.

-Tomalo como quieras.

Renato se encogió de hombros y se acercó a limpiar la barra. Y se tensó. Se tensó porque sentía que los ojos vedes de Gabriel le seguían en cada movimiento circular que hacía sobre la superficie con el trapo.

-¿Querés algo?

-¿Es obligatorio consumir algo si te sentás en la barra?

Renato entrecerró los ojos intentando comprender a Gabriel. No sabía si se reía de él, tenía un sentido del humor extraño o simplemente se divertía molestándole.

-Para vos sí es obligatorio.- Renato se cruzó de brazos frente a él.- ¿Querés algo sí o no?

Podía notar la sonrisa divertida y los ojos desafiantes de Gabriel. Pero no iba a permitirle ver que todo aquello, desde que se conocieron, le molestaba y le ponía nervioso.

-Un café con leche para llevar.-Contestó por fin Gabriel.- Con mucha leche, nada de espuma y canela.

Renato rodó los ojos y se giró para comenzar a prepararlo. Para un amante del café como él esa mezcla rara que hacía el chico era horrible porque sabía a todo menos a café.

Agarró uno de los vasito de plástico y escribió "Gabriel" con letra pulcra. Podía sentir la mirada fija del chico a su espalda, sus ojos verdes clavados en cada uno de sus movimientos mientras se reía bajito. Le estaba poniendo nervioso.

Terminó de preparar su pedido y se giró para ponerle el vasito sobre la mesa. Gabriel sonrió de oreja a oreja mientras alzaba el vaso de plástico. Pasó un dedo despacio por las letras negras y se mordió el labio.

-Está bien saber que recordás mi nombre, meserito.

Gabriel le guiñó un ojo y se fue de allí, dejando a Renato con las manos en jarras y el entrecejo fruncido sin entender nada.

...

Martes. Diez de la mañana. Y ese día Renato sí que sentía que tenía energía en el cuerpo. Camila había dormido en el cuarto de su madre y él por fin había podido dormir más de dos horas seguidas. Aunque la cafeína que llevaba en el cuerpo ayudaba bastante a mantenerse despierto.

Terminó de anotar el pedido de la mesa cinco en su libretita. Dos cafés con leche, uno solo, media docena de medialunas, una tostada... Agradeció al grupo de chicas y se acercó a la mesa que había junto a la ventana.

-¿Le puedo traer algo?

-Hola meserito.

Levantó la vista del papel al escuchar esas chirriantes palabras burlonas. Gabriel estaba sentado en la mesa, con su característica sonrisa burlona. Tenía los brazos cruzados encima de la mesa y sus lentes de sol descansaban junto a la taza de un café vacío.

Café a las diezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora