Un café con leche, uno solo, uno con caramelo en el fondo... Y así día a día. Al menos una de las cosas favoritas de Renato en la vida era el café y allí metido en esa cafetería podía deleitarse con su olor a todas horas. Le devolvió el cambio a Hernan, que lo esperaba en la barra. Ese hombre era médico y cada día pedía té con leche y dos magdalenas con chocolate para llevar. Cada día. Le saludó con la cabeza al verlo marchar y comenzó a ordenar su caja de recaudación, colocando los billetes en paquetitos de cinco en cinco.
-¿Renato?
Rodó los ojos al escuchar su nombre completo. Nadie lo llamaba así, sólo su madre cuando se enfadaba con él y odiaba que Sebastián lo hiciera.
-¿Sí?
-Te presento a Agustina.
Sebastián, su insoportable jefe, se acercó a él detrás de la barra, seguido de una chica pequeña y pelirroja que le sonreía tímida mientras se anudaba su delantal a la espalda.
-Hola.
-Agustina es la hija de unos muy buenos amigos y desde hoy será tu compañera.- Sebastián le miró con esos ojos que dejaban claro que la chica, aunque recién llegada, estaba por encima de él en su escala.- Estoy seguro que la tratarás de maravilla y le enseñarás todo lo necesario.
-Descuida, Sebas.- Puntualizó el diminutivo de su nombre a propósito y pudo ver cómo la vena del cuello de su jefe se hinchaba.
-Sebastián.- Se sostuvieron las miradas tres largos segundos, midiéndose, pero Sebastián siempre era el primero en apartarla.- La dejo en tus manos, Renato. Y Agustina, cualquier cosita no dudes en decirme, ¿sí? Renato y yo estamos a tu entera disposición.
Sebastián le apretó el hombro intencionadamente y pudo notar cómo la chica se ponía incómoda ante gesto antes de verlo marchar. Se quedaron solo y la carita de Agustina se llenó de dudas y confusión.
-Relajate, es un laburo muy sencillo.- Intentó calmarla.- Lo más difícil de acá es soportar al jefe, posta.
La chica soltó una risita y pareció relajar los hombros.
-¿Por dónde empiezo?
Renato le pasó una bandeja redonda y un trapo y le sonrió marcando sus hoyuelos.
-Limpiando mesas.
Agustina asiente y se aleja con paso decidido fuera de la barra. Renato sonríe al verla tan dispuesta e ilusionada. Al menos ahora tiene compañía.
Se rasca la cabeza y se asegura que Sebastián no esté cerca antes de sacar su teléfono del bolsillo y fijarse si tiene alguna notificación. Abre el chat de whatsapp de su madre pero está vacío. Se muerde el labio cuando siente el impulso de escribirle y preguntar si todo está bien, porque luego su madre le reta por ser demasiado cuida.
Suspira y se mete el celular en el bolsillo intentando olvidarse de todo lo que dejó en casa un ratito atrás.
...
-Dale, Tato, no seas amargo.- Se quejaba Fausto sentado en la barra.- Hace bocha que no salís de joda.
-Lo sé, lo siento.- Intentó disculparse mientras le servía un plato con un par de medialunas.- Se me complica.
-No entiendo, parece que ya no querés salir con los pibes o no sé... No comprendo qué te pasa.
Renato suspiró. Nadie comprendía nada. Y él comenzaba a estar cansado de ocultar una parte tan grande de su vida. Pero todo había pasado tan deprisa y tan avasallante que todavía no había tenido los huevos de hablar con nadie.
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Café a las diez
RomansaTodo el mundo cree que Renato es un colgado, que no le importa nada, pero nadie sabe cómo cambió su vida hace tan poquito tiempo. Y un simple café volverá a darle un giro de ciento ochenta grados por culpa de él.