Renato apretó a Camila contra su cuerpo, que comenzaba a quedarse dormida por el cansancio que le había provocado la fiebre y el llanto, y cruzó el umbral de la puerta del consultorio bajo la atenta mirada de Gabriel.
Gabriel... Todavía no podía creer que ese chico insoportable que le trató como una mierda cuando se conocieron estuviese allí a su lado, vestido con una bata blanca y llevando un estetoscopio al cuello. Y lo peor es que le estaba viendo con Camila en brazos y eso era tener que darle explicaciones a alguien por primera vez desde que Camila apareciera en su vida.
Podía sentir sus ojos verdes mirándole estupefactos cuando la puerta se cerró despacio tras él.
-¿Camila Quattordio?- Repitió Gabriel como si quisiera cerciorarse de que realmente fuera esa niña la que tenía apuntada en su lista.
-Sí.
Renato se sentó en la silla que había frente al escritorio y comenzó a acusar a Camila, que se retorcía incómoda. Gabriel rodeó la mesa, todavía con la vista clavada en él sin poder cerrar la boca.
-¿Es...?
-Mi hija.- Respondió simple.
Y fue raro decirlo en voz alta por primera vez con alguien que no fuese su madre. Raro y placenteramente liberador.
Pudo notar cómo los ojos de Gabriel se abrían grandes ante él y su frente se arrugaba.
-Creí que eras...
-¿Qué?
-Nada, dejá.
Renato frunció el ceño sin entender. Aunque realmente nunca había entendido a Gabriel, y en ese momento todavía menos. Pero dar explicaciones o discutir con él era en lo último que pensaba.
-Escuchá, Camila...
-¿Camila?
-Mi hija.- Volvió a repetir empezando a perder la paciencia.
-Sí, sí, por supuesto.
Y Gabriel pareció prestarle real atención a la niña desde que entraron por la puerta.
-Lleva varios días con fiebre y no para de llorar, le tomé la temperatura y cuando vi que subía a treinta y ocho la traje. No sabía qué hacer.
Gabriel se levantó de su silla y se acercó a ellos, sentándose en el escritorio y agarrando la manita de la beba, que lo miraba con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas.
-Hiciste bien.- Dijo Gabriel.- ¿Cólicos?
-No, no creo que sean cólicos.- Renato se mordió el labio, inseguro.- Bueno, mi madre dijo que no creía que fueran cólicos.
Gabriel soltó una risita baja y alzó las manos en dirección a la niña.
-¿Puedo?
-Sí, sí.
Renato le entregó a Camila y Gabriel se la llevó a una camilla que había junto a la pared. La pequeña, en cuanto se separó de Renato empezó a llorar más fuerte y a alargar su manita en dirección a su padre, que la miraba con ojitos asustados desde su asiento en el escritorio, todavía con el bolso y las cosas de Camila colgadas al cuello.
Gabriel le quitó el pequeño jersey blanco que tenía la cara de un osito panda en medio y se colocó el estetoscopio en los oídos para poder revisar a la niña.
Camila hizo un puchero grande, miró hacia arriba con sus enormes ojos marrones y sus pestañas mojadas, y agarró la parte redonda del artilugio de Gabriel, inspeccionándolo con mucha atención. Renato pudo escuchar la risita de Gabriel mientras se quitaba todas las cosas de encima y se acercaba a ellos, todavía con el ceño fruncido y el corazón a mil por hora.
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Café a las diez
Roman d'amourTodo el mundo cree que Renato es un colgado, que no le importa nada, pero nadie sabe cómo cambió su vida hace tan poquito tiempo. Y un simple café volverá a darle un giro de ciento ochenta grados por culpa de él.