18- ·Huir·

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La puerta se abrió sin dejar que su cabeza siguiera pensando y Gabriel apareció con los ojos somnolientos, la nariz roja, los rulos revueltos y todavía con su remera de rayas puesta.

-Hola, Doc.

-Meserito... ¿Qué hacés acá?

Renato se encogió de hombros, sabiendo que cualquier excusa que pusiera sería inútil. Era evidente que estaba ahí porque necesitaba verlo, aunque todavía no encontrara más respuestas en su cabeza.

-Gastón me dijo dónde vivías. Te traje esto.- Alzó la bolsita con la remera dentro.- Te la dejaste en mi casa.

Gabriel agarró la bolsa y lo miró perplejo.

-¿La lavaste y planchaste?

-Fue mi madre.- Carraspeó nervioso sin saber qué más decir y señaló la puerta de entrada con la cabeza.- ¿Puedo pasar o...?

-Sí, sí, pasá.

Gabriel se hizo a un lado y Renato entró en el pequeño departamento del chico, lleno de libros de medicina, posters de Boca y fotos familiares y con amigos en cada estantería.

-Lindo depto.- Se limitó a decir cuando notó la presencia de Gabriel a su lado.

-No es gran cosa, pero...

Gabriel comenzó a recoger la mesa baja que había frente al sofá. Seguramente estaba allí acurrucado antes de abrir la puerta porque dos frazadas estaban echas bola sobre los cojines y un montón de pañuelos de papel usados estaban tirados por el suelo.

Renato sonrió al notar cómo sus mejillas se ponían coloradas intentando poner algo de orden a aquel desastre sólo por él. O quizás sólo era la fiebre. Entonces se mordió el labio inferior al percatarse de algo.

-Llevás puesta mi remera.

Gabriel se llevó las manos al pecho mientras bajaba la vista a esa camiseta a rayas que había agarrado de su armario dos días antes porque la suya estaba completamente empapada. Le quedaba apretada y ceñida al cuerpo, marcando los músculos de sus brazos y haciendo que Renato no pudiera apartar la mirada de ellos.

-Sí...- Asintió con la cabeza.- Llevo dos días sin salir de la cama.

-Por mi culpa.- Sonrió de lado sintiéndose culpable del enorme resfriado que tenía Gabriel.

-No importa.- Se encogió de hombros volviendo a mirarle directo.- Mereció la pena.

Los ojos verdes y profundos de Gabriel le ponían nervioso. Nervioso porque estaban solos y después de todo lo que había pasado en su casa sentía que no había vuelta atrás, que todo se acercaba a él como un huracán al que no se puede contener. A lo mejor sólo tenía que dejarse llevar...

-Te traje esto.- Intentó cambiar de tema alzando el vasito de cartón que tenía en la mano.- Tu fórmula infalible.

Gabriel sonrió y se acercó para aceptar lo que le ofrecía.

-El café de Lean.

-No sé si sirve para los resfriados pero pensé que te apetecería tomar uno. No fuiste por la cafetería.

Gabriel le dio un trago largo a ese extraño café que bebía desde que era niño en honor a su hermano y siguió clavando su mirada en él.

-Ya te dije, llevo dos días sin salir de la cama, se me partía la cabeza.

-Ya...

-¿Me extrañaste?- Preguntó alzando las cejas.

-¿Qué? No, sólo... bueno, noté que no venías por la cafetería y...

Café a las diezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora